-Este año hay que correr con un gorro verde – dijo alguien del grupo.
¿Un gorro de verde? ¿Qué era eso? ¿Significaba que íbamos a hacer una excursión al Tirol o algo parecido?
Nada de eso. Se trataba de la «Mañanabuena», una original combinación de deporte, celebración navideña y disfrute lúdico de la naturaleza por una Vega granadina, que esa mañana, si los elementos se congraciaban, podría estar cubierta con un manto nebuloso y frío. Un frío que se presiente con tan sólo otearlo.
Hace lustros que comenzó ese rito. En principio algo extraño y, tal vez, planeado contra corriente, en una mañana que adquiere una configuración distinta al resto de las mañanas del año. Una mañana que es el preludio de una noche que se torna mágica y familiar. Fría y misteriosa. Entrañable y nostálgica.
Una mañana en el que el ajetreo de las calles y plazas de los pueblos y ciudades se convierte en un saludo cálido y fraternal entre personas conocidas y no conocidas.
Con esa imagen en la retina, ese grupo de corredores, se imaginaba la población que iban dejando a sus espaldas, mientras avanzaban sigilosamente enfundados en sus mallas técnicas y resguardando sus manos con guantes oscuros. Tan sólo esos gorros verdes de Papa Noel hacían presagiar que nos encontrábamos ante el grupo que cada «Mañanabuena» surca bajo aquel manto nebuloso y frío un vasto territorio verde y precioso.
Mientras corrían gozosos, sabían que el pueblo del que partieron se estaba preparando para la madre de las fiestas familiares. Cada zancada, que hacía crepitar con estruendo las frías y secas hojas caídas del otoño, se conciliaba con el entorno, sin que importara no poder estar en ese momento plácidamente charlando en una de las muchas acogedoras tabernas de la localidad, que ya estaban disponiendo sus chimeneas de estruendosa llama para poder saborear junto a ella un polvorón de Antequera y una copa de Anís de Rute.
Pero ellos sabían que a cada paso dado tenían más cerca ese momento mágico en la calle Sacristía donde una generosa Carmela -madre de nuestro Compae Paco- nos ofrecería lo mejor de su despensa navideña.
Pero volvamos a los prolegómenos de la ruta de 15 kilómetros por la Vega. A ese momento mágico en el que, previamente a lanzarse a la fría Vega, estos corredores frente a una taza de humeante café se mezclan con los parroquianos en ese cálido bar situado a la entrada de la localidad.
¡Verde que te quiero verde! -dijo el poeta en su momento.
Un color y un grupo en torno a esa tonalidad cromática. Verde por la cerveza, verde por el estado físico de muchos de sus integrantes, verde por los escasos tonos en las hojas de las alamedas de la Vega de Pinos Puente. ¡Verde, verde, verde…!
El frío invernal hace su aparición en la mañana del recién estrenado invierno. Poco a poco van llegando al punto anual de reunión para esta fría, pero al mismo tiempo, calurosa mañana.
– ¿Habéis desayunado?
– ¡Yo sí! ¡Ponme una copa de coñac que me quite el frío! ¿Me dejas el periódico? Seguro que han publicado, como el año pasado, dos cuentos de Navidad en el periódico Ideal, surgidos de dos grandísimos dueños de la letra y amos del arte de escribir.
Y sin abandonar los guantes que enfundan sus templadas manos, de un trago, el fuego apagado del alcohol penetra hasta el fondo de su estómago.
– ¿Cómo puedes? A mí me pones un café bien caliente y una tostada. Con mantequilla y mermelada. ¡Energía y un poco de grasa, que falta nos van a hacer! -replica otro de los agregados a esta verde cita que comienza a hacer historia.
Saludos y más saludos. El grupo va creciendo por minutos. Es momento de compartir charla y zancadas. Lejos quedan esos momentos de tensión en las competiciones; de sufrimiento en largas tiradas, series o entrenamientos; de alguna cerveza compartida…
Alguien rompe este armónico desorden y activa la alarma de la Mañanabuena:
- ¡Vamos, que nos vamos!
Una quincena de kilómetros les espera para soltar las preocupaciones acumuladas del año, para charlar de lo que pudo ser y no fue, del trabajo, de la familia, de los querubines que nos trajo el 2.009… Incluso de algún amor que se cruzó en el camino y tal como vino, se fue.
El vaho que exhalan sus bocas tras las primeras zancadas se pierde en décimas de segundo. Alguien se pone a la cabeza pero rápidamente le instan a que afloje el ritmo. No es momento de hostilidades sino de disfrutar de ésta, nuestra pasión y locura. El asfalto refleja el sonido de las pisadas y, a lo lejos, una difusa neblina permite vislumbrar algún solitario cortijo y ese mítico castaño que aún se mantiene en pie tras el transcurso incesante de décadas pasadas.
Unos lejanos ladridos simulan la escasa presencia vital de la fría estación.
Cuando entraron por las puertas, Carmela no prestó ni la más mínima atención al Compae. Y eso que el muy malandrín llevaba varios días sin pasar a verla. Y, por una vez, tampoco se volcó en José Antonio, buen amigo de su hijo desde tiempos inmemoriales. Aquella mañana, Carmela sólo tuvo ojos para Javi, que llegaba maltrecho, un poco escacharrado.
- Pero muchacho ¿qué te ha pasado?
- Un perro, señora, un perro, que comenzó ladrando muy de lejos y acabó dándonos una buena corrida…
- Y una pequeña mordida. Eso os pasa por bullas, fuguillas y acelerados -dijo Gregorio, bromeando ante la malla rota de Javi, percance más aparatoso que realmente peligroso.
Javi, sonriendo, le echó la culpa a un Antonio que, además de hincarse un coñac, venía con mono de Vega, pero éste no dejó pasar la oportunidad:
- Si es que Víctor es un provocador, señora Carmela.
- ¿Provocador? Con esa cara de angelito que tiene…
Y todos prorrumpieron en estentóreas carcajadas.
Las Verdes, un heterogéneo puñado de amigos que habían conseguido convertir una primigenia relación virtual en una verdadera amistad, real, material y perdurable, consolidándose como una peña a la que no mueve otro afán que el de disfrutar de una afición común: correr.
- Pero ¿y esto? ¡A esta criatura no le podemos dar un anís!
Onio acababa de entrar en la casa de Carmela, tirando de uno de esos carritos adaptados para quiénes gustan de conciliar la vida familiar con la deportiva.
- Al niño no, pero a mí… ¡id poniéndome una copita!
Y, tras él, asomaron la cabeza Mario, Javi, José Manuel, Jesús, Txomin, Cristian… aquello amenazaba con convertirse en el caótico camarote de los Hermanos Marx.
Entonces llegó una tronante voz desde la calle:
– ¡A ver! ¿Qué escándalo es éste? ¡Fuera y alto a la Guardia Civil todo el mundo!
Y allí estaban, Abel y Daniel, disfrazados del Duende Verde de los tebeos de Spiderman, invitando a todos los miembros de Las Verdes que habían participado en la Mañanabuena a ponerse el gorro preceptivo y a brindar por el año que se terminaba, repleto de grandes momentos atléticos para todos y, sobre todo, a levantar los vasos por el año entrante, cambio de década, umbral para una nueva época de entrenamientos, largas tiradas, series, exigentes carreras y desafíos al límite que, sin embargo, al calor del hogar de la casa de Carmela, no parecían tan terribles, ni mucho menos…
José Antonio Flores, Jesús Lens y Gregorio Toribio.
Hoy, día del célebre sorteo de la lotería de Navidad y a modo de celebración conjunta de la misma, Jose, Gregorio y Jesús, tres amigos de las letras, de los espacios virtuales compartidos y de una afición tan reconfortante como es la de correr; hemos querido regalar a todos los lectores de nuestras Bitácoras un relato encadenado, escrito a seis manos.
A cada par de manos (o manazas, los lectores lo determinarán) corresponden exactamente 408 palabras del texto de ahí arriba que, por tanto, consta de 1.224 sustantivos, verbos, pronombres, artículos y adjetivos a través de los que hemos querido rendir homenaje a todos los amigos de Las Verdes, a ese deporte que tanto nos gusta y nos une y a una celebración muy especial: la Mañanabuena.
Esperamos que os haya gustado. También lo tenéis AQUÍ, blog de José Antonio, y AQUí, en el de Gregorio.
Y ahora… ¡suerte con el Bombo!
Jesús Lens, uno y trino 😀