Las dos son cortas, van al grano y, al final de cada capítulo, te dejan con ganas de más. Ambas series son producción (más o menos) propia de Movistar, esa fábrica de ficciones televisivas negro-criminales.
Empecemos por la conclusión de ‘Rapa’, cuyas tres temporadas han sido modélicas. Seis episodios cada una para contarnos casos diferentes, aunque conectados por algunos personajes, tanto principales como secundarios. El protagonismo absoluto está compartido por Tomás, un profesor de instituto diagnosticado de ELA, y por Maite, una policía seria y concienzuda.
En la tercera y última temporada, la enfermedad está haciendo brutales estragos en Tomás, interpretado por un brillantísimo Javier Cámara, pero aún le quedan fuerzas (y cabezonería) para ‘ayudar’ a Maite, a la que da vida un excepcional Mónica López, en la investigación de un caso de secuestro cruzada con la de una muerte en el astillero.
Como ocurría en ‘Hierro’, otra serie de impecable factura, el paisaje y el paisanaje gallegos tienen una gran importancia tanto en la puesta en escena como en el argumento de la serie creada y escrita por Pepe Coira y Fran Araujo. Las relaciones entre los personajes, tan diferentes a las más trilladas, son parte esencial de unos guiones que, con giros en la trama, pero sin necesidad de caer en lo trepidante y lo absorbente —ni que habláramos de papel de cocina— siempre te dejan con ganas de más. Ese momento, al final de cada capítulo, en el que cierras los puños y se te escapa una exclamación efusiva, más o menos malsonante, cuando caes en la cuenta de que no. Que no puedes ver el siguiente. Sea por tu agenda… o porque no esté disponible hasta el jueves siguiente. Algo que me encanta, por cierto. Recuperar ese placer semanal del estreno de un nuevo episodio de una serie que te tiene imantado a la pantalla.
Cambiemos de tercio, como si estuviéramos en la barra de nuestro bar favorito. Con ‘Marbella’ me pasó, creo, como a mucha otra gente: tuve que superar unos cuantos prejuicios para verla, empezando por los carteles y pósters que la anunciaban. No sé si habrá funcionado como estrategia de antimarketing, porque vaya tela.
El caso es que una serie creada por Alberto Marini y Dani de la Torre no puede no ser buena. Eso es así. Y punto. Y cuando te caes del guindo y reparas en que está basada en un largo y complejo reportaje periodístico de Arturo Lezcano y Nacho Carretero (sí, el de ‘Fariña’) titulado ‘Marbella, sede global del crimen organizado’, lo único que te queda es maldecirte a ti mismo por no haberle dado una oportunidad… a pesar de que, a priori y en principio, con esos carteles y pósters, la cosa no prometía, permítanme que insista…
¿Y una vez vista? ¡Serión! Pero serión, serión. ¡En serio! Y desde el principio, con ese cínico abogado impecablemente interpretado por Hugo Silva hablándonos directamente para contarnos su vida… ¡Y qué vida, oigan!
Tampoco les voy a contar mucho de la trama de ‘Marbella’, que se podrán imaginar perfectamente de qué va. Lo importante, además de lo que se cuenta, es cómo se cuenta. Y, aunque en esta serie sí hay momentos de acción a la vieja usanza, lo más interesante es, de nuevo, la relación entre los muchos y muy distintos personajes. Las dependencias entre ellos, los odios cervales y las envidias malsanas. Las alianzas, los juegos de poder y, por supuesto, las traiciones; auténtico motor de la acción.
Termino destacando los brillantísimos finales tanto de las tres temporadas de ‘Rapa’ como de ‘Marbella’, en absoluto complacientes, fáciles ni maniqueos.
Jesús Lens