Qué importante es, siempre, no creerse la versión oficial. Dudar. Desconfiar. Contrastar. Preguntar. Confrontar. Comprobar. Por ejemplo, lo de los colegios a cerrar, extinguir, refundir y clausurar en Granada.
No sé cómo transmitiría Imbroda sus instrucciones a los jugadores en los tiempos muertos, cuando era entrenador de baloncesto, pero en su calidad de consejero de Educación, lo está haciendo de pena.
Tras forzar la dimisión de su delegado en Granada, al que culpó de haber armado el pifostio padre, vino a justificarse diciendo que, en realidad, no había nada decidido sobre cierres, extinciones, refundiciones y clausuras colegiales. Que todo había sido una mala interpretación. Que sólo se estaban recabando datos para hacer un informe previo que sirviera de soporte a la hora de tomar una futura decisión que… (Bostezo)
La realidad, con papeles en la mano, es que el plan (o lo que quiera que fuera aquello) estaba trazado y se iba a empezar a ejecutar el próximo curso. Insisto: con papeles en la mano. Los que llegaron a la mesa de nuestra compañera Sarai Bausán. Los que pudimos ver en las páginas del IDEAL del lunes.
A todo el que va a Estados Unidos por primera vez le sorprende que le pregunten, a la entrada y por escrito, si tiene pensado atentar contra su Presidente. ¡La de bromas que se hacen con la preguntita de marras! Y, sin embargo, no es una cuestión baladí. El perjurio, en Estados Unidos, es un grave delito, por mucho que la sinceridad también cotice a la baja en Norteamérica.
En España, sin embargo, mentir sale gratis. O casi. Ahí tienen a Aznar, sin ir más lejos, impartiendo lecciones de ética y moral después de haber mentido vilmente a todo el país tras los atentados de Atocha o con las famosas armas de destrucción masiva. O al Felipe González del no a la OTAN… de entrada.
Imbroda, con tal de sacar balones fuera, mintió. Pero aquí no ha pasado nada. Es que ni extrañarnos, oigan. Damos tan por sentado que los políticos mienten que, aun pillados in fraganti, la cosa les resbala.
Jesús Lens