Lo que más me llamó la atención sobre el plan para soterrar la entrada del AVE en Granada, presentado hace unos días por el equipo de Francisco Cuenca, es lo rápido que mucha gente se le lanzó al cuello. Y no para darle besos, precisamente.
Cuando vi las dimensiones del proyecto y la cantidad de administraciones e instituciones implicadas, mi primera reacción fue pensar que nacía muerto. Que era imposible poner de acuerdo a tantas partes. Lo siguiente que pensé, inmediatamente después, era que había que esperar, profundizar en el proyecto, reflexionar sobre los pros y los contras… y atender a las reacciones de los unos y de los otros. Que lo mismo nos encontrábamos con una agradable sorpresa, en forma de consenso.
Pero no. ¡Para nada! Los partidos de la oposición pusieron el grito en el cielo, el gobierno central se quejó de que no eran maneras, la rectora de la Universidad dijo que nones y, en general, el clamor fue ensordecedor. Negativamente hablando, por supuesto.
Pasados los primeros días de furia mediática, el ministro ha pedido que le manden el proyecto –se supone que para estudiarlo- y la rectora se va a reunir con el alcalde, a ver si hay forma de llegar a un acuerdo sobre la ubicación del campo de rugby de la UGR y de los Comedores Universitarios. Que, de repente, ambos espacios parecen formar parte de la vida y/o de la memoria sentimental de miles y miles de granadinos que se rasgan las vestiduras ante la mera posibilidad de reubicarlos.
Que Granada tiene un problema con la entrada del AVE, es un hecho. Que la entrada en superficie rompe en dos una parte de la ciudad, es un hecho. Que no hay dinero, pasta ni presupuesto para construir la estación de Moneo, es un hecho. Que el Ayuntamiento no tiene un euro, acosado por las deudas, la herencia recibida y la incapacidad de los concejales para aprobar un presupuesto, es un hecho.
¿Es la mejor de las soluciones, dar cabida a más cemento, construyendo por encima de la entrada del AVE a Granada, levantando pisos, bajos comerciales y esos llamados “espacios de ocio”?
No. No lo es. Sería mucho mejor tener un parque, zonas verdes y un nuevo pulmón para la ciudad. Pero, ¿es posible? Y, de no serlo, ¿qué hacemos? ¿Nada, como siempre?
Jesús Lens