Acaba de hacerse pública la noticia, científicamente comprobada, de que el calentamiento global es imparable y que, efectivamente, el 21 de diciembre de 2012, todas las centrales nucleares de este planeta entrarán en un irreversible y conjunto proceso de fisión que acabará con prácticamente toda forma de vida en el Planeta Tierra.
No. Ni hay posibilidad de dar marcha atrás ni hay tiempo como para preparar misiones espaciales que permitan al ser humano instalarse en otros planetas.
La vida, tal y como la hemos conocido hasta ahora, se termina. Y punto.
Sin embargo, hay unos seres que sí sobrevivirán a la hecatombe: los escarabajos y las cucarachas.
Solo ellos seguirán caminando sobre la superficie terrestre, a partir del 21-12-12.
El mundo será suyo.
La República Checa, por su parte, acaba de hacer público que ha convertido en ilusionante realidad la célebre pesadilla de Kafka: sometidas a un proceso de inducción / reacción y tomando un cóctel de pastillas cuya composición es altamente secreta, las personas pueden acostarse siendo seres humanos y despertarse convertidos en escarabajos peloteros. De por vida y de forma irreversible.
A las 12.00 horas de hoy, 24 de mayo de 2011, se abre el plazo para solicitar turno para la Transformación. Sólo hay 25.000 plazas disponibles, en todo el mundo.
Y cuando se cubran, por estricto orden de llegada de solicitud, se acabó.
Siento ser portador de tan malas noticias, pero la pregunta es:
¿Estás dispuesto a convertirte en escarabajo pelotero, con tal de sobrevivir?
Cae la noche y es hora de retirarnos al interior de nuestros sueños. Y de bucear en nuestro interior. De buscar. Por ejemplo, de buscar un título.
Es sencillo. O no. Claro.
¿Qué título le pondrías a este cuadro de la sorprendente y extraordinaria artista Irene Sánchez Moreno?
No se trata de adivinar el título del cuadro. Se trata de jugar a esto que comentamos hace unos días. Se trata, como nos recordaba Irene, de hacerle caso a Ricardo Pligia: “Describir aquello de lo que trata la obra no es decir lo que significa y lo que significa no depende del título”.
La idea primera era escribir un microrrelato.
Pero como Irene tiene otros muchos excelentes cuadros (asómense aquí, si no me creen. Y alucinen, además, con el currículum de la artista) otro día proponemos el cuento.
Hoy, vamos a ser más escuetos y vamos a buscarle, cada uno el que considere oportuno y más sugerente, un título a este cuadro. Aunque, ni que decir tiene, un buen título es ya un cuento, un relato en sí mismo…
Personalmente, le encuentro muchas resonancias a David Lynch. A ver qué dice Frankie, mi coautor. Y no. Yo todavía no he pensado en título alguno. Que quiero jugar en igualdad de condiciones.
Amigos, Estimados y Queridos Habibis… cae la noche. Soñemos. Con un título…
Jesús soñador Lens.
PD.- Gracias a Irene por prestarnos uno de sus cuadros para jugar con él. ¡Eso es espíritu!
(Notas espontáneas, del tirón y sin repasar. Disculpen los errores y las erratas, pero no quiero que pierdan la frescura con que fueron escritas)
Esta mañana no podía entrar en este mi Blog. Por cuestiones técnicas, llevaba fuera de servicio desde la madrugada.
Me sentía raro, extraño, no pudiendo entrar en él. Como cuando te olvidas las llaves de tu casa y te ves en la puerta, impotente, expulsado de ti mismo.
Es en momentos como ése cuando aprecias la importancia que ha adquirido algo tan poco real, tan virtual, tan etéreo, tan extraño, tan raro, a nada que lo pensemos.
Anoche me acosté temprano así que hoy madrugué. No me extraña, con la que estaba cayendo. Relámpagos, truenos y una manta de agua que se podía cortar con un cuchillo. Subí la persiana, corrí el panel japonés que tengo en mi dormitorio, a modo de cortina, y volví a la cama, a ver llover. A escuchar la tormenta. A leer “El hombre que amaba a los perros”. Volví al lecho para soñar despierto. Para dormir entre planes, deseos, añoranzas, melancolías y todos esos flashes que el cerebro produce cuando estás entre la vigilia y la duermevela.
Quería escribir de todo ello, pero no tenía a acceso a este “Pateando el mundo”. Están el Twitter y el Facebook, claro. Pero no es lo mismo.
Me levanté y, a las 9.25 estaba en la peluquería. Diluviaba. La lluvia como tema de conversación. La lluvia como espectáculo, después, desayunando, todos mirando llover desde las cristaleras, que retumbaban con cada trueno, mientras la luz amagaba con irse tras cada relámpago.
La mañana seguía avanzando. Vimos a los Lakers perder, de nuevo. ¡Vaya racha, entre el Real Madrid y los angelinos! ¿Se puede compatibilizar el drama de la inmigración con ver baloncesto? Leemos a Sami Nair, en El País, siempre esencial. Hablando sobre el tema, precisamente. Y a Emma Bonino y Javier Solana.
Otros amigos blogueros sí tienen las puertas abiertas de sus moradas virtuales. Y nos permiten entrar en ellas, refugiarnos de la tormenta, mientras encontramos las llaves de nuestra casa. Rigoletto, por ejemplo.
Leemos más. Leemos a Vila Matas y a Muñoz Molina. Cada uno de sus artículos es necesario. Imprescindible. No sólo por lo que cuentan, sino por la cantidad de pistas que ponen en nuestro camino, para descubrir nuevos autores, libros, cineastas, artistas, museos, cuadros y exposiciones. De lo nuevo de Herzog (yo de mayor, quiero ser él) a un tal Schwob: “Malas lenguas comentaban que era un hombre muy móvil, pues se le veía por un instante de una forma, peo en seguida pasaba a ser distinto, visible y diferente desde otro ángulo y otro lado, y así iba moviéndose sin parar, hasta que doblaba cualquier esquina”.
Lo anoto. Junto a la reseña de “La vida en espiral”, la nueva novela negra del senegalés Abasse Ndione, cuya anterior «Ramata» tanto nos gustó, aunque al final se le fuera la pinza. Senegal… ¡menos mal que nos queda el Senegal! Antes era una anécdota, ese comentario. Ahora es una afirmación, cargada de sentido, lógica y necesidad. ¡Menos mal!
En cualquier otra ocasión, no habría hablado de nada de esto. Hubiese mandado esos artículos a personas concretas y determinadas, por e-mail, sabiendo que les gustaría y les interesaría. Igual que das los buenos días, de forma genérica, a todo el mundo, pero de forma sentida y especial, de forma privada, a quiénes más te apetece y deseas.
Al volver de la calle, se me ocurrió la idea para uno de esos cuentos recurrentes que tanto nos gustan: las adaptaciones del clásico de Monterroso a nuestra vida cotidiana. Pero no lo podía bloguear. ¡Porque estaba fuera!
El cuento sería algo así como:
“Cuando subió en el ascensor, su olor todavía estaba allí”.
¿De qué sirve, escribir, si nadie te va a leer?
Y me acordé de otro recortico que tenía en el despacho, y que encontré la otra tarde, cuando hacía limpieza de papeles y trataba de poner un poco de orden en el caos que me rodea.
Era de Tolstoi. Y decía: “Escribir no es difícil, lo difícil es no escribir”. ¡Y tanto! Tantas veces cogía el móvil, para escribir, un SMS, un e-mail, cuantas lo soltaba y lo apartaba de mí. Porque lo difícil, efectivamente, es no escribir.
Voy a la nevera. Me gusta el agua fresca. Pero tengo una botella, ya vieja, cuya agua sabe a plástico. ¡Qué asco! No hay nada más repugnante que el agua mala. O sí. Peor es no tener agua que beber, claro. Pero eso, ni se nos plantea. Vacío y tiro la botella. No es problema.
Tengo ganas de escribir. Tengo dos cuentos, en la cabeza. Y aún no he tenido tiempo ni oportunidad de sentarme, con calma, con ganas, a escribirlos.
Pero hay que correr. Y, esta tarde, hay que ir a la Feria del Libro. Que viene nuestro querido Alfonso Mateo Sagasta, a presentar su excepcional “Caminarás con el sol”. ¡Hay que estar con él! Con sumo gusto.
Me llama un amigo por teléfono. Sé que piensa que estoy dolido por un tema. Y hace lo imposible por transmitir confianza, serenidad y buen rollo. Por tender puentes. Él no sabe que no me hace falta, pero se lo agradezco igualmente.
Cuento todo esto porque, por unas horas, no lo podía contar. Si hubiera podido hacerlo, si no hubiera estado fuera, expulsado de mi propia dimensión virtual, ¡todo esto que os habríais ahorrado!
Seguramente sí habría compartido una pregunta. Aunque seguramente no habría sido hoy:
– ¿Dónde estáis, vosotras?
Pero ahora todo está bien. Podemos entrar, nuevo. ¡Estamos dentro!
En la panadería en que compro el pan, con cada barra, unas veces te regalan una salaílla y, otras, un pitufo.
Aleatoriamente.
Yo prefiero las salaíllas. Me encanta, por la tarde, abrirlas por la mitad y rellenarlas de jamon York y queso. Los pitufos también están buenos, pero prefiero las salaíllas. ¡Dónde va a parar!
Hoy me ha tocado salaílla.
Y me he puesto tan contento.
– Si prefieres la salaílla, ¿por qué no se lo dices a la panadera, y ya está? –piensa.
– También podría comprarla. Y punto. Pienso. Pero ¿dónde quedaría entonces la sorpresiva alegría mañanera de esos sábados y esos domingos en que la diosa fortuna, materializada en la mano inocente de la panadera, me recompensa con el sencillo premio de una tierna, jugosa e imprevista salaílla? Me gusta, por las tardes, disfrutar de la salaílla de la suerte, rellena de jamón York y queso…