Había terminado de cortarme las uñas y, mientras recogía los restos del suelo, me sentía, si no autor, sí al menos cooperador necesario. O, cuando menos, cómplice.
Jesús cortado Lens
Hoy, cuando salí para ir a comprar la prensa y desayunar, no solo llovía sino que hacía un frío bastante desagradable.
Al acercarme a la cafetería, vi que había un gran revuelo de gente, en mitad de la calle.
Chafardero, curioso y metomentodo como soy, me acerqué a ver qué pasaba para encontrar que, en mitad del grupo de gente, había un tipo tirado en el suelo. Pensé en un resbalón o algo por estilo, pero cuando levantó la mirada, le descubrí la cara partida y la nariz rota, chorreando de sangre.
– Es que iba provocando – se justificaba otro de los tipos que protagonizaban aquel mogollón, mientras se masajeaba los nudillos de su mano derecha con la palma de la izquierda.
No tenía pinta de provocador el muchacho de la nariz rota, precisamente, tan bien vestido y repeinado.
– ¿Cómo que provocando? – decía otra persona. ¡Si Luis Felipe es de natural pacífico, tranquilo y sosegado y nunca ha tenido ninguna bronca o pelea con nadie!
– ¿Y a quién le importa todo eso? El caso es que iba sonriendo.
– ¿Y?
– Que le pregunté por esa sonrisa y me dijo, sencillamente, que era feliz.
Jesús lluvioso Lens
¿Estábamos tan sarcásticos en anteriores 28 de abril? 2008, 2009, 2010 y 2011.
Llegó tarde porque, dijo, creía que habíamos quedado en el otro local y no en ese. Como nunca sé de qué humor va a estar, en vez de los típicos besos en las mejillas, le tendí la mano. Se quedó cortada.
Nos sentamos. Como íbamos con prisa, ya había pedido los entrantes, pero ella apenas picó ni el steak tartar ni el ibérico: creía haber dejado claro que, en esta ocasión, nada de carne. El vino tinto, con mucho cuerpo, ya estaba oxigenándose en el decantador.
Ella, con el arroz, pidió Barbadillo.
– ¿Y cómo es que vienes en manga corta, con el frío que hace? – me dijo mientras pelaba una gamba.
– Porque te entendí que hacía calor, esta tarde.
– ¡Anda, como la vez en que llegué empapada porque creí que dijiste que ya escampaba!
Cuando le refería El Mundo, ella entendía El País. Si comentábamos el fútbol, ella pensaba en baloncesto y cuando ella me hablaba de comidas, yo me iba a las cenas.
Mezclamos el té con el café, el azúcar con la sacarina, la ginebra con el vodka y la tónica con el limón.
A la hora de pagar, me tocaba invitar a mí. Saqué la tarjeta, pero no tenían datáfono. El efectivo lo llevaba ella.
Al salir y despedirnos, cuando yo iba a besarla, ella me detuvo alargando el brazo para darme la mano.
Sonreímos ambos.
Y quedamos en hablar. O vernos de nuevo. La semana siguiente. O el mes próximo.
Jesús Lens
El país entero quedó paralizado cuando, primero en Internet y después en la radio y la televisión, se hizo público el asesinato del candidato a la presidencia del gobierno.
Dos tiros a bocajarro, después de matar a su escolta.
Los periódicos, al día siguiente, además de hacer profundos análisis sobre las causas, los posibles móviles y la identidad del asesino –se había confirmado que fue una sola persona la que ejecutó el crimen, con la profesionalidad y la sangre fría de un avezado sicario –publicaron portadas con grandes titulares y una enorme y nítida fotografía del cadáver ensangrentado, obtenida con un iPhone por un vecino y vendida, a precio de oro, a una agencia de noticias.
Federico compró un ejemplar de todos y cada uno de dichos periódicos. Un máximo de dos por quiosco, para no levantar suspicacias. Pagaba con monedas o, a lo sumo, con un billete de cinco euros. E iba a otro punto de venta, con sus gafas de sol y su gorra con visera que, durante aquel tórrido Veranillo de San Martín, en absoluto desentonaban.
Subió a casa, cogió unas tijeras y empezó a hacer recortes con las hojas de los diarios.
Lo que más tiempo le llevó fue revisar todas y cada una de las páginas, buscando la escueta y escasa información que, en realidad, el asesinato había generado. De hecho, solo había fotos en dos de los periódicos. Y que se le distinguiera realmente bien, únicamente en uno.
El texto más largo que fue capaz de encontrar sobre su víctima fue el siguiente: “Antonio Pérez Fernández, de 32 años de edad, era escolta del candidato a la presidencia del gobierno desde hacía nada más que dos meses. Murió instantánea y heroicamente, al recibir cuatro disparos a bocajarro.”
Sobre el otro, sin embargo, páginas y más páginas. Hasta en la muerte, la vida es injusta y desproporcionada.
Jesús Lens