Ya sólo el título de la película provoca las mismas sensaciones que, después, generará su ajustado metraje: por una parte, poesía. Por otra, amenaza. Confianza. Terror. Reto. Caída.
Lo escribía hace unos días, en una modélica y ponderada reseña, nuestro reverenciado Carlos Boyero: Armendáriz, que podría haberse convertido en un feliz mercenario a sueldo de cualquier productor, por su currículum y trayectoria, pasa. Y por eso su filmografía es tan corta: porque solo rueda las películas que le da la gana. Cuando le da la gana. Como le da la gana.
Chapeau.
Porque sus títulos, por lo general, no pasan inadvertidos ni sus películas terminan resultando intrascendentes, como lo son buena parte de las que se estrenan en nuestras pantallas.
Noche de domingo. Aunque el lunes fuera festivo. Sala pequeña. Pero sala llena. Público de mediana edad, en su inmensa mayoría. La película comienza con un diálogo, mientras la pantalla permanece a oscuras. Una elección estilística, la de no mostrar, la de ocultar, la de disimular; que es la única posible en una historia que, precisamente, va de eso: de ocultamientos, de esconderse, de mentiras, de no afrontar la realidad.
– ¿De que va “No tengas miedo”?
Buena pregunta. Hay una palabra, claro, que está en mente de todos. Es LA palabra. Pero, ¿va realmente de eso esta película?
Escribía Armendáriz en un artículo, el día en que se estrenaba, que después de haber entrevistado a un montón de personas que habían sufrido abusos cuando eran menores, fue una chica la que le dio la clave de la historia y le permitió arrancar. «Cada nuevo día lo vivo como si fuera el primero de mi vida. Es lo único que me ayuda a seguir adelante».
Sigue escribiendo Armendáriz, sobre esa entrevista: “Y tras un silencio, añadió: «Tú tienes un pasado sobre el que seguir construyendo algo. Otras no lo tenemos. Eso es lo que nos diferencia». No supe qué decir. Tampoco hablamos mucho más. Solo le di las gracias y, al poco, nos despedimos”.
Uf.
A mí, personalmente, leer ese párrafo me dejó sin aliento. ¡Son tantas cosas las que damos por supuestas en nuestra vida que, de repente, un testimonio tan sencillo como ése hace que salten todas las alarmas!
Sí. La película está muy bien construida y es muy ajustada. 90 minutos. No necesita más, Armendáriz, para contar la historia de Silvia. 90 minutos tan respetuosos y tan carentes de morbo, con la sordidez tan bien sugerida, que el personaje de Lluís Homar, resultando todo lo repulsivo que es, mantiene el tipo hasta el final del metraje, sin desmoronarse en ningún momento.
Pocas veces suelo decir esto: “No tengas miedo”. Una película que HAY que ver. Y punto. Otras son prescindibles. Ésta es indispensable. No es perfecta. Tiene alguna bajada de ritmo. Alguna redundancia. Pero no importa. La hora y media que dura se extiende, después, mucho más allá. Obliga a pensar. A hablar sobre lo que cuenta. Y eso vale su peso en oro.
Lo mejor: el primer “No tengas miedo, princesa. Y la cara de la niña, convertida en estatua de cera”.
Lo peor: Ya lo hemos dicho. No importa.
Valoración: O-BLI-GA-TO-RIA.
Jesús Lens