Una de las cosas que, hasta hace poco, conllevaba vivir en un país del llamado primer mundo, era que las picaduras de mosquito fueran inocuas. Molestas e incordiosas, sí. Transmisoras de graves enfermedades, en absoluto.
Estoy planificando otro viajecillo para los próximos días. Aunque la idea es improvisar bastante, empiezo a tener claro que no asomaré por esos pueblos de Sevilla que llevan aparejado en ‘del río’ a su nombre.
A lo largo de mi vida viajera, he estado muchas veces en lugares donde la picadura de un mosquito era potencialmente letal. Aquellos atardeceres en Mali y Burkina Faso. Aquellas travesías por Etiopía y Tanzania. Aquellas mañanas en las montañas de Tailandia, frontera con Birmania…
Malaria. Era una de las palabras que más temíamos los viajeros. Sobre todo, los portadores de sangre dulce, apetecible para los mosquitos. Manga larga, pañuelos y, a la hora de dormir, mosquiteras. Y pulseras, colgantes, repelentes, espirales… Cada vez que en el mercado aparecía un antimosquitos más potente que el anterior, me hacía alborozadamente con él antes de partir de viaje. Porque todo eso pasaba ahí fuera. Aquí no. Aquí, del paludismo no queda recuerdo, más allá del nombre de pueblos laguneros como Padul.
En España, a lo más que llegaba un mosquito jodón era a despertarte en mitad de la noche con su infausto volar, como si de los helicópteros de ‘Apocalypse Now’ se tratara. Y si conseguía sacarte sangre, con un poco de Afterbite, te pique lo que te pique, estaba arreglado.
Ahora, sin embargo, en pueblos lacustres de Sevilla se producen altercados en los supermercados por un quítame allá el repelente. Más de 20 hospitalizados por un brote de meningitis provocada por el virus del Nilo, contagiado por las picaduras de los mosquitos, han hecho que la pasión por el papel higiénico y la levadura del confinamiento sea un juego de niños.
Lo sé. No es para tomarlo a chirigota. Pero es que este 2020 ha venido tan informativamente dopado que resulta imposible asimilar tanto desastre junto. Pensar que, en los próximos años, los mosquitos van a pasar de ser un mero incordio a convertirse en una severa amenaza para la salud, da miedo y supone un retroceso brutal. Eso sí: lo mismo nos hace más sensibles a algunos de los problemas endémicos de países de África, América y Asia. No olvidemos que se calcula que en 2018 murieron 405.000 personas por malaria en todo el mundo.
Jesús Lens