Hace unos años, estando de viaje en un país extranjero, sufrimos un accidente de tráfico. ¡Por centímetros, no terminamos empotrados contra un remolque de varias toneladas, cargado de fruta! Esquivamos el choque por un puñado escaso de centímetros y… por la pericia de un conductor que, gracias a sus reflejos y experiencia, hizo la única maniobra posible para salvarnos la vida.
Pasado el shock inicial y una vez confirmado que todos estábamos bien, el conductor miró con odio a los conductores del camión del que se había desprendido el remolque, pero cuando les vio echar mano a lo que fuera que llevasen prendido en su cinturón, lo dejó estar.
Apenas fue capaz de conducir unos kilómetros más, sacándonos de aquella curva infernal. Paró en la primera gasolinera que encontró y rompió a llorar, larga y amargamente, dando rienda suelta a la ansiedad, a la rabia y a la impotencia que se lo comían por dentro.
Esa noche no podía sacarme de la cabeza aquellos segundos infernales. Repasaba una y otra vez cada movimiento, cada reacción de mis compañeros de viaje, la visión del remolque viniéndosenos encima y cómo una esquina llegó a rozar mi ventanilla, sacándole esquirlas al vidrio.
Y, al final, la única conclusión a la que llegaba era en lo absurdo de morir en una carretera perdida de un país extranjero, en un accidente de tráfico, estando de viaje. Haciendo turismo. Innecesario. Sinsentido.
Toda muerte es injusta. Pero la de esas cuatro personas que murieron ayer en un accidente de tráfico, en India, en un viaje que les había llevado a conocer de cerca la labor de la Fundación Vicente Ferrer; resulta especialmente dolorosa e incomprensible.
¿Por qué? ¿Por qué ha tenido que ocurrir algo así? ¿Por qué ellos? ¿Por qué justamente ahora, cuando estaban haciendo algo tan bello? Preguntas que nos hacemos cuando ocurre algo que no tiene lógica, que no responde a los parámetros causa-efecto.
Leo lo que algunos vecinos y amigos están escribiendo en Facebook sobre Francisco Pedrosa Gijón, el joven de Vélez de Benaudalla cuya vida ha quedado en India, y se me parte el alma. No conocía a Francisco, pero siento profundamente su muerte y acompaño en el sentimiento a su familia y amigos. Descanse en paz. En esa paz que él contribuía a llevar a otras personas, más necesitadas y desfavorecidas.
Jesús Lens