Librería 1616 Books de Salobreña. Sábado por la mañana. Antes de presentar “Cineasta Blanco, Corazón Negro”, ajusto cuentas con Antonio. Esto es, le pago los libros que le había encargado. Entre ellos, “La elegancia del erizo”.
– ¡Cómo! ¿No lo has leído?
La primera en la frente, del propio Antonio, al saber que era para mí y no para regalar. Y, después, fueron dos o tres interjecciones más por el estilo, de gente a la que aprecio y respeto, intelectualmente hablando:
– ¡Parece mentira! ¡Qué barbaridad! ¿Quién lo habría dicho?
A veces tiene uno la sensación de ser un delincuente literario, por omisión. Por no haber leído según qué libros o a según qué autores. Esta fue una de ellas. De repente… ¡todo el mundo había leído la deliciosa novelita de Muriel Barbery, posteriormente llevada al cine! Todo el mundo… menos yo.
Fue Reyes quién me la recomendó. Y como a las Maestras hay que hacerles caso, no tardé en hincarle el diente. A la novela. Y me gustó. ¡Claro que me gustó! ¿Cómo iba a no gustarme? Me encantan esos libros que, por alguna misteriosa razón, ponen de acuerdo a (casi) todos los lectores, con independencia de sus gustos particulares y sus diferentes intereses literarios. Y escribo (casi) porque siempre hay algunos pedantes insufribles que, con tal de llevar la contraria y mostrar su esnobismo, siempre despotrican de esos escasos títulos que concitan los aplausos (casi) unánimes de quienes los leen.
Y mira que “La elegancia del erizo” no es una novela especialmente llamada a convertirse en un bombazo editorial, al no esconder ni enigmas o acertijos del pasado, ni a listísimos cíberdelincuentes contemporáneos.
Se trata de una novela francesa por los cuatro costados, como francés es el cine de Rohmer, por ejemplo. Historias basadas en el diálogo, con un importante contenido de esgrima verbal y cultural. Una novela protagonizada por la portera de un edificio burgués en el que viven esos parisinos de toda la vida que van por el mundo arrugando pertinazmente la nariz, como si siempre estuvieran oliendo mierda.
Y ella Renée, se hace pasar por tonta, sabiendo cuál es el lugar y el comportamiento que todo el mundo espera de una humilde portera que, por otra parte, se gasta muy malas pulgas. Con quien se lo merece. Y Paloma, una niña de doce años y dotada de una exquisita sensibilidad, es de las que se merece… ¡un monumento!
La vida transcurre con una cierta normalidad en el número 7 de la calle Grenelle. Hasta que un buen día llega un nuevo propietario. Alguien que se sale de los rígidos esquemas de la grandeur francesa. El señor Ozu es un japonés que quizá, y solo quizá, tenga algo que ver con el famoso director de cine. Pero, en cualquier caso, será una presencia nueva y chispeante de la vida de Renée y Paloma que hará de sus vidas algo aún más interesante de lo que ya era.
Estamos ante una novela que reivindica los placeres sencillos de la vida y aboga por unas relaciones humanas más cálidas y sentidas, a la vez que defiende la importancia de la pasión por el arte y la cultura como elementos enriquecedores de la vida, algo que nada tiene que ver con la pose intelectual de tanto pedante y snob… como a los que me refería unos párrafos más arriba.
Pero… ¡cómo! ¿Aún no has leído “La elegancia del erizo”? ¡Qué fuerte! ¡Qué despropósito! Me parece algo inaudito. Máxime porque Seix Barral la tiene en edición de bolsillo en un formato y un precio de lo más asequible.
¿Nos vemos en Twitter? @Jesus_Lens