El miércoles, al salir de la proyección y posterior debate de “Aquel no era yo”, de Esteban Crespo, nos fuimos con Clarissa a tomar unas cervezas. Y allí nos habló de El Caldero, un restaurante con jardín en el que el sábado habría un concierto de música del Malí.
Allá que nos fuimos, Pepe, Panchy y yo.
La comida, estupenda. Que ya hacía tiempo que no me metía yo un buen chuletón de buey, entre pecho y espalda. (La carta también tiene una selección especialmente dedicada a las personas vegetarianas, que no solo de carne vive el hombre)
Pero lo mejor estaba por llegar.
A eso de las cuatro y media de la tarde, comenzó a sonar la música. A las ocho, cuando nos fuimos, tras tres exuberantes pases, era posible que siguiera sonando, una vez se resolvió la cuestión del abastecimiento de hielo.
¡Qué razón tenías, Clarissa! El lugar es muy, muy especial! Las vistas desde el comedor y la decoración; espectaculares. Toda la zona exterior, una delicia. Y la música… ¡ay, la música!
Durante un buen rato, volví al Malí y a Senegal. Gracias a la kora y a la voz del músico senegalés que lideraba un grupo en que también tocaban nada menos que Eneko Alberdi a la guitarra, Joan Massana al bajo y Valentín Murillo a las flautas y vientos. Al batería no lo (re)conocí.
Y para muestra, dos piezas. Una, corta.
La segunda, más larga.
Y así fue pasando una tarde repleta de comida, cerveza, vino y vodkas, entre música, recuerdos de viajes, charlas interesantes, encuentros y planes.
Volveremos al Caldero, claro que sí.
Por cierto, Cuate, que me han hablado de un sitio por La Zubia que se llama “La Matanza” que… bueno, ya hablaremos.
Eso sí, esta mañana, durante la carrera Memorial Padre Marcelino, cuando los restos del buey aún mugían en mis tripas, me he acordado de determinados momentos de ayer.
Tenemos dos discos, nuevos, de los que son, posiblemente, los dos mejores músicos africanos. Por un lado, el Príncipe de los Albinos, nuestro griot más amado, Salif Keita, que dice que con «Talé» se retira. No quiero creerlo. No quiero pensarlo. Pero, por si acaso, vamos con un tema de su más reciente trabajo.
Y tenemos a Rokia Traoré. Para mí es, sencillamente, La Voz. Si Miriam Makeba era Mamá África, Rokia es el rostro más reconocible de ese Malí creativo, musical, hermoso, bello y arrebatador.
¿Sabéis que yo, por ir a concierto de Rokia Traoré, haría locuras? ¡Locuras!
Música. Ardiente música africana para un sábado que, por fin, sí parece de primavera.
¿Cuando volveremos al Malí?
Ojalá que sea pronto.
Ya sabes, ¿no? Nostalgia del hogar. Volver a Malí. Feeling like going home.
Se me hace extraño escribir de Etnosur cuando estamos (casi) preparando el petate para bajar a Salobreña y, desde la base de nuestro querido Hostal San Juan, organizar otro fin de semana de jazz, amigos, espetos, encuentros, charlas, planes, proyectos y arroz.
Pero lo bueno de Etnosur, como ocurre con otros grandes e imprescindibles Festivales (Semana Negra, Encuentro Teatral Tres Continentes, Nuevas Tendencias de Salobreña, Festival de jazz…) es que sus efectos no se terminan cuando echa el cierre, sino que perduran y se amplifican, se potencian, crecen y germinan con el paso de los días, las semanas y los meses.
Este año conseguimos alojamiento en Alcalá la Real, con lo que pudimos disfrutar no sólo de los siempre imprescindibles y espectaculares conciertos nocturnos sino también de las actividades de día. Y de tarde. La Troupe Musiquera, más activa que casi nunca, puso rumbo a las tierras de frontera y Panchi, Pepe y Álvaro nos hicimos fuertes en el meollo de Etnosur, con el objetivo de sacarle todo el jugo posible. ¡Y vaya si lo hicimos!
Eso supuso un desgaste directamente proporcional a las muchas e intensas emociones y sensaciones de los diferentes eventos de los que pudimos gozar.
Por ejemplo, de estar en primera fila, en el homenaje a Miriam Makeba, la querida, reverenciada y añorada Mamá África, cuya biografía vimos en cine hace unas semanas.
Y del colosal, turbulento y abrasador directo de Femi Kuti, al que habíamos visto en Territorios Sur de Sevilla, pero que, visto de cerca, resulta absolutamente arrollador. ¡Qué despliegue de energía! ¡Qué coordinación, sincronización y estética! Una inyección, un chute de vitalidad. En vena.
El sábado por la mañana, a pique estuvimos de no encontrar sitio para la charla entre Rosa María Calaf, un arabista y Manu Bravo sobre las Primavera Árabe, con el Palacio Abacial lleno hasta los topes y un aire acondicionado incapaz de refrescar un ambiente expectante, activo y participativo. El Foro se alargó hasta pasadas las 2 de la tarde, momento en que nos tomamos una birra al son de la música ardiente de Afrogún, cuya sección de viento estaba muy inspirada en el Afrobeat más salvaje de la estirpe de los Kuti.
Y llegó el momento relax, el oasis en el desierto perroflautero de Etnosur: el Rey de Copas de Frailes, un paraíso gastronómico a 10 kilómetros de Alcalá que recordaba con todo cariño de nuestros “años alcalaínos”, con Jorge y Lidia, cuando ésta era la juez del pueblo.
Y como el tiempo no pasa, el majestuoso hojaldre de langostinos con salsa de puerros seguía siendo un exquisito entrante. Además de las variadas croquetas de autor. O el pastel medieval. Y, como plato fuerte, un ligero y digestivo cochinillo al horno, con la piel bien crujiente. El vino: un honesto tinto cuya bodega estaba a 600 metros del propio restaurante. Todo queda en casa. O cerca. Charla, risas y buen rollo nos devolvieron a Alcalá, a relajarnos al Etnochill del Paseo de los Álamos, convertido en un megaconcierto dance con todas las de la ley.
Nos merendamos un blandito, casero y apetecible bizcochito, para empapar, y tras una necesaria y reparadora ducha, afrontamos el turno de noche. Un turno de noche que, seguramente motivado por la fuerza del grupo senegalés que abrió el fuego, lo vivimos y sentimos como a cámara lenta, por duplicado. ¡Qué percusiones! ¡Cómo sonaba el Djembe! Y la tama. Y qué saltos, qué bailes, qué acrobacias.
¡Ah! Que no habíamos hablado del pase de modelos de ropa senegalesa… en patines.
Ni comentamos la exhibición que nos dio el Padre de todos los Perroflautas de cómo se toca un Didgeridoo, aunque luego quisiera sangrarnos en la venta de uno.
Es lo que tiene Etnosur: como las pilas de los conejitos… dura. Y dura. Y dura…
Este Especial África de Etnosur ha supuesto un completo chute de endorfinas, empuje, fuerza y creatividad. El domingo por la mañana, en el desayuno, charlamos un rato con Pedro Melguizo, el inventor y factótum de todo este tinglado. Me encontró con la voz rota y, sonriendo, dijo:
– Se nota que lo habéis pasado bien.
– ¡Y mejor aún, créeme!
Jesús Etnosureño Lens
PD.- Y ahora… al Jazz en la Costa. Presumiblemente, hasta el domingo. Nos vemos. Y hablamos.
PD II.- Que sí, que sí. Que otros años también hemos publicado el 22 de julio: por ejemplo. Y aquí también.
Ayer hablábamos de Omar Sosa (que, o no os ha gustado o no lo habéis escuchado, malandrines) y hoy vamos con otro de los tipazos que tocaron en Dakar: Ray Lema. Por alguna razón, yo estaba convencido de que Lema hacía rumba congolesa. Y no estoy de coña, aunque sea 28-D. Pero no. Ray Lema es congoleño y toca el piano como Dios. Esa fue la primera sorpresa de la noche. La segunda vino dada por el bajista que le acompañó en el concierto: Ettiene Mbappe, un soberbio músico al que vimos en Granada, hace años, tocando con Joe Zawinul.
Pero la tercera sorpresa fue la más especial: el homenaje de los músicos a Alí Farka Touré, el guitarrista maliense, padre del Blues africano. La canción es ésta y, como veréis en el vídeo, respira África por los cuatro costados. Porque Alí estuvo, hasta el final, en su granja de Niafunké, a orillas del Níger. Y su legado es majestuoso. En el Festival del Desierto que disfrutamos hace unos años, como decíamos AQUÍ, el espíritu de Farka Touré, recién fallecido, estaba a flor de piel. Hoy, su espíritu sigue vive.