‘Jazz blanco’ o vuelta a la esencia de Ellroy

He leído un libro que me ha dejado muy tocado. Se titula ‘Aún no se lo he dicho a mi jardín’, es de Pia Pera, lo publica Errata Naturae y no es policíaco. Por razones que les contaré en otra ocasión, la autora necesita desprenderse de su biblioteca y reflexiona con una cierta melancolía sobre los libros que ya no le dará tiempo a leer. La versión libresca del tempus fugit. 

Este verano he saldado una deuda lectora que tenía conmigo mismo desde hará 25 o 30 años. Porque este verano he leído, por fin, ‘Jazz blanco’, de James Ellroy, el desenlace (¡y qué desenlace!) de su famoso Cuarteto de Los Ángeles. Y no he leído una edición cualquier del libro, sino la versión mazacote y en bolsillo con letra ‘apretá’ que me llevaba esperando pacientemente en las estanterías de mi biblioteca desde hace lustros. 

Hace muchos años, antes de que internet fuera una prolongación natural de nosotros mismos y tuviéramos tanto acceso a la información, nos dejábamos guiar mucho más por la intuición. Así me hice con una edición barata de ‘El gran desierto’. Ni tenía idea de quién era Ellroy ni sabía nada de su literatura. (Aquí escribí de ella).

La lectura de aquella novela me conmocionó del tal manera —es uno de los momentos fundacionales para mi yo negro-criminal— que la recuerdo como si fuera ayer. Después leí ‘La dalia negra’, aunque cronológicamente iba antes. Y, cuando se anunció su versión cinematográfica, devoré ‘L.A. Confidencial’. Majestuosas las tres. Imprescindibles. Necesarias. Incontestables. 

¿Por qué no leí ‘Jazz blanco’? Porque me la guardaba para un momento especial. Podría ser para superar un bajonazo o para mitigar algún virulento acceso de soledad y melancolía. O para celebrar algo importante y singular. O para leer en algún sitio original y diferente. En la mismísima Los Ángeles, por ejemplo. ¿Por qué no? El caso es que el tiempo pasó y mi viejo ejemplar de Ediciones B fue amarilleando sus páginas hasta acabar sepultado y olvidado entre otros muchos libros. 

En el Club de lectura de Granada Noir, Penguin y Librería Picasso aprovechamos las vacaciones para enfrentarnos a tochos clásicos. A Ellroy, por ejemplo, y su mítico Cuarteto. Me hice con las nuevas y flamantes ediciones publicadas por Literatura Random House y las llené de anotaciones para comentar en nuestras charlas.

Quiso la casualidad —o no— que este año le diera un repaso a fondo a mis libros. Y me reencontré con mi antiguo ejemplar de ‘Jazz blanco’. Olía a viejo, la letra parecía haber menguado y las páginas corrían el riesgo de salir volando en cualquier momento. Se lo comenté a una buena amiga y lectora y me preguntó: “¿no estarás pensando en comprarte la edición nueva para tener los cuatro libros emparejados y relucientes, verdad?”.

“¡No, no!”, me apresté a responder con aplomo y seguridad, aunque disimulando, que me había cogido en ostensible falta. Porque eso era precisamente lo que pensaba hacer. Así las cosas, he leído mi versión ‘viejuna’ de ‘Jazz blanco’. ¡Y qué disfrute, oigan! Fue como reencontrarme con mi yo lector de hace lustros, reconectar con él. Todo un viaje en el tiempo con un viejo libro como pasaporte.  

La novela es la quintaesencia del estilo más depurado de Ellroy, pero sin llegar a lo críptico y casi manierista de algunas de sus novelas posteriores. AQUÍ, más de ESE Ellroy) ¡Ritmo, ritmo, ritmo! La pluma convertida en metralleta. Frases cortas y cortantes como navajazos. Personajes desmadrados y al límite, amorales y, sin embargo, atesoradores de una personal ética sin parangón. ¡Qué gusto, qué placer y qué satisfacción haber saldado esta deuda lectora con el maestro… y conmigo mismo!

Por cierto, si no han leído la novela, siempre pueden tratar de ver su versión cinematográfica, como contamos AQUÍ.

Jesús Lens

‘La Babilonia, 1580’, libertad con ira

Contundente. Es muy contundente. Lo que más me gusta de la novela más reciente de Susana Martín Gijón es que no se va por las ramas: sus personajes son los que son, sin medias tintas. Al que le gusten, bien, y al que no… pues también. Casi que mejor. Eso significa que ‘La Babilonia, 1580’, publicada por la editorial Alfaguara, no provoca indiferencia. 

Tengo muchas ganas de escuchar esta tarde a la aguerrida estirpe lectora que conforma Uno de los nuestros, el Club de Lectura y Cine de Granada Noir. Nos toca reunión mensual en Librería Picasso y espero que sea movida. Porque la novela en cuestión tiene miga, mucha miga. 

Las dos protagonistas principales de la novela son Damiana, una puta, y sor Catalina, una monja. Ambas viven en Sevilla, en mundos que deberían estar alejados. Pero aquella ciudad, también de los prodigios en pleno siglo XVI, permitía que el prostíbulo más famoso del momento lindara con un convento.

Las dos caras de una misma moneda: las mujeres de la época tenían pocas oportunidades para ser libres si no querían depender de un hombre vía matrimonial. Aunque sometida a normas y obligaciones, invisibilizada, el convento le permitió a Catalina leer y formarse, acceder a los libros y a la cultura. “Para la mayoría de las hermanas, la sencillez está reñida con el saber, que sólo lleva a la soberbia, pecado tan propio de poetas e intelectuales. Sin embargo, para la priora el convento debiera ser un centro de erudición y creatividad femeninos, como lo es tantas veces en el caso de los varones”, escribe la autora, que defiende el legado de Santa Teresa de Jesús.  

La prostitución, por su parte, es la única fórmula al alcance de la indómita Damiana para no tener que darle explicaciones a nadie de lo que hace con su vida. “Vendo mi cuerpo, amigo. Mi alma es pedirme demasiado”, dirá en un momento dado.  

Más allá del trasfondo histórico, perfectamente documentado por la autora sin que la erudición pese en la narración o lastre la lectura, pero haciéndola vívida y palpitante; la acción tiene que ver con un barco, la Soberbia, que debe capitanear la flota con destino a las Indias. Todo parece ir bien en su puesta a punto. Hasta que un mal día, su mascarón de proa aparece crudamente violentado con el pellejo de una mujer, literalmente hablando. Entonces se desencadenarán todas las supersticiones. 

Hay más personajes importantes, como el líder de la flota, un curtido marino con mucha(s) historia(s) a cuestas, y un joven grumete que hará lo posible, y casi lo imposible, por enrolarse. Está el inversor-capitalista, caballero veinticuatro. Y está ella, temible siempre: la Inquisición. “Quien condena a las brujas no es el demonio, sino los tuyos”, leeremos en un momento dado. Sabido es que, históricamente, a las mujeres que trataban de salirse de la senda marcada y, por ejemplo, hacían por curar a sus semejantes, se las tildaba de eso, de brujas. Y como tales se las trataba. 

Y nos queda la travesía, claro. Porque ‘La Babilonia, 1580’ trufa el noir histórico con la novela de aventuras pura y dura. Y no hay mayor aventura que hacerse a las aguas del Océano Atlántico en un barco de vela para enfrentarse a los elementos. Y a los hombres, que en alta mar, las tempestades humanas pueden ser peores que las meteorológicas. Me dejo en el tintero la trama africana. Y la del machito. Y la de… Porque son muchas las historias que cuenta Susana Martín Gijón en esta gran novela. 

Jesús Lens

Haga el favor de no leer a Ameixeiras

Diego Ameixeiras es el secreto mejor guardado del noir español contemporáneo y está muy bien que lo siga siendo. De ahí mi consejo: haga el favor de lo leerle, pero si lo hace, que sea en la intimidad, como Aznar con el catalán. Y, desde luego, si se adentra usted en ‘El ciervo y la sombra’, publicada por la editorial Alrevés, ni se le ocurra decirlo, contarlo o comentarlo. ¡Shhhhh! ¡Chitón!

Vale. Es cierto que Ameixeiras ganó el Premio Nacional de la Crítica 2021 en lengua gallega, ¿pero eso a quién le importa? Como le digo, pase de él. No le preste atención. Ignórelo. A fin de cuentas, hablamos de un tipo cuya prosa tiene personalidad propia y exuda realismo a raudales. Un estilazo, o sea. Y habiendo tanta literatura clónica, ¿para qué complicarse la vida con un escritor que puede presumir de ser precisamente eso, un es-cri-tor? Un escritorazo, de hecho. 

Tampoco perdería el tiempo leyendo ‘El ciervo y la sombra’ porque apenas son 182 páginas. La empiezas después de comer y a nada que te apliques, te la has cepillado antes de quedarte sobado por la noche. ¿Tiene eso sentido, habiendo tochos de 800 páginas esperándonos en las estanterías? Y es que Ameixeiras, en lo que otro escritor cualquiera tarda en contarte el desayuno del protagonista, se ha metido dos rayas, le ha pegado una paliza a alguien y ha traicionado a su mejor amigo. 

¡Entiéndaseme bien! Ameixeras himself, no. Sus personajes. Que son así. Cojamos el arranque de la novela, por ejemplo. Si es que hay por dónde cogerlo: 

“Los últimos días de mi vida arden bajo mis párpados.

Mi ansia de Dios explota. 

Volvemos a aquella noche. Cuando Silvio, mi ángel de la guarda, hunde su nariz en la raya de cocaína con ansiedad de oso hormiguero. El tipo que lo acompaña, al que llaman el Acacio, me mira mal. Pero no le he dado motivos.

—Este no abre la boca ni para lavarse los dientes—le dice Silvio—. Tú tranquilo.

El Acacio me clava sus ojos hielo sucio y no me gusta”. 

¿En serio, Diego? ¿En serio piensas que puedes empezar así una novela, sin largos preámbulos, sin sinuosos meandros que desvíen nuestra atención? ¿Y que será lo siguiente? ¿Escribir a bocajarro, sin regalarnos una sola palabra de más, ni un párrafo gratuito? En serio, no lo lean. A fin de cuentas hablamos de un autor que no escribe ni a mano ni a máquina. Escribe a cuchillo, como si tallara cada palabra sobre madera. ¡Qué tipo, el Ameixeiras ese!

¿Y qué quieren que les diga sobre el argumento? Mezcla la droga con la amistad. A un viejo amor con el deslumbramiento por la ilusión de la juventud anarco-colectivista más entusiasta. A las malas junteras con un cura de los buenos…

“—Tu hermano quería matarme si me acercaba a ti.

—Otro lunático, igual que tú. Siempre solucionándolo todo con los puños y las navajas”. 

¿Ven? Lo que yo les diga. ¡Estos escritores ‘asalvajaos’! ¡Qué descaro! ¡Qué fiereza! ¡Qué desestructuración!

“—¿Sigues teniendo contacto con tu padre?

—Cuando se pone sentimental, me llama. Se casó otra vez. Vive en Valencia. Supongo que será feliz a su manera, pero no me interesa lo que haga con su vida”. 

Y así podríamos seguir horas y horas. Porque abras por donde abras ‘El ciervo y la sombra’ encuentras párrafos para enmarcar. Párrafos que te habría encantado escribir a ti, si escribieras. Porque la escritura de Ameixeiras es tan deslumbrantes que hay que leerla con gafas de sol. Aunque esté nublado y llueva.

Jesús Lens

El Noir en los tiempos de la tisis

Antes de hablar a fondo de ‘1793’, una advertencia para hipocondríacos: la novela de Niklas Natt och Dag se desarrolla en Suecia, en tal año como el del título, y la tisis tiene una gran importancia a lo largo de la narración. ‘1793’ tiene tanta fisicidad como ‘El perfume’ y, protagonizada por un abogado tuberculoso, puede resultar pelín agobiante en estos tiempos de coronavirus.

Y, sin embargo, creo que es justo cuando hay que leerla. ¿No están en boca de todos ‘La peste’ y ‘El Decamerón’, por ejemplo? Pues no duden en hacerse con la novela de un nuevo fenómeno sueco que nos promete más emociones fuertes en el futuro, no en vano, estamos ante el comienzo de una trilogía muy potente.

‘1793’ arranca con la aparición de un cadáver flotando en un lago de Estocolmo. El cuerpo está mutilado y desfigurado cuando Mickel Cardell, un veterano de guerra tan duro como buscapleitos, lo saca de las aguas. La investigación del crimen la asume un abogado llamado Winge. Y le corre prisa rematarla dado que tiene tuberculosis y el tiempo se le está acaba, literalmente hablando.

A través de una soberbia estructura que da vertiginosos saltos en el tiempo a través de distintos flashbacks y mientras tratamos de averiguar quién es el muerto y por qué acabó de tan mala manera, conoceremos los vientos de revolución que, importados de Francia, sacuden el norte del continente.

Es tiempo de cambios. Y ya se sabe que los cambios, cuestan. Por ejemplo, cuesta que la policía utilice medios modernos y científicos en una investigación, más allá de sacudirle la badana a unos cuantos incautos para que canten por soleares. Asistimos a los inicios de la criminología moderna en una extraordinaria novela negra con raigambre histórica que también apela a la maldad pura, a la maldad sin ambages.

Editada en España por Salamandra, una de las editoriales más interesantes por lo que al género negro se refiere, ‘1793’ ha batido récords de ventas en Suecia, está previsto que se traduzca a 30 idiomas y obtuvo el premio al mejor debut de la Academia de Escritores Policíacos.

La dialéctica entre la razón y la fuerza, entre el rigor científico y la contundencia de los puños desnudos, entre la deducción y la implosión; está perfectamente representada por la dupla protagonista: el tísico y delicado Winge y el bruto de Cardell. Como en tantas novelas y películas antes, el recurso de la pareja de socios a la fuerza funciona a las mil maravillas. Resultan tan distintos como complementarios. Guantes de seda y puños de acero para abrirse paso en una sociedad compleja e igualmente contradictoria, cargada de prejuicios y que, aferrada a la tradición, se resiste a cambiar.

Sin solución de continuidad, los protagonistas transitan de los grandes palacios de la burguesía sueca más poderosa a los barrios más miserables consumidos por la tuberculosis. De las dependencias policiales a los lupanares. De los salones más refinados a las tabernas más cochambrosas.

Y, como les decía al comienzo de esta reseña, la ciudad de Estocolmo, en ‘1793’, huele. Huele el cieno de sus canales. Huele el sudor de los trabajadores. Huelen los restos de vino acumulados en la barra de los garitos más infectos.

Es uno de los puntos fuertes de una novela que combina el noir con lo histórico, perfectamente contextualizada en la época en que transcurre: el tránsito del antiguo régimen a una Europa más moderna, aunque no sé yo si necesariamente más civilizada.

Y está el tercero en discordia. El villano de la función, sobre el que conviene no dar una sola pista. La estructura de ‘1793’ es un mecanismo de precisión tan ajustado que cualquier comentario extemporáneo puede suponer un incómodo spoiler que fastidie la lectura. Por tanto, en este sentido, silencio total. Sí les avanzo que en la novela se habla de la Orden de los Euménides, una élite económica que abusa de sus prerrogativas y comete depravaciones sin límites.

Tal y como ha explicado el autor, la Orden no existió como tal, pero sí hubo comportamientos sectáreos parecidos. Y es que el gran capital tiende a perder el contacto con la realidad, fabricando una moralidad a la carta que resulta nociva y empobrecedora para el conjunto de la sociedad. De ahí la vigencia, en el cada vez más desigual siglo XXI, de una novela que transcurre a las puertas del siglo XIX.

Niklas Natt och Dag ha escrito una historia basada en los personajes que la protagonizan, el contexto histórico en que transcurre la acción y el espacio físico en que se desarrolla la trama. ‘1793’ es una novela al límite. Su prosa es morosa, tranquila y reposada. No esperen grandes dosis de adrenalina ni una acción desbocada. Hay sorpresas, claro que sí, pero no es lo más importante de esta estupenda narración.

Jesús Lens

Todos a bordo de «El último barco», de Domingo Villar

Confieso: hubo un tiempo en que estaba convencido de que ya no lo leería. Ni yo… ni nadie. Al nuevo libro de Domingo Villar, me refiero. Por fortuna, me equivoqué. Yo, y todos los que pensaban como yo. Que eran muchos.

Porque Domingo Villar ha vuelto a las librerías con ‘El último barco’, la nueva novela protagonizada por Leo Caldas, su personaje de referencia. ¡Y cómo han vuelto, Caldas y Villar! Esta novela policíaca de 700 páginas se ha convertido en uno de los títulos imprescindibles del año, de lectura obligatoria para los amantes del Noir… y para quienes no sean aficionados al género negro, que tiene un componente realista y humanista que gustará a todo el espectro lector.

Estamos de enhorabuena, pues. Especialmente porque Domingo Villar se había convertido en un enigma y, durante los diez años transcurridos desde la publicación de su anterior novela, ‘La playa de los ahogados’, empezaron a correr diversas leyendas urbanas sobre su nuevo manuscrito. Aunque, en el caso de Domingo, más que urbanas, debían ser marinas.

Como si de un misterioso personaje mitológico de Cunqueiro se tratara, Domingo escribía, reescribía y volvía a escribir una novela cuya única copia pudo quedarse en un taxi, olvidada por el autor. Aunque también podría haberse disuelto en las entrañas de un ordenador que pasó a mejor vida, sin que Villar hubiera hecho copia de seguridad.

El halo de misterio que le rodeaba pareció desvanecerse en 2012, cuando el boletín de novedades de Siruela anunció la publicación de ‘Cruces de piedra’. Estábamos tan próximos a leerla que incluso nos deleitamos con una excelente portada, entre lo evocador y lo misterioso, con el océano como protagonista.

Pero el libro no salió: en un ejercicio de honestidad brutal y de compromiso con la máxima exigencia literaria y personal, el autor decidió que, por circunstancias íntimas, aquella no podía ser la nueva historia de Leo Caldas. Y empezó a escribir, de nuevo, una historia diferente y original.

Por todo ello entenderán lo emocionante de ir a la librería Picasso y comprar, ahora sí, la nueva novela de Domingo Villar, ‘El último barco’, de nuevo publicada por Siruela, editorial a la que es necesario agradecer el mimo con el que ha cuidado a su autor.

Cuando me gustan… ¡cómo me gusta que las novelas sean largas! Sirva esa tautología como declaración de principios: disfruto cuando los buenos libros se demoran en la presentación de los personajes, cuando la trama se va desmadejando despacio, cuando las relaciones entre los protagonistas fluyen delante de mis ojos. Me gustan las anécdotas y digresiones, la multiplicidad de personajes y que el autor me muestre un amplio abanico de posibilidades argumentales, sin llevarme a hopo, sin resuello o con las bridas tensas.

De ahí que las 700 páginas de ‘El último barco’ se me hayan hecho cortas y que, al llegar a su recta final, pasando de la 500, ya tuviera claro que no iba a levantarme del sofá hasta terminar de leer esta fascinante historia.

La capacidad de Villar para concentrar en escasos días y en un reducidísimo número de escenarios la investigación de la desaparición de una mujer, manteniendo en todo momento la tensión y el interés del lector, es la mejor prueba de su extraordinario talento narrador.

A destacar su encendida y entusiasta descripción del trabajo que se hace en las Escuelas de Arte y Oficios, una defensa a ultranza de la labor paciente y esmerada de los artesanos, de la labor manual realizada sin prisas, poniendo los cinco sentidos en modelar barro o tallar madera para hacer piezas de cerámica o instrumentos de música.

Una labor que tanto tiene que ver con la paciente investigación de Leo Caldas, ese brutote encantador que es Estévez y la efectiva Clara. Una labor tan emparentada, también, con el arte de contar historias. De escribir novelas. Un arte que, como el de los buenos diálogos y las mejores conversaciones, requiere de tiempo, calma y sosiego.

Así las cosas, al terminar la lectura de ‘El último barco’, ardía por hablar de ella. ¡Pero cualquiera decía nada, con la que está cayendo con los spoilers! Me toca esperar al día 13 de junio, a la próxima reunión del Club de Lectura de Granada Noir, cuando entraremos a saco para destriparla, final incluido. Es lo que tienen las mejores lecturas: incitan a la charla y al intercambio de opiniones.

‘El último barco’ es uno de los grandes libros del año y muerdo por hablar de él. ¿Se animan? Estoy seguro de que al gran Paco Camarasa, nuestro añorado librero de Negra y Criminal, también le habría entusiasmado y andaría recomendándolo encendidamente, con el convencimiento del que acierta seguro y sin margen de error.

Jesús Lens