El hombre de arena

Durante unos días, los pocos que me duró la lectura de “El hombre de arena”, me convertí en un tipo más huraño e insociable que de costumbre. A cada propuesta que se salía de las obligaciones forzosas del día a día respondía con un “No” tan cortés como inflexible.

 El hombre de arena

Y es que hacía tiempo que no me enganchaba de esa forma a un libro, buscando cualquier rato para leer. Hasta que llegó el fin de semana y, por fin, pude tumbarme el puñado de horas necesarias para terminar una lectura adictiva. Muy adictiva.

Y eso que yo, en esto de la novela negra, no soy muy de nórdicos que digamos, por mucho que en su momento cayera rendido a los pies de Lisbeth Salander y de Larson y disfrutara de la lectura de “El último lapón”, que ya reseñamos aquí.

Kepler.

¿Les suena el nombre?

A mí no me sonaba de nada. Hasta que fui al cine a ver “El hipnotista”, hace unos meses, película sueca basada en una de las novelas de un autor, Lars Kepler, que, en realidad, son dos personas. Y, además, pareja: Alexander Ahndoril y Alexandra Coelho Ahndoril, padres de tres hijas y que antes de unir sus fuerzas ya contaban con una sólida carrera como escritores, por separado.

 El hombre de arena Lars Kepler

De aquella película recuerdo, sobre todo, lo opresivo de su ambientación, su fotografía sucia y gris y lo extremadamente fea que aparecía en pantalla una ciudad tan hermosa como Estocolmo. Y el frío, claro. El frío, gélido. Y la nieve. Y el hielo.

Y de todo ello hay en “El hombre de arena”, claro.

Todo comienza con un asesino en serie. Encerrado. Peligrosísimo. Letal. Solo una comparación es posible: Hannibal Lecter. Y tenemos a un policía, claro. El que le dio caza, precisamente. Y la acción de precipita con la aparición de una persona desaparecida mucho tiempo atrás. Y nos encontramos con una agente, kamikaze, que tendrá que infiltrarse en una institución psiquiátrica para tratar de resolver un enigma de proporciones insondables, enfrentándose no solo a los demás internos sino también sobre todo, a sus demonios. Que no son pocos.

 El hombre de arena dibujo

A partir de ahí, quinientas y pico páginas auténticamente adictivas, escritas en capítulos cortos, de dos páginas como máximo, que te invitan, te incitan y casi, casi te obligan a seguir leyendo.

¡Qué sensación más gustosa, la de terminar un capítulo, estar muerto de sueño y decirte a ti mismo eso de “uno más y apago la luz”!

 El hombre de arena lectores

Sé que mi a admirado Ignacio Midore no le gusta la costumbre que tenemos algunos de “devorar” libros, dado que la pasta de papel resulta ciertamente indigesta. Pero si hay un libro que he devorado, metafóricamente, en los últimos meses, ése ha sido “El hombre de arena”. Y mira que una de las frases promocionales del libro ya advierten de ello:

“Aunque el ritmo galopante de “El hombre de arena” invita a devorarlo, el lector debería tomarse su tiempo para deleitarse con el fascinante mundo creado por los Kepler”

Lo voy a dejar aquí. La novela está recién publicada por la editorial Planeta y no quiero dar ni una sola pista sobre el contenido, los protagonistas o la trama. De hecho, lo que apunté hace unos párrafos apenas sirve para hacerse una primera, ligera y vaga idea de lo que espera al lector.

A buen seguro, “El hombre de arena” no tardará en ser llevada al cine. Yo que tú me adelantaría y sería el primero de tus amigos y conocidos en leerla, para poder recomendarla después con esa frasecilla que, en el fondo, tanto nos gusta soltar, tomando una caña en la barra del bar: “yo la leí antes”.

Jesús Lens

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El último lapón

Confieso que dudé al abrir el paquete recién llegado desde la librería Negra y Criminal.

(Uno de los grandes momentos de cada mes, dicho sea de paso, es el de abrir esa caja de cartón, procedente de La Barceloneta, y asomarme a descubrir los tesoros que los sabios Paco Camarasa y Montse Clavé le han añadido, por su cuenta, a mis peticiones).

 El último lapón

Digo que dudé porque ahí estaba, entre otros títulos, la novela El último lapón, dedicada por su autor. Y como no hace mucho que estuve en Noruega, Suecia y Finlandia, me apetecía enfrentarme a una trama negra y criminal que acontece en un escenario tan improbable como la gélida Laponia, solo comparable a aquella Antártida del tebeo Whiteout, de tan grato recuerdo.

Pero… ¿y si Olivier Truc era otro de esos autores nórdicos pesimistas y apesadumbrados que necesitan tres páginas para decidirse a abrir la puerta del dormitorio, al levantarse de la cama?

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Jesús Lens

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Afilado como un blues a medianoche

Hay reseñas en las que no puedo ser objetivo y ésta sobre la última novela de Javier Márquez es una de ellas. Por varias razones.

 Afilado como un Blues a Medianoche

La primera, porque Javier es un tío cojonudo. Y eso, imprime carácter y marca a la hora de escribir sobre cualquiera de sus textos o actividades, desde un cuento a un reportaje en las estupendas revistas Forbes o Esquire, a una entrevista o… por supuesto, una novela.

La segunda razón por la que no puedo ser objetivo es porque “Afilado como un blues a medianoche” es un proyecto que conozco desde hace tiempo y que he visto nacer, crecer, madurar, podar y hasta bautizar; por lo que lo siento como un poco mío. Tras haber hablado largo y tendido con el autor sobre la trama, los personajes y las diferentes situaciones que plantea, hasta llegar a su portentoso final; feo estaría ahora que dijera que hay algo que no me gusta, no me convence o me chirría.

 Afilado como novedad

Una tercera razón por la que me chifla, subjetivamente, esta nueva entrega de Márquez es que estamos ante la continuación de aquella joya titulada “Letal como un solo de Charlie Parker” que ya comentamos aquí y que no me cansé de recomendar, ígnea y abrasadoramente, a todo bicho viviente que me pedía consejo lector… y también al que no me lo pedía.

Y cuando digo continuación quiero decir, sí, segunda parte. A mucha honra y sin prejuicio alguno. Porque una de las muchas cosas que agradecerle a Coppola es que dinamitara e hiciera saltar por los aires, con El Padrino II, el manido tópico de que Segundas partes nunca fueron buenas.

¿Qué no?

¡Espérate a leer la segunda de las aventuras protagonizadas por el inefable, grandioso y colosal Eddie Bennett y me lo cuentas! Una novela que, por supuesto, se disfruta aunque no hayas leído la primera de la saga.

 Letal como un solo de Charlie Parker

Y es que, aunque la siguiente exclamación sea una subjetividad tan grande como la capacidad lumínica de Las vegas, ¡has de leer esta novela, sí o también! Porque te lo vas a pasar… de cine.

Y ahí ya soy muy, pero que muy objetivo. Porque el universo que ha creado Márquez es muy, muy cinematográfico. Muy de mitad del siglo pasado. Y muy, profundamente norteamericano. Y es que Eddie Bennett vive y trabaja en las míticas Las Vegas en que reinaban Sinatra, Sammy Davis Jr. y, por encima de ellos, Dean Martin.

Pero los que gobernaban, en la sombra, eran otros personajes. Gángsteres y mafiosos sin escrúpulos que tenían conexiones con la mismísima Casa Blanca, convertida en el Camelot de los Kennedy. Y está Marilyn, claro. Porque el trabajo de Bennett, una especie de Sr. Lobo cuya especialidad es arreglar problemas, le lleva a trabar conocimiento con una leyenda del cine que, también era mujer. Además, Bennett se hará colega de un tipo que dejará mudos a todos los amantes del género negro y criminal.

Podría pensar alguien, eso sí: ¿qué hace un tipo de Sevilla y, además, insultantemente joven, escribiendo sobre Las Vegas y el Hollywood de los 60?

 Afilado como Javier Márquez

Créanme: el caudal de información y documentación que atesora Márquez sobre todo aquello de lo que escribe le convierte en una voz tan autorizada en la materia que no será raro que Martin Scorsese lo contrate como consultor cuando, por fin, enfrente el rodaje de su película sobre Dean Martin.

Ritmo, música, balas, peleas, juego, conspiraciones, estilo, copas y algunos de los diálogos más cínicos, crudos y descarnados de la actual narrativa española se encuentran, sabiamente combinados, en “Afilado como un blues a medianoche”. Una novela, además, dotada de una sólida estructura y que confirma a Javier Márquez como uno de los grandes de las letras negras escritas en castellano.

 Afilado como un Blues a Medianoche portada

Pero, claro. Esto es solo mi opinión. Subjetiva. Ahora, de ti depende si me crees y, de paso, te haces un favor a ti mismo; o si no lo haces y decides pasar de leer una de las grandes novelas del 2013. Lo que, sin duda, sería un gran error. Por tu parte.

Jesús Lens

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La verdad sobre el caso Harry Quebert

¡Increíble! De verdad. ¡Me parece total y absolutamente increíble! ¿En serio este culebrón ha ganado todos los premios que dicen las solapas y la contraportada del libro que ha ganado? ¿De verdad es verdad que hay gente (seria) que, de verdad, ha escrito todas esas flores, loas y encendidas alabanzas que se leen en la faja roja que adorna el libro?

Esta es modestica...
Esta es modestica…

Quiénes me leéis sabéis que yo escribo reseñas porque me gusta y porque me da la gana. Así, hablo entusiásticamente de los libros que me entusiasman y, de los que me gustan menos, resalto lo más destacable, lo mejor que tienen. Sin embargo, cuando leo algo que no me gusta, no lo comento. Paso. Me callo. No soy profesional de la crítica y nadie me paga por escribir así que… no me gusta ser destructivo.

Excepto cuando me toman el pelo y se cachondean de mí. Con premeditación, nocturnidad y alevosía.

“La novela que todo el mundo recomienda”.

¡Toma ya!

Así la publicitaba la editorial Alfaguara en los grandes suplementos literarios de los periódicos nacionales de hace unos fines de semana. Y eso sí que no.

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Pero es que encima, cuando lees que es un cruce entre Larsson, Nabokov y Philip Roth; te agarra un retortijón en las tripas que te obliga a dudar entre echar la pota o cagarte por las patas abajo. ¡Y la publicidad no hace referencia a “Twin Peaks” y a Laura Palmer porque David Lynch ya no es el que era!

Y mira que la novela empieza bien, dando unas lecciones para aprendices de escritor que tienen su punto y su gracia. Con razón, también, dicen las frases promocionales que “La verdad sobre el caso Harry Quebert” será de lectura y uso obligatorio en todos los talleres de creación literaria que se precien.

Eran más o menos las 100 y estaba yo preguntándome la razón de que Fran, mi querido coautor, echara pestes de ella. Las 100 primeras páginas, quiero decir. Se trataba de una lectura ágil que, sin asomo de Larsson, Roth o Nabokov; nos enfrentaba a esa situación tan del gusto de los lectores: el bloqueo creativo y el miedo a la hoja en blanco. Además, unos primeros apuntes sobre esas biografías fingidas que, personalmente, tanto me gustan.

Pero fue pasar de ese primer centenar de páginas y la cosa empezó a joderse. Porque la trama, basada en la investigación de la desaparición de una chica, acaecida treinta años atrás; empieza a dar más vueltas que un trompo. Perdón. ¿Investigación he dicho? ¡Por favor! ¡Qué me detenga la policía de la credibilidad novelística sobre lo que debe ser una investigación!

 la verdad sobre caso harry quebert

Daría mucha risa todo lo que tiene que ver con la supuesta investigación si no fuera porque la comparación con Larsson hace que se nos abran las carnes. Casualidades, potras, conversaciones rijosas, encuentros afortunados y un “descubrimiento” tras otro hacen avanzar a trompicones una trama que se cree ingeniosa y adictiva por ir provocando sorpresa-bomba tras sorpresa-bomba en el lector, complicando cada vez más la historia y abriendo infinitas posibilidades a la resolución.

En teoría. Todo en teoría.

Porque, en realidad, como no te crees nada de lo que pasa, te importa un cojón cada supuesta nueva revelación en una historia de amor que… ¡por favor! ¿Eso es una historia de amor? ¡Coño! ¡Si hay más intensidad en las cartas de amor de un adolescente con la cara llena de granos supurantes que en las páginas de esta farsa!

Y no vamos a hablar del final porque, en ese caso, empezaría a aporrear las teclas de este sufrido portátil con tan mala baba que terminaría hundiéndolas, destrozándolas y haciéndolas fosfatina. Mierda, o sea.

 la verdad sobre caso harry quebert problemas

Y luego está el argumento de que “se lee muy fácil”, que yo mismo he utilizado para tratar de salvarle la cara a esta lectura. Pero es que, claro… ¿no se va a leer rápido, si hay partes que, de tan imbéciles, te las tienes que saltar, si te respetas a ti mismo como lector?

En fin.

Que me disculpen la cantidad de procacidades que he escrito sobre el, por otra parte, noble y legítimo producto del trabajo de un escritor, Joël Dicker, que seguro que se lo pasó muy bien escribiendo la novela. De hecho, si no hubiera sido por la campaña de marketing tan brutal a la que “La verdad sobre el caso Harry Quebert” ha sido sometida, seguramente la habría leído con otro talante y de otra forma. No diré que me habría encantado, pero quizá sí me habría divertido. Al no haber esperado una obra maestra del siglo XXI, no me habría decepcionado de esta manera.

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No sé si tú la habrás leído o no. Ni que piensas. Pero me gustaría saberlo. ¿Vamos a ello?

Jesús Lens

 

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Herejes

Como en la gloriosa, memorable y maravillosa La neblina del ayer, la acción de esta nueva novela de Padura acaece en tres planos espacio temporales distintos: la Cuba contemporánea, la Cuba de los años 30 del pasado siglo y… la Ámsterdam del siglo XVII en la que vivió un tal Rembrandt, de oficio, pintor.

¿Qué liga estos tres escenarios tan diferentes, alejados y hasta contradictorios entre sí?

 Herejes portada

Un cuadro.

Un lienzo.

Pintado por el maestro. Un cuadro que aparece, inopinadamente, en el catálogo de una subasta a celebrar en Londres. Y que un tipo llamado Elías Kaminsky, residente en Miami, reconoce como perteneciente a su familia.

Si quieres leer más sobre la reseña que he escrito de «Herejes», date un salto a nuestra página hermana, en Calibre 38.

 

Herejes, en Carchuna
Herejes, en Carchuna

¡Ya tardas!

Jesús Lens

En Twitter: @Jesus_Lens