Me van a permitir la licencia de hacer algo que nunca hago, pero la ocasión lo merece. Les voy a recomendar encarecidamente que compren, sea para leer ustedes, sea para regalar; un tebeo que todavía no he terminado de leer. De hecho, apenas voy por la mitad, pero estoy tan entusiasmado que no puedo esperar una semana más para hablarles del ‘Nestor Burma’ de Léo Malet y Jaques Tardi, una de las cumbres del noir europeo, recién publicada por Norma Editorial en recopilatorio integral que no puede faltar en cualquier biblioteca negra y criminal que se precie.
Hace años que leí ‘Niebla en el puente Tolbiac’, la primera historia de este totémico recopilatorio. Recuerdo que me gustó tanto el personaje de Burma que decidí no leer ningún otro de los tebeos para entregarme a las novelas de Léo Malet. Nunca lo hice. Que me perdone mi querida Charo González Herrera, una fan furibunda del autor galo y una de las mejores lectoras de este país, coordinadora de varios clubes de lectura.
Le pregunto por Burma y Charo lo tiene claro: “me gusta mucho porque me explica una parte de la historia de Francia que era muy desconocida para mí, como el gobierno de Vichy la posguerra mundial. Me gusta también porque es como un Sam Spade a la francesa. ¡Es muy chulo!”. ¿Y la adaptación al cómic? “Me encantan: Tardi es lo más. Es para enmarcar cada viñeta. Son tan precisos, tan chulos… son una pasada”, concluye una Charo cuyo entusiasmo siempre es contagioso.
Nestor Burma es, efectivamente, uno de esos detectives privados cínicos y descreídos, pura esencia del noir fundacional. Y no es para menos: Malet le dio vida en el año 1942, en mitad de una Francia ocupada. Las heridas abiertas por la II Guerra Mundial y la dura posguerra supuran en sus narraciones, cargadas de fatalismo.
La primera de las historias, la del puente Tolbiac, arranca en 1956 y es capital para conocer los orígenes libertarios y anarquistas de un Nestor Burma al que se le aparece un fantasma del pasado reclamando justicia. En la mejor estirpe de los héroes de Chandler y Hammett, Burma no cejará hasta esclarecer la verdad y hacer justicia… o algo parecido. Eso sí, aunque tendrá que pagar un peaje demasiado doloroso. Porque la fatalidad siempre impregna sus narraciones.
Estoy a mitad de ‘Calle de la Estación, 120’, una historia larga y morosa que transcurre en esa Francia ocupada de comienzos de los 40, en una ciudad de Lyon ominosa, siempre cubierta de niebla. A través del evocador dibujo de Tardi, cada vez que Burma los puentes sobre el Ródano o el Saona se nos mete dentro la humedad. Los siniestros callejones, el calor de los bares y cafés. ¡Una pura gozada!
Y ahora pasemos a hablar de ‘Evaristo’, otro recopilatorio con nombre propio. En este caso, nos vamos a la Argentina de finales de los 50, sacudida por la violencia de unas bandas que no tenían nada que envidiar a las de Chicago en los años 30. Frente a ellas, Evaristo Meneses, no por casualidad apodado como ‘El Eliot Ness argentino’.
‘Evaristo’ está basado en un personaje real, un policía con código de honor propio que, cuando dejó el cuerpo, montó una agencia de detectives. Es fantástico cuando le da una paliza a uno de los policías que han maltratado a un sospechoso adolescente, por ejemplo. Porque su gente no tortura. Y eso que él tiene la mano larga y no duda en repartir mamporros o tirar de la pipa cuando considera que la situación lo requiere.
Cuando el Evaristo de carne y hueso vio las primeras planchas del cómic, surgido del talento de Carlos Sampayo al guion y Francisco Solano López a los lápices, con el laconismo que le caracterizaba, solo dijo que él era más bajo y menos gordo que su representación gráfica. Por lo demás, todo bien.
Si las historias de Burma son largas y las tramas concienzudas, ‘Evaristo’ es pura atmósfera, ritmo y expresividad gráfica. Historietas cortas, directas al mentón, como un directo de izquierdas en plena cara.
Estas fiestas, no tengan dudas. Si les gusta el cómic noir más clásico, ‘Evaristo’ y ‘Nestor Burma’ son dos apuestas ganadoras. ¡Feliz Navidad!
Jesús Lens