Con lo de Halloween pasa como con lo del salto de la reja, en El Rocío: nunca está claro cuándo es el momento apropiado para que los mozos peguen el primer brinco, dando el pistoletazo de salida al virginal frenesí almonteño.
¿Está usted pensando en hablar mal de Halloween? Pues ajuste los tiempos. Si lo hace demasiado pronto, parecerá usted un amargado y un mala follá de tomo y lomo. Pero si retranquea en exceso y clama contra las invasiones foráneas demasiado tarde, quedará como un cansino y un pesao, tan repetitivo como reiterativo.
Los argumentos a favor y en contra de Halloween están tan trillados que resulta ocioso entran en ellos. Da igual que vista con vaqueros, se pirre por los tomates, las patatas o el chocolate y esté encantado con los Magos de Oriente, mucho más nuestros que ese okupa de las Navidades llamado Papa Noel: al guardián de las esencias patrias nunca se le podrá convencer de que Halloween, mola.
Tras disfrutar del Tenorio -seguramente grabado en una cinta VHS, de cuando Televisión Española era una Televisión como Dios manda- y tras cenar un potaje de castañas y unos huesos de santo, nuestro granaíno de pura cepa enfilará el Paseo de los Tristes, meditando sobre el ser y la nada, sin entender el éxito de las telarañas, las brujas y esas calabazas tan gordas como huecas.
En serio: hay debates que conviene obviar. El de la celebración/condena de la Hispanidad es uno de ellos. El de Halloween/Santos, otro. Las afecciones y las desafecciones son tan viscerales que no cabe ningún tipo de debate sobre el particular.
Lo paradójico de la cuestión es que la persona para la que Halloween es una intolerable muestra de colonialismo cultural extranjero, suele estar fervorosamente orgulloso de la Hispanidad… y de su expansión por toda Sudamérica. Y eso sí resulta más difícil de comprender. O no. Que ya se sabe que con la patria, como con la madre: con razón o sin ella.
Y ahora, les dejo, que se me pocha el glaseado de los huesos de santo.
Jesús Lens