Uno de los efectos colaterales de partidos de fútbol como el del sábado es que, durante su disputa y en las horas siguientes, las redes sociales se convierten en monotemáticas. Que si gol por aquí, que si fuera de juego por allá, que si a las 11 será la 12, que si enhorabuena, que si campeones…
El impacto global de partidos como el de Cardiff es tan brutal que apenas queda espacio para nada más. Y es ahí, por las rendijas, por donde tratan de colarse los antifutboleros, a través de concienciados mensajes del tipo: “si le prestáramos tanta atención a las injusticias como al fútbol…” o “más libros y menos goles”.
Siendo como soy un madridista irredento que huyó del fútbol hace mucho tiempo, no me gustan ese tipo de mensajes. Me irritan. No porque les falte razón sobre lo avasallador del deporte rey, sino porque provocan el efecto exactamente contrario al que pretenden.
La supuesta superioridad moral del que, en pleno éxtasis colectivo, nos recuerda que el mundo es una puta mierda o aprovecha para afearnos lo incultos que somos por no estar leyendo, convierte su causa en algo antipático, incómodo y molesto. Salvo que lo haga con humor, gracia o ingenio, por supuesto. Pero no suele ser el caso.
El Pepito Grillo que, mientras Ronaldo marca goles o Sergio Ramos alza la Copa de Campeones, aprovecha para criticar a la gente por estar perdiendo el tiempo con semejantes pamplinas mientras hay niños muriendo de hambre en el mundo, además de resultar impertinente, insulta su inteligencia.
¡Como si no se pudiera ser una persona socialmente consciente y políticamente comprometida y, a la vez, disfrutar de un partido de fútbol! Como si fuese incompatible ver baloncesto, una etapa del Tour de Francia o a Rafa Nadal en Roland Garros y, después, leer un libro, ir a un concierto o ver una película. De Kurosawa, incluso.
Señores aguafiestas: el día tiene 24 horas. Y el ser humano es capaz de hacer cosas diferentes y variadas en tan largo lapso de tiempo. No es necesario ser héroe a tiempo completo. De hecho, no es ni recomendable.
Cada vez que un amante de los libros critica al fútbol, contraponiendo el placer de la lectura al de los goles, provoca un contagioso efecto rechazo hacia el mundo de la literatura que flaco favor le hace.
Jesús Lens