Hace muchos, muchos años, me tocó en (mala) suerte un jefe que no salía a tomar café, alardeando de que él venía desayunado de casa. También fantasmeaba sobre otras actividades que dejaba resueltas en su sacrosanto hogar antes de salir de buena mañana, pero esa es otra historia.
El caso es que el hombre nunca dijo nada sobre el hecho de que saliéramos a la calle a tomar un café y una tostada, pero sufría con aquello. Sufría tanto que, cada vez que nos pasábamos un minuto de lo marcado en el convenio colectivo, nos reconvenía. De hecho, era tal su obsesión con la cuestión del desayuno que había días en que, antes de salir, ya nos estaba advirtiendo que no nos retrasáramos.
Conozco a compañeros cuyos jefes, que tampoco salían a desayunar, estaban tan obsesionados con la cuestión que se veían obligados a encargar las tostadas por teléfono, de forma que cuando llegaban a la cafetería ya las tenían preparadas. ¿Cuánto tiempo y esfuerzo no desperdiciaban aquellos sujetos, controlando el horario del café de sus empleados? Por no hablar del ambientillo de trabajo tan agradable que contribuían a generar…
Sí. Todos hemos tenido compañeros especialistas en escaquearse, en llegar tarde, en irse pronto o en perderse durante la jornada laboral, pero lo uno no justifica lo otro.
Traigo a colación este recuerdo porque lo de Cristina Cifuentes y sus no vacaciones me parece tan lamentable, penoso y vergonzante como ilustrativo: un hito más en la campaña de desprestigio al que se enfrenta el descanso anual de los trabajadores. Estén atentos y detectarán ustedes muestras de dicha Cruzada a lo largo de estas semanas, con reportajes sobre las “bondades” de no tomarse períodos vacacionales demasiado largos o sobre cómo conseguir que su descanso sea productivo.
Reportajes tan descacharrantes que, como fórmula para prevenir el estrés posvacacional, recomiendan madrugar en vacaciones y mantenerse alerta, activos y no del todo desconectados. Y no tomarse más allá de dos semanitas de descanso, no vaya a ser que el cuerpo se acostumbre y la mente perciba que hay vida más allá del curro.
¿No piden ejemplaridad, las elites? Pues que sean ejemplares, también, demostrando que tienen vida más allá de lo profesional. Que a mí, todo el que orquesta su existencia exclusivamente en torno al trabajo, me resulta sospechoso. Por ágrafo, aburrido, cateto e inculto.
Jesús Lens