Hoy aPostamos por otra novela que tampoco nos ha hecho particularmente felices…
No sé si sería casualidad, el destino o lo que sea, pero justo el día que terminé de leer “La mano invisible”, de Isaac Rosa, tuve una bronca monumental con una teleoperadora.
En vida cotidiana, procuro ser un sujeto poco molesto, en la medida de lo posible. No armo bulla, no pego voces, no insulto, hago colas, suelo pedir las cosas por favor y dar las gracias… lo que podríamos llamar un ciudadano normal y corriente.
Leer “La mano invisible”, sin embargo, ha hecho que me sienta como un auténtico y redomado cabrón. Y no solo hoy, cuando tuve la bronca con la teleoperadora.
El caso es que intentaba explicar a la chica la problemática y ella no me escuchaba. Y se las daba de lista y graciosa. Y seguía sin escuchar. Y me hablaba con el retintín del “pobrecito que no sabe lo que dice”. Solo que, en esta ocasión, sí lo sabía.
Y mira que la cosa es chusca: recibes una llamada de un número que no conoces, pero que parece un número “normal”. Y en cuanto conectas… te ponen una musiquita. No mucho tiempo. Minuto y medio o dos minutos. Después, la chica te atiende. Aunque en realidad eres tú el que la atiende a ella.
Pero tampoco. Porque ya no tiene tiempo. Ya se le ha hecho tarde, habiendo consumido un minuto o minuto y medio haciendo lo que quiera que haya hecho mientras yo escucho la musiquita. Una música, por cierto, empalagosa y repugnante.
Así que la pobre, como le hago preguntas que se salen de su argumentarlo, me corta una y otra vez. Y como le respondo lo que supone que no hay que responder, concluye: “¡pues vamos a reclamar, vamos a exigir, vamos a pedir…!”
Hoy seré uno de los clientes nefastos, agresivos, malhablados e incómodos que habrán contribuido a convertir la fe de vida laboral de la teleoperadora de marras en un infierno. Al menos, en el infierno que nos cuenta Isaac Rosa en un libro titulado “La mano invisible” y que me niego a llamar novela, como es falsamente presentada por la editorial en la faja roja que pone el contrapunto cromático a la pulcra portada blanca que caracteriza a la Biblioteca Breve de Seix Barral.
¿Es esto una crítica? ¡En absoluto! Porque el hecho de que la narración de Isaac Rosa no sea una novela no quiere decir que no sea interesante o, sobre todo, que no esté maravillosamente escrita.
Entonces: ¿recomiendo o no recomiendo su lectura?
Pues ni sí ni no, sino todo lo contrario.
Por ejemplo, ¿te ha interesado la parte de esta No-reseña en que hablo de la Teleoperadora? Porque las 378 páginas de “La mano invisible” son de ese tenor, solo que infinitamente mejor escritas.
La analogía es fácil, quizá demasiado, pero leer el libro de Rosa es como ver a los obreros trabajar, a pie de obra. Como pasarte 10 horas mirando cómo cobra una cajera de supermercado (sin que aparezca un grupo de revolucionarios a interrumpir su trabajo y hacerla llorar a lágrima viva) o analizando hasta el más mínimo detalle el trabajo del reponedor. Pero estando dentro de su cabeza. Esto es: cagándote en los muertos del cliente que se quiere quitar la calderilla del monedero y, contando las monedas, te genera una cola interminable o en los de ese otro fulano que va cogiendo artículos de los estantes, los echa al carrito y luego se arrepiente y los deja arrumbados en cualquier sitio.
Porque la lucha de clases todavía existe. Solo que hoy, a decir de Rosa, los humillados y ofendidos, los personajes dickensianos de nuestra sociedad son las teleoperadoras, costureras, albañiles, matarifes, mecánicos, seguratas, limpiadoras, administrativos y camareros que hacen que las cosas sigan funcionando y que, por las mañanas, se pueda andar por las aceras, nos podamos tomar un café, funcionen los ordenadores y… bueno.
¡Que leáis a Rosa si queréis entrar en un mundo que está ahí fuera, solo que cerca! Muy cerca. Mucho más de lo que, a veces, queremos darnos cuenta.
Jesús Lens Espinosa de los Monteros.
Y los aPostados anteriores?
Garabatos y Nuevas Tendencias en Salobreña
Veamos, además, los anteriores 10 de agosto: 2008, 2009, 2010 y 2011.