Moravia

Como sabéis, además de alimentar esta Bitácora con todo cariño y dedicación, nos gusta colaborar con otros blogs y webs, hermanos de sangre y de bytes, con los que compartimos objetivos, querencias, amores, filias e identidades.

Una de las mejores novelas que he leído en lo que va de 2012 es “Moravia”, de Marcelo Luján.

Una novela tan corta e intensa que he tenido que hacer filigranas para reseñarla sin contar nada que pueda reventar el interés de su lectura.

Podéis leer esa reseña en “Blue & Noir”, ese Blog en que mezclamos música con libros, películas y series en los que la gente puede sufrir y padecer, morir incluso, pero siempre animados y a ritmo de jazz. O de tango, como en este caso.

Jesús tanguero Lens

Contraband

Lo mejor de “Contraband” es que parte de un trabajo anterior muy sólido y solvente: la película “Reykjavík-Rotterdam”, dirigida en 2008 por Óskar Jónasson, con guion del propio director y uno de los grandes de la novela negra nórdica, el islandés Arnaldur Indriðason.

Y lo segundo mejor es que los responsables de este remake norteamericano de una película negra y criminal hasta el túetano han optado por darle un toque muy televisivo, en clave HBO, al estilo de “The Wire”, con una muy creíble pátina de realismo sucio para describir los barrios portuarios de Nueva Orleans y los garitos en los que se reúnen los protagonistas de la cinta, marinos mercantes, estibadores y demás currantes.

Con esas mimbres, para los amantes del género policíaco, “Contraband” es una película imprescindible, sólidamente protagonizada por un Mark Wahlberg a quién su papel se le ajusta como un guante y por un ajustadísimo reparto de secundarios en el que, quién más desentona es Diego Luna como desquiciado traficante y atracador panameño erigido en Rey del Crimen centroamericano.

La historia arranca con el personaje de Farraday, un antiguo contrabandista retirado que ha rehecho su vida junto a una bella esposa y sus dos preciosos hijos. Tiene un floreciente negocio, la vida le va bien y no quiere problemas. Pero los problemas sí le quieren a él: el hermano pequeño de su mujer se mete en un lío muy gordo y Farraday tendrá que enrolarse de nuevo en un barco que va a Panamá con el fin de volver a traficar, ganar dinero y liberar a su cuñado de la deuda contraída.

A partir de ahí, y es la gran originalidad de la película, la acción transcurre en dos escenarios paralelos: la travesía en barco y la estadía en Panamá del protagonista, por una parte (con un delirante atraco de por medio) y la vida de la gente que se queda en Nueva Orleans, familia, amigos y mafiosos, todos interaccionando entre sí.

Una de las críticas que se le puede hacer a “Contraband” es que muchos de sus momentos y de giros en el guion son inverosímiles. Lo que es cierto. Pero, cuando vas a ver la actuación de un mago, ¿eres de los que se sienta a disfrutar del espectáculo o de los que trata de descubrir los trucos?

Si vas a ver “Contraband” con ganas de disfrutar y de sumergirte en la historia, la disfrutarás. Si vas a pillar los renuncios… no tanto. El ritmo está muy bien conseguido y la acción se desarrolla a toda velocidad. Las imágenes del puerto y de los barcos, esos cargueros inmensos, como ciudades en sí mismas, impactan. La trama está bien llevada, no da un segundo de respiro y nada es lo que parece ni nadie es como se le espera. ¡Ah! Y la música. Esa música buena, blues denso e intenso.

A mí, desde luego, me ha gustado. Estuve imantado a mi butaca durante la hora y media larga de proyección y salí del cine con una gran sonrisa en el rostro. Cínica y descreída, pero sonrisa, al fin y al cabo.

Jesús Lens

Veamos el último día de marzo, qué nos deparó en 2008, 2009, 2010 y 2011

En el centro de la tormenta

Al volver a casa, empachado de palomitas, fajitas, cerveza y burritos enrollaos, que todo hay que decirlo, tuiteé lo siguiente: “Rara, rara, rara, «En el centro de la tormenta».

A mi querido coautor, y sin embargo amigo, Frankie Abandonad-toda-esperanza Ortiz, le faltó tiempo para preguntar por el porqué.

Por el ritmo. O la falta de – le contesté, en un prodigio de síntesis verbal impropio de mí.

Conste que dije “rara”. No mala. O aburrida. Que no me lo pareció. Pero rara, sí. Y, sin embargo, no hay que considerar que lo raro sea malo, ¿verdad? Ni muchísimo menos.

Lo primero que debo destacar de la última película de Bertrand Tavernier es que no sé si la versión proyectada en Granada (y en toda España, imagino) es el Director´s cut que cuenta con el beneplácito del director o es el montaje que le impusieron los productores y del que el cineasta francés renegó echando pestes.

Pero hablemos de lo que vimos. Y lo que vimos fue la cara, el rostro, de Tommy Lee Jones, uno de esos actores que empieza a ser un género en sí mismo y cuyos rasgos faciales deben de ser un reto para cualquier director de fotografía. A Tommy Lee Jones parece que le pesa el mundo. Que lo llevara, entero, sobre sus hombros. Con el peso de las desdichas, muertes y violencias que lo asolan.

Así, él solo se basta para darle todo el dramatismo posible a una historia de asesinatos y películas, arribismos y venganzas en la Louisiana post Katrina del siglo XXI. Una Louisiana fantasmal, densa, opresiva y ominosa, con esos pantanos que, en sus profundas aguas, encierran oscuros secretos desde tiempos inmemoriales.

El hecho de que en el pueblo en que acaece la acción se esté filmando una película sobre la Guerra de Secesión americana permite la aparición de fantasmas del pasado que, en otras circunstancias, resultarían risibles, cómicos y hasta patéticos. Pero el grandioso Robert Duvall (*), que parece haberse especializado en estos papeles de hombre barbado y misterioso, dota a su general sudista de una dignidad y una magnificencia que permite a Tavernier salir airoso de un delicado embate.

Estamos ante una película noir. Policíaca. De libro. Y, sin embargo, lo más interesante no es el quién lo hizo. Y, en este caso, ni tan siquiera el porqué. El porqué un tipo mata, veja y destroza a chicas jóvenes después de haber abusado de ellas es más o menos predecible: porque es un hijoputa asqueroso, enfermo y corrompido hasta el tuétano.

Lo más interesante de “En el centro de la tormenta”, por tanto, es la atmósfera. Una atmósfera malsana, sucia, gris y purulenta, perfecto reflejo de una sociedad putrefacta, en clara decadencia. Como el atocinado personaje interpretado por un extraordinariamente excesivo John Goodman, al que la sangre y los palos terminan sentándole tan, tan bien…

Me gustó la película. Tan poco norteamericana. Tan francesa. Tan lenta y pausada. Tan negra, tan violenta, tan seca… y tan poco thriller. Una película llamada a ser, obviamente, un total y rotundo fracaso. Una película algunas de cuyas imágenes, sin embargo, son poderosas, intensas y memorables.

Valoración: 7

Lo mejor: su atmósfera malsana, que se te mete dentro y, al salir del cine, pareces oler a cieno.

Lo peor: que no la verá ni el Gato.

Jesús Lens

(*) ¿Sabéis por qué no hay imágenes de Duvall? Porque no sale en la peli. Soy un flipado. Lo siento, Levon Helm…

TREME

«El arte es la mentira que nos ayuda a ver la verdad»
Pablo Picasso

 

No pude evitarlo. Aunque después me dice Cristina Macía que hago chistes pésimos, no pude evitar poner un Twitt con las palabras «Tremenda Treme» juntas.

Hay libros, películas o series cuyas expectativas son tan altas que cumplirlas se convierte casi, casi en misión imposible. Ha pasado, parece, con «The Pacific». La teórica segunda parte de ESTA  «Hermanos de sangre», firmada por el mismo equipo de producción (Hanks & Spielberg) de su hermana mayor y promocionada hasta el infinito como la serie más cara de la historia de la televisión, ha dejado fríos a los espectadores.

Con «Treme» podía pasar lo mismo. Viene firmada por David Simon, uno de los genios de la televisión del siglo XXI cuya «The wire» es una referencia constante y permanentemente citada por todos los medios como paradigma y ejemplo. Sin ir más lejos, un largo reportaje sobre el narcotráfico, publicado en El País hace unos días, se abría con una referencia a dicha serie. Después, con ESTA «Generation Kill», Simon puso su mirada en la Guerra de Irak y en las relaciones entre los soldados norteamericanos allí destinados, a través de una narración hiperrealista que también cosechó el aplauso de la crítica.

Por eso, desde que anunció que su siguiente trabajo televisivo versaría sobre la Nueva Orleans post-Katrina, todos los aficionados al buen cine nos relamíamos con delectación. Porque, como no nos cansamos de repetir, buena parte del mejor cine del siglo XXI se está haciendo en la televisión.

Y llegó el momento del estreno. A Carlos Boyero, como podemos leer AQUÍ, le había gustado. Y a David Trueba, TAMBIÉN.

¿Y a mí? Pues mucho. Mucho, mucho. Es verdad, como dice Trueba, que el cameo de Elvis Costello no termina de estar logrado o de tener demasiado sentido. Pero la presentación de los personajes, muchos y muy distintos, las relaciones entre ellos y sus ambiciones y propósitos en la vida están excepcionalmente conseguidos. Del trombonista arruinado («¡toquemos por la pasta, colegas!») que recala en el destartalado bar de su ex-mujer al DJ mitómano aficionado a la enología que se le está bebiendo la bodega de su restaurante a su no-novia. Del jefe indio más cebezota del mundo a ese activista histriónico casado con una abogada liberal.

Un puzzle de personas cualquiera que son cualquier cosa excepto personajes banales, inanes o intrascendentes. Porque lo bueno de las series de Simon es que son pedazos de realidad que desbordan la pantalla. Esos garitos, esos bares, esas calles, esos conciertos, los desfiles, las casas… De Estados Unidos siempre he querido conocer Nueva York, la Ruta 66, el Gran Cañón y el Monumental Valley… y Nueva Orleans.

Tras ver el piloto de «Treme», que ya ha renovado contrato para otros diez episodios de su segunda temporada, ir a Nueva Orleans será más una obligación, una necesidad que un deseo, después de conocer a esos personajes, luchadores natos, que intentan reconstruir su ciudad y recuperar un patrimonio que va más allá de lo puramente arquitectónico. Porque Nueva Orleans es su música, su comida, su libertad, su anarquía creativa… Nueva Orleans es un estado mental.

Terminemos esta (primera) aproximación a «Treme» con unas palabras de su creador, el tan referido Simon: «The wire» iba sobre cómo el poder y el dinero se relacionan con una ciudad. «Treme» trata sobre la cultura. Cuando ya no se recuerde a EE UU por nuestra ideología, alguien entrará en un bar en Katmandú y podrá oír a Michael Jackson, a John Coltrane o a Otis Redding. El origen de eso son los músicos que empezaron aquí con Louis Armstrong. Esa es nuestra exportación al mundo. Y ese legado peligró con el Katrina. No la música, pero sí su punto de origen, Treme, el barrio más europeo, latino y tercermundista de EE UU pudo haber desaparecido».

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.