No seré yo quien te recomiende ir a ver “Winter Sleep”, aunque sea una película excelente, de las que dejan huella, tanto visual como emocional.
Pero se trata de una cinta de tres horas y unos minutos de duración… en la que no pasa nada. Nada, en el sentido convencional que el concepto “pasar” tiene cuando hablamos de cine, acostumbrados a disparos, persecuciones, traiciones, giros en la trama y emociones extenuantes.
Y, paradójicamente, de todo ello hay en la última Palma de Oro del Festival de Cannes, pero, como te digo, nada que ver con el cine habitual.
Película de nacionalidad turca que, por una vez y esperemos que sirviendo de precedente, ha sido estrenada en Granada, en tiempo y forma, en una gran sala de cine como es el Madrigal y en versión original subtitulada.
La película de Nuri Bilge Ceylan es dialogada, lenta, premiosa, morosa y… ¿dijimos lenta? Pues sí. Solo que no es una descripción peyorativa ni valorativa. Es descriptiva.
Todo comienza en un hotel de montaña, en la Capadocia, cuando llega el invierno y apenas hay clientes en las hermosas instalaciones regentadas por Aydin, un actor retirado que, por herencia paterna, no solo es dueño de ese hotel, sino de otras propiedades inmobiliarias de los alrededores, arrendadas la mayoría de ellas.
Un día, en la carretera, un niño arroja una piedra contra su coche, rompiendo la ventanilla y dándole un susto de muerte. Aydin iba en el vehículo con uno de sus subalternos, su mano derecha en el hotel. Será éste quien tome las riendas de la situación, prendiendo al chaval y llevándolo a casa de sus padres. Unos padres que, no por casualidad, son arrendatarios morosos de Aydin.
Un hilo argumental.
Ayrin está casado. Ella es guapa y más joven que él y aunque Ayrin sería lo que podríamos definir como un maduro galán… Ella está muy implicada en la mejora de las escuelas de la zona, habiendo hecho de ello una cruzada personal. Segundo hilo argumental.
En el hotel, sobre el que empieza a llover, helar y, finalmente, nevar; se ha refugiado la hermana de Ayrin, recién divorciada. Tercer hilo argumental.
A partir de ahí, las conversaciones de los protagonistas irán girando sobre diversos temas, que al final acaban confluyendo en uno y en el mismo: la rendición.
En las reseñas y análisis de esta película que he podido leer se habla de la compasión. Cierto. Pero a mí me pesa más todo lo que tiene que ver con el orgullo. Y con el ensoberbecimiento que conlleva. En su despreciable y letal capacidad para corromper relaciones, para anular afectos y echar por la borda cualquier sentimiento parecido al amor.
Los contrastes entre los interiores en que viven los personajes, oscuros, grises y melancólicos; y ese exterior, cada vez más helado, gélido, frío y, por tanto helador son un excelente termómetro para medir la temperatura de los protagonistas. Está, también, el papel de los intelectuales en la sociedad. Y su comportamiento.
Pero es hora de dejar de hablar de una película que es un reto para los cinéfilos de pro. Un desafío. ¿La has visto? ¿Lo vas a hacer?
Martes. 20.30 horas. Entre treinta y cuarenta personas en la sala. Comienza la proyección. Un poco después de las 22 horas, un alto en el camino. Cinco minutos para estirar las piernas, aliviar la vejiga y comprarse unas Alhambras en el bar del cine (bendita costumbre esta de llevar las Especiales a las salas).
Nos levantamos y los asistentes intercambiamos miradas de complicidad entre nosotros. Estamos disfrutando de un rito para iniciados. Y lo sabemos. La empresa no es fácil. Pero sí muy, muy estimulante.
¡Viva el cine!
¡Viva ese otro cine que, también, resulta imprescindible en nuestras vidas y que, compartido en la oscuridad de una sala, se disfruta el doble!
Gracias a quienes lo han hecho posible.
Jesús Lens