El pasado lunes, una conocida multinacional de comida rápida decidió amenizarnos el final del Puente de la Constitución Inmaculada con una agresiva campaña de publicidad basada en una imposible oferta de empleo para ser repartidor a domicilio.
Pedían carné de conducir, estudios superiores, conocimientos de literatura, matemáticas, historia, geografía, política y deportes, así como de otras materias de cultura general. Pedían habilidades lúdicas, como destreza en videojuegos, y se valoraban aptitudes musicales y de canto.
Y, claro, era una tentación demasiado jugosa como para dejar de hincarle el diente: la mejor publicidad no es solo la que se hace viral y genera controversia, sino la que incita a la gente a hacerla crecer y engordar a través de su ingenio y su humor.
Yo no pude evitarlo y reconozco que contribuí con mi granito de arena: “No sé si hincarle el diente al Tractatus de Wittgenstein, a los Ensayos de Montaigne o pedir una hamburguesa por teléfono y charlar un rato con el repartidor que me toque en suerte. Prometo que pagaré por la hora de charla más y mejor que lo que le pague la hamburguesería por el porte”. A partir de ahí, el caos, en forma de debate entre lo irónico-humorístico y lo ácido-crítico.
La publicidad de guerrilla siempre me ha resultado muy interesante, desde el punto de vista de la comunicación. Conseguir que una campaña se convierta en bidireccional, viral y explosiva, ocurre muy pocas veces. Desde ese punto de vista, habría que reconocer el acierto de la multinacional de la hamburguesería.
El problema viene, sin embargo, por la imagen que dicha campaña devuelve a la empresa anunciante. Porque se puede hacer humor con cualquier tema, por supuesto que sí, pero ojito con quién lo hace y de qué se ríe.
¿Se imaginan a la Consejería de Salud montando un viral basado en la aglomeración de enfermos sin cama, hacinados en Urgencias? ¿A un banco ironizando sobre los desahucios o a la DGT riéndose de los accidentes de tráfico?
Que una multinacional, muy criticada por las precarias condiciones laborales de sus empleados, monte una campaña publicitaria mofándose de lo difícil que resulta acceder a un puesto de trabajo es, cuando menos, arriesgado.
Ahora bien, rasgarnos las vestiduras por ello y decir que ya no comeremos nunca más sus hamburguesas, como si hubiéramos descubierto América, es un ejercicio de cinismo a la altura del capitán Renault, cuando cierra Rick’s por descubrir que allí se juega.
Jesús Lens