Me hubiera gustado que me gustara. Más. Bastante más. Que no es que no me haya gustado, pero que…
Iba con ganas. En primer lugar, porque hacía varias semanas que no iba al cine y, rarito que es uno, ardía por volver a una sala. De cine. ¿Se acuerdan de lo que es? Es un sitio en el que la gente se junta para, a oscuras, en silencio y frente a una gran pantalla, ver una película. Todos a una.
Que no es lo mismo ver una película que ir al cine.
Y la primera cita para la Rentré de septiembre tenía que ser la nueva película de Fernando León de Aranoa, uno de esos directores a los que vengo siguiendo desde sus orígenes y cuyas películas, sobre el papel, siempre me parecen muy atractivas. En este caso, además, con el añadido de que buena parte del metraje de “Un día perfecto” se ha filmado en Granada.
Comienza la película y nos encontramos en un lugar indeterminado de los Balcanes… que resulta estar por Cumbres Verdes. Pero el trabajo de los diseñadores de producción está muy bien logrado y, efectivamente, nos creemos que estamos al final de uno de los múltiples conflictos que sacudieron a la ex-Yugoslavia.
El planteamiento de la historia resulta igualmente interesante: unos cooperantes que se dedican al saneamiento de aguas han de sacar el voluminoso cadáver de un hombre de un pozo, ya que amenaza con contaminar sus aguas. Pero no es fácil. Porque en tiempos de guerra, nada resulta sencillo. Encontrar una cuerda adecuada para proceder a la extracción del muerto, por ejemplo.
Muy buena la idea de no contar una gran tragedia llena de dramatismo a la hora de abordar el guion, algo que podría resultar tópico y manido, como vimos en el caso de la película de Angelina Jolie sobre este mismo conflicto.
El problema llega con el tono.
¿Comedia? ¿Drama? ¿Comedia agridulce? ¿Drama con toques humorísticos?
En esa indefinición navega “Un día perfecto” desde el principio, sin terminar de decantarse en uno u otro sentido. El reparto de papeles parece claro: Tim Robbins y sus locuras encarnan la comedia. Benicio del Toro y su escepticismo, resultan más propensos al drama y a la tristeza. Y la joven francesa participa como comodín ambivalente, perfecta para permitir el lucimiento de ambos protagonistas. Eso sí, el personaje de la rusa de la ONU no se sostiene, lo miremos por dónde lo miremos.
Creo que la película habría funcionado mucho mejor con el clásico formato del triángulo, dándole más protagonismo al personaje del intérprete. O al del niño. Que, al menos, no molesta, eso sí.
Saben ustedes que me gustan las películas en las que los personajes han de moverse y, durante su recorrido, ven cosas, descubren lugares y se topan con diferentes personas. Y en ésta lo hacen. Pero buena parte de dichos encuentros se suceden sin pena ni gloria y las situaciones a las que se enfrentan, excepción hecha de las que ocurren en la casa familiar del niño, también.
Está, también, la crítica a la inoperancia de la ONU; matizada por una secuencia tan sencilla como, esta vez sí, emocionante. Porque Fernando León es un gran director que sabe lo que se hace. Y que apuesta fuerte. Pero que, a veces, trata de contar tantas cosas y mostrar tantos puntos de vista para no caer en el maniqueísmo, que sus películas terminan careciendo de emoción. Lo que, en este caso, resulta especialmente triste.
Como el abusivo uso de la música. Innecesario. Redundante. Enfático. Y, en muchos momentos, ensordecedor. Que, cuando es diegética, como al principio, en la secuencia de Robbins y la (primera) vaca; puede tener sentido. Pero que en muchos otros momentos, más que estar al servicio de la narración, la aplasta.
No. No es que estemos ante una mala película. Pero sí que me esperaba mucho más de esta película de Fernando León. Y es que no haber conseguido que el espectador empatice con los personajes de la película es, posiblemente, lo peor que le puede pasar a “Un día perfecto”.
Jesús Lens