VOLVER

Dejamos la columna de hoy de IDEAL, impregnada por la vuelta de nuestro reciente y complicado viaje a Tailandia.

 

Hay veces en que lo mejor de haberse ido es volver. Por lo general, para quienes nos consideramos viajeros vocacionales, vitaliciamente infectados por ese virus del movimiento perpetuo que nos convierte en auténticos Patas de Perro, como nos llaman en México; regresar a casa es un mero trámite que sirve para empezar a preparar la siguiente escapada, soñando con nuevos horizontes, buscando futuros paisajes.

 

Sin embargo, hay que veces en que volver a casa es lo mejor de un viaje. Puede ser porque éste haya sido más o menos duro, comprometido o insatisfactorio. Pero, sobre todo, porque no es lo mismo volver a Granada que hacerlo a cualquier otra ciudad del mundo. Ni me gustan los provincianismos ni los localismos. No siento muy adentro eso de la patria chica o la bandera vecinal. Pero Granada, convendrán conmigo, es otra cosa.

 

Por sus monumentos, por su emplazamiento bajo las nieves de la Sierra, por la sempiterna vigilancia de ese centinela rojo que es la Alhambra… pero, sobre todo, volver a Granada en primavera es sumergirse en un torrente volcánico de actividad intelectual y cultural que no da tregua.

 

Abro las páginas de IDEAL y, cuando todavía no se han apagado los ecos del Hay Festival, resonando las palabras y declaraciones de Nobeles como Orhan Pamuk o de estrellas como Martin Amis, me encuentro con la eléctrica cabellera encanecida y alborotada de un Wole Soyinka al que le duele África.

 

En los próximos días podremos disfrutar de un impagable Festival de Blues o deleitarnos con la melancolía de Suzane Vega, además de visitar diferentes exposiciones de pintura en diversos rincones de la ciudad. Todo ello hablando de una oferta cultural institucional que se complementa con la impagable actividad privada de salas de exposiciones y concierto, bares y otros activos locales que convierten a Granada, como no se cansa de repetir la entusiasta Mar Villafranca, la directora del Patronato de la Alhambra, en una ciudad mágica, rica y mucho más afortunada de lo que los granadinos llegamos siquiera a intuir.

 

No hay como alejarse unos días de esta ciudad para, comparándola con cualquier otra del mundo, envidiarla y añorarla en la lejanía. Y después, a la vuelta, invita a lanzarse furibundamente a su yugular, para sacarle todo el jugo y saciarse con la rica y nutritiva sangre que recorre sus venas. Granada, una de esas ciudades creativas que, por desgracia, pierde su impulso en querellas gratuitas, personalismos ridículos y celos injustificables.

 

Qué pena que tantas veces falte una coordinada agenda única que sirva para trazar la definitiva Hoja de Ruta que convierta a Granada en la gran capital cultural de España, tanto por su historia milenaria, por su prestigiosa Universidad y por su privilegiada situación geográfica, vértice de un triángulo mágico que uniría a Europa con el norte de África y la América de allende los mares; como por la vibrante pulsión creativa sus residentes, nativos o de adopción.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

PD.- También actúa hoy Albert Pla, y en Multicines han puesto esa peli de vampiros tan atractiva que nos recomendara Alex, y el Premio de Poesía y yo que sé cuantas cosas más.

¡Que estrés!         

EL DETECTIVE DEL ZAIDÍN

La columna de hoy viernes en IDEAL

 

No recuerdo si fue al ir o al volver de viaje, pero el caso es que, para comprar el periódico, entré en un Relay del aeropuerto de Barajas, una de esas tiendas que venden prensa, revistas de crucigramas y sudokus, best sellers internacionales y demás publicaciones destinadas a amenizar el periplo. Cuando salía, mis ojos no pudieron evitar fijarse, de pasada, en un libro con un título tan sugestivo como «El detective del Zaidín».

 

Pensé que ya era casualidad que hubiera otro Zaidín en el mundo, dando por supuesto que el título de la novela haría referencia a alguna vecindad de Colombia, Venezuela o México. Tenía prisa, así que, enfilando hacia la salida, ni me paré a hojear el libro. Pero la curiosidad me corroía, como zaidinero de adopción. Y me di la vuelta.

 

«Una novela negra llena de humor», rezaba el subtítulo. Y el nombre del autor, Alfonso Salazar, me resultaba conocido. Di la vuelta al libro y leí lo siguiente: «Por un barrio de obreros de la ciudad de Granada pasea su barriga el detective Matías Verdón, un entrañable cincuentón que no sobresale precisamente por su instinto. Su inseparable Desastres es un cartero escuchimizado más pendiente de los chatos de vino que del reparto de certificados.»

¿Lo adivinan? Efectivamente, me lo llevé y me lo leí de una sentada. Dos a lo sumo. Porque «El detective del Zaidín» es una deliciosa novela que se lee en un santiamén, más cómica que negra, aunque el protagonismo recaiga en una investigación, en un detective y en su estrafalario ayudante. Con vocación netamente esperpéntica, el autor nos traslada a la Sevilla que, en plena Semana Santa, se apresta a inaugurar la Expo 92. ¡Qué tiempos aquellos! ¡Qué Andalucía, la del 92, con su autovía recién estrenada, las Carabelas hundidas y el salto a la modernidad, a punto de caramelo!

 

Menos mal que personajes como Verdón o el Desastres mantienen un espíritu indómito, puro, a la antigua usanza. Tipos auténticos, originales, únicos: renegando de esa existencia entre el clasismo de siempre y el pijerío que estaba por llegar, los protagonistas van desentrañando un misterio presidido por locos, fantasmas del pasado y espíritus del presente que sirve, como pasa siempre con las buenas novelas policíacas, para hablarnos de la sociedad del momento, las personas que pululan por ella, sus sueños y esperanzas, pero también sus más sórdidas miserias y manejos.

 

«El detective del Zaidín» es una novela sencilla y de agradable lectura, con un estilo limpio y transparente, que anticipa otras atractivas historias por venir, apegadas a la realidad de nuestras calles más cercanas, y que nos hace añorar la reedición de la anterior aventura de Verdón y Desastres, dos de esos personajes a los que te gustaría invitar a un chato de vino en cualquiera de los bares de la Avenida de Dílar.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

LAS CIUDADES CREATIVAS

La columna de hoy de IDEAL.

 

El mundo es plano. Las nuevas tecnologías y la sociedad de la información han terminado con las distancias. El fin de la historia que proclamó Fukuyama sería, más bien, el final de unas barreras geográficas que, gracias a Internet y la telefonía de última generación, ya no existen. ¿O sí?

 

De ser ciertas las tesis sostenidas en el primer párrafo, ¿por qué los científicos de la cosa tecnológica siguen considerando al Silicon Valley como la tierra prometida? ¿Por qué, si quieres ser alguien en el mundo de la moda, tienes que irte a Milán y, por mucho que se diga, Broadway sólo hay uno?

 

De todo ello nos habla Richard Florida en un libro espléndido, clarividente y anticipatorio, recién publicado por la editorial Paidós: «Las ciudades creativas», subtitulado de una forma tan elocuente como ésta: «Por qué donde vives puede ser la decisión más importante de tu vida».

 

Elegimos a la persona con la queremos compartir nuestra vida. Procuramos elegir nuestro trabajo. Pero ¿qué pasa con la ciudad en que vivimos? La mayor parte de las personas que conozco, o buscan un trabajo en su ciudad natal y/o de residencia familiar, o bien se instalan donde encuentran trabajo. Pero ¿conocen ustedes a muchas personas que hayan decidido instalarse en una ciudad determinada por alguna razón que no sea personal o familiar y, después, buscar trabajo en la misma?

 

Antonio Banderas, con una mano delante y otra detrás, dejó su Málaga natal para buscarse la vida como actor en el creativo y mítico Madrid de la movida. Pero, cuando quiso dar el salto de calidad en su profesión, se marchó a Los Ángeles. Porque si quieres ser alguien importante en el mundo del cine sólo hay un nombre posible: Hollywood.

 

¿Y qué pasa con Granada? ¿No piensan ustedes que nuestra ciudad lo tiene todo para ser una de esas ciudades creativas? Historia, cultura, localización geográfica, variedad paisajística… bueno. Todo no. Le faltan infraestructuras, claro. Y las famosas comunicaciones. Pero, sobre todo, le falta creérnoslo. Nos falta creérnoslo.  

 

Escribía Luis García Montero que Granada no es una tierra de verdugos ni de genios. Que el ser granadino no es sinónimo de caínismo, pero tampoco de excelencia estética o magnificencia intelectual. Que Granada, por desgracia, es una tierra de cagalitrosos, de personas a las que se les descompone el vientre cuando las cosas van mal y hace falta alinearse, comprometerse y defender una postura crítica con el poder. Los granadinos, perennemente acomodaticios y veletas tuercecuellos con una innata capacidad para mirar hacia otro lado. Y que así nos va.

 

¿Nos falta espíritu a los granadinos? ¿Somos conscientes de lo mucho y bueno que nos ofrece nuestra tierra y, sobre todo, de las inmensas posibilidades que atesora para convertirse en una de esas ciudades creativas, universalmente reconocidas, imán para personas talentosas del mundo entero? Para pensárnoslo.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros

EL JOSÉ GUERRERO

La columna de hoy de IDEAL, en la que mostramos la perplejidad acerca de este tema.

 

Debo de ser un tipo raro. Mucho. Porque me gusta el José Guerrero. El Centro que lleva su nombre, quiero decir. Y, dado que cada vez que he traspasado sus puertas, me he encontrado radicalmente solo en su interior… pues eso. Que me he sentido más extraño que Obama en la Cumbre de las Américas, rodeado de dirigentes rojazos que le regalan libros de autores uruguayos.

 

De hecho, en el tórrido verano granadino, ni una silenciosa Catedral consigue inspirar tanta paz y sosiego como el hiperrefrigerado Centro José Guerrero, hasta el punto de que, el pasado agosto llegué a escribir un cuento gótico basado en dicho lugar, imaginando que me quedaba encerrado en su interior, rodeado tan sólo por los vídeos que conformaban la instalación «Lugares comunes. La experiencia colectiva en el vídeo latinoamericano.»

 

El caso es que las exposiciones organizadas por el José Guerrero, más allá de su calidad o capacidad de conexión con el espectador, siempre son interesantes, arriesgadas, provocativas, multidisciplinares y radicalmente diferentes a la Granada eterna de siempre. Lo que es muy de agradecer. Otro dato. Lo que no consigue ninguna institución granadina, lo logra el Guerrero, sistemáticamente, con cada una de sus exposiciones: recabar reseñas, positivas, amplias y generosas, en los suplementos culturales de los grandes periódicos nacionales, de ABCD a El Cultural, pasando por el Babelia o el Culturas.

 

Está claro, por tanto, que el vanguardista templo de la cultura local que alberga el legado de un pintor nacido en Granada, pero que vivió en el extranjero buena parte de su vida artística, tiene luces y sombras en su gestión: valorado y aplaudido fuera de los estrechos límites locales, no consigue conectar con el granadino de a pie.   

 

¿Es por eso que la Diputación quiere convertirlo en un Museo de Arte Moderno, intentando darle más realce y visibilidad? Porque yo, la verdad, prácticamente nunca accedo a la tercera planta del Centro en que se expone la obra del venerado por la crítica -aunque me temo que popularmente desconocido- José Guerrero.

 

¿O será precisamente el desinterés de los granadinos por la obra del pintor y por los contenidos del Centro que la alberga lo que irrita a los descendientes del artista que, hartos de un supuesto provincianismo ramplón, consideran que la obra de la que son legatarios será más visitada, valorada, disfrutada en el seno de una institución como el Reina Sofía? Esta opción, la verdad, se me antoja complicada de entender ya que, diluir la obra de Guerrero en los ricos fondos del Reina Sofía no serviría para potenciarla, precisamente. Y menos en la capital del reino, ahíta de arte en ese Barrio de los Museos que apabulla por su impresionante oferta pictórica y museística.

 

Me siento incapaz de saber quién tiene la razón en este pleito artístico, pero sería una auténtica pena que Granada perdiera la custodia del legado de Guerrero, uno de sus artistas universales.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

PD.- Hoy viernes, a las 21 horas, en el Centro Cultural de CajaGRANADA en Puerta Real, tenemos una cita:

LA CASA DE LOS SIETE PECADOS

La columna de hoy viernes, en clave literaria.

 

No sabía yo ni una palabra sobre la leyenda de la Casa de las Siete Chimeneas en que ahora mismo se encuentran ubicadas distintas dependencias del Ministerio de Cultura. Ni tampoco sabía mucho sobre Felipe II, sus líos de faldas, sus remordimientos y las tensas relaciones con su secretario, Antonio Pérez, y otros miembros de la corte.

 

Por eso, «La casa de los siete pecados», la novela con que Mari Pau Domínguez ha ganado la primera edición del Premio CajaGRANADA de Novela Histórica, me ha parecido tan interesante, uno de esos libros que, además, se leen a toda velocidad, en los que las páginas caen, sin darte ni cuenta, de cincuenta en cincuenta.

 

En la narración de Mari Pau hay un momento que me pareció especialmente brillante. Mientras Felipe II se acostaba con su amante más salvaje y apasionada y ésta le clavaba sus uñas por toda la espalda, la joven esposa del monarca, su recatada, pía y angustiada sobrina Anna de Austria, se encerraba en la celda de un convento para fustigarse con un látigo, abriéndose las carnes en un rito sangriento muy distinto al del monarca.

 

Una España en que la religión y la política; la lujuria, el sexo, la culpa y la expiación siempre han ido de la mano, dictando los destinos de esta patria nuestra que, en el siglo XXI, tantísimo debería diferenciarse de la narrada por Mari Pau… y tan poco se diferencia.

 

Aquella España, cabeza de un Imperio en que nunca se ponía el sol, se nos presenta como una corrala de vecinos repleta de rumores y maledicencias, funcionarios corruptos, espías y dossieres informativos destinados a desprestigiar a los rivales políticos, una España en que, en vez de trabajar, buena parte de los esfuerzos de las elites estaban destinados a medrar, aparentar, disimular y engañar.

 

Es lo bueno de la literatura, cuando la literatura es buena: más allá del género al que formalmente se adscriban, sean negras y criminales, de viajes, ciencia ficción o históricas, hay novelas que sirven como inmejorable espejo de la sociedad en que vivimos. Porque la historia es ese lugar en que el presente hunde sus raíces y desde el que intentamos proyectarnos hacia el futuro.

 

Con una prosa tan sencilla como fluida, Mari Pau Domínguez nos descubre los secretos de un Madrid que a mí me resultaba desconocido, aunque la historia de la Casa de las Siete Chimeneas y todo lo relativo a los amoríos del Felipe II ya estuviera muy bien documentado, constituyendo una de esas leyendas urbanas en que realidad, mito y ficción se dan la mano en un novela amena, interesante y muy agradable de leer.

 

Con «La casa de los siete pecados», CajaGRANADA inaugura un Premio de Novela Histórica que, si por su cuantía y repercusión ya es un referente internacional, ahora tiene por delante el reto de conseguir la complicidad y el beneplácito de los lectores, auténticos y definitivos jueces de las bondades de la literatura de consumo masivo.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

 

PD.- El sábado 18 de Abril se presenta la novela en Granada, en la Feria del Libro. Con la presencia de la autora. A las 13 horas. Una buena ocasión de escucharla… y de llevarse un ejemplar dedicado.