¿Por qué líneas rojas?

Hoy explico en mi artículo de IDEAL el origen de esa expresión que todos hemos usado estos meses. La hemos escrito, pronunciado, invocado, vilipendiado… Las líneas rojas. Que si hay que respetarlas, traspasarlas, borrarlas, moverlas, eliminarlas. ¡Ahí estamos, liados con ellas, desde hace meses!

Pero, ¿de dónde viene la expresión? Es decir, ¿por qué son necesariamente rojas esas líneas teóricamente infranqueables? Los muy cinéfilos recordarán la película de Terence Malick sobre la II Guerra Mundial y los soldados norteamericanos desplazados al Pacífico. Solo que en «La delgada línea roja”, el color predominante era el verde. Ese majestuoso verde tan hermosamente fotografiado en una película que se solazaba en alta hierba mecida por el viento.

Delgada línea roja

La delgada línea roja, la auténtica, se desplegó durante la Guerra de Crimea: el 93º Regimiento de Highlanders del Ejército Británico, compuesto por apenas 500 soldados ataviados con sus características casacas rojas, se desplegó frente a la caballería rusa, conformada por 2.500 hombres. En vez de conformar las cuatro filas tradicionales que se suponían necesarias para aguantar la acometida de la caballería, Sir Colin Campbell, el oficial al mando, decidió formar únicamente dos, para abarcar más espacio. Y arengó a sus hombres con la siguiente frase: “No hay retirada desde aquí, soldados. Deben morir donde se encuentran”.

Fuertecillo, ¿verdad? La historia militar, mezclada con la mixtificación, suele ofrecer frases de ese tenor. ¿Qué creen ustedes que pasó con la delgada línea roja? ¿Aguantó o no?

Antes de contarles el final de la historia, voy a recordar un diálogo de la película de Malick que tiene mucho que ver con el momento que estamos viviendo y con el uso que le damos a las líneas rojas: “Quizás sea tu mejor amigo, y todavía no te has dado cuenta…”. Ejem.

Delgada línea roja Crimea

Volvamos a la guerra de Crimea y a la carga contra los casacas rojas: cuando el oficial al mando de las tropas rusas vio las exiguas defensas de los británicos, sospechó que aquello era una encerrona. Estaba seguro que esa línea roja era un señuelo. Una invitación a atacar y traspasarla. Porque, un poco más allá, estaría el grueso del ejército enemigo, presto a defenderse con uñas y dientes.

Y ordenó la retirada de sus tropas. Lo que me lleva a terminar con otra cita de Malick: más allá de este mundo, no existe otro en el que todo sea perfecto. Solo tenemos este.

Jesús Lens

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Más allá del debate: la gente

Mi columna de hoy domingo en IDEAL:

Sí. Yo también me lo pasé canela con el debate. Nunca pensé que llegaría a escribir algo así, pero es cierto. Me divertí. Aunque, ¿fue decisivo? Para nada. Porque fue un debate, en el fondo, intrascendente. Un debate que se prestó a un incesante tuiteo, pero siempre sobre cuestiones incidentales: el sudor de uno y los tacones de la otra. El nerviosismo de este frente a la estolidez de aquel. Y así.

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De hecho, y nada más ver la disposición de los actores sobre el plató, nos dimos cuenta de aquello era una farsa: ¿dos horas y media de pie y encerrados en un círculo, sin un atril o una banqueta que llevarse a la boca? Es que ni en un bar atiborrado de gente, viendo la final de la Champions, se puede adoptar una postura más incómoda, antinatural y forzada. Ya puestos a torturar a los candidatos, ¿por qué no obligarles a correr en una cinta estática, mientras debaten? Y Pastor subiendo el nivel de inclinación de la cinta o incrementando su velocidad según le caiga el candidato en cuestión…

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En el debate, en realidad, no hubo confrontación de ideas o de programas. Hubo chascarrillos e ingeniosidades. Y, sobre todo, meteduras de pata. Pero dio igual. Porque lo importante, lo verdaderamente decisivo del debate comenzó a su finalización, en las redes sociales, con cientos de miles de internautas mostrando su descontento por la enorme cantidad de temas que no se habían tocado. Temas importantes, de los que forman parte de nuestro día a día, de los que realmente nos afectan a todos y no solo a los partidos y a la gente que vive alrededor de la política y que, por eso, disfruta convirtiéndola en un espectáculo.

Como la sanidad, la dependencia, el cambio climático, la accesibilidad, la pobreza, el déficit democrático en la Unión Europea o la cuestión de la inmigración y los refugiados. Temas como la cultura, por ejemplo, a la que no se dedicó ni un segundo, más allá de la mención a ciertos apellidos como vía para cerrar heridas con Cataluña. Y de educación se habló de forma brevísima, dado que todos los candidatos estaban de acuerdo: pacto de estado. Y a volar. ¡Cómo si no lleváramos decenas de años clamando por él, sin el más mínimo resultado!

Este modelo de Debate me parece mucho más serio
Este modelo de Debate me parece mucho más serio

Menos mal que cuando terminó el show, comenzó la reflexión. Reflexión serena protagonizada por la gente que, en sus casas, dedicó horas y horas a hablar de lo que verdaderamente nos afecta. Los emergentes llevan a gala estar conectados con las preocupaciones de la calle para superar la vieja ortodoxia de los partidos tradicionales. No tuve esa percepción durante el debate. Allí estaban Pablo y Albert, encantados de conocerse y de jugar en las ligas mayores, más preocupados por decidir qué hacer con las manos -ahí, el líder podemita dio una soberana lección, armado con un BIC- que de transmitir ideas para conquistar a un electorado que, más allá del espectáculo, exige coherencia, sinceridad y compromiso.

Jesús Lens

Vivir mata

Mi artículo de ayer domingo, en IDEAL. Que ya está bien de tanto tecnofobia, tanto síndrome y tanta tontería…

No hay semana sin que nos desayunemos con las apocalípticas conclusiones a las que llegan diferentes y variopintos estudios publicados por universidades, observatorios y centros de investigación de todo el mundo.

Uno de los más recientes habla de la ansiedad que provoca el uso de Redes Sociales e, incluso, de lo estresante que es pegarse un maratón… de series. De series de televisión, no de las entrenar corriendo.

Vivir Mata redes sociales

Existe una tendencia cada vez más generalizada a separar, dividir y fraccionar nuestra vida. Así, una cosa sería la vida real y otra muy diferente, la vida virtual. Tampoco es igual la vida laboral que la vida ocioso-vacacional ni la vida de diario que la del fin de semana. Y, por supuesto, el tránsito de unas a otras genera estrés, confusión, ansiedad, malestar, etcétera; con el ñoño e infantiloide “síndrome postvacacional” como cabeza de lanza de semejantes ¿patologías?

El caso es que a cada invento, avance o desarrollo tecnológico del hombre, no tarda en surgirle un estudio que advierte de sus peligros, efectos nocivos y contraindicaciones. Estudios que podrían hacernos pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor.

¿Generan ansiedad Facebook, Instagram y Twitter? Posiblemente. ¿Y los móviles? Sin duda. Pero también genera ansiedad el despertador, cuando suena a las 7 de la mañana y es noche cerrada. Aunque más ansiedad genera cuando no suena porque no tienes trabajo al que acudir ni jefe del que quejarte.

¿Y los coches? ¿No generan ansiedad los coches? Y el autobús, cuando tarda en llegar. O las citas, sean a ciegas o con gafas. Y es que quedar con la gente en vez de quedarte en casa, también tiene su aquel: que si qué me pongo, que si no veas el garito al que vamos a ir, que si a ver si vamos a gastarnos demasiado… ¿Y las vacaciones, malditas sean? Que anda que no hay divorcios después de las vacaciones.

Vivir Mata atasco

Me aburre esa tecnófoba prédica constante que nos alerta sobre los males de Internet y todos sus derivados, como si antes de la irrupción de la Red y de los móviles no existieran la ansiedad, la prisa y el vértigo constantes en nuestras aceleradas vidas. No me creo que la famosa y manida desconexión -en el sentido pre-secesionista del término- sea ninguna panacea ni que Bill Gates, Steve Jobs y Mark Zuckerberg sean la encarnación del demonio.

La vida de cada persona es una e indivisible y transcurre a una velocidad de 24 horas al día. La clave está en elegir con tino a qué dedicarlas. Así, empiezo a pensar que, más peligrosa que la adicción a la Red, es la adicción a esos estudios según los cuales, desde el Paleolítico, no hemos hecho más que empeorar. Por eso, ganas me dan de limitarme a compartir las informaciones que hablen de los beneficios de beber cerveza y comer chocolate, tratando de no atragantarme entre maratón y maratón de “Borgen”, “Show me a Hero” o “Juego de tronos”, tumbado en mi sofá.

Vivir mata series televisión

¡Un puro sufrir, oiga!

Jesús Lens

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Premios Nobel que apuntan al corazón de la pobreza

Mi artículo de ayer domingo en IDEAL se aleja de los temas locales y candentes y mira, con optimismo, a los Premios Nobel, recién fallados.

Este año, yo quería que el Nobel de Literatura recayera en el escritor keniata Ngugi wa Thiongo, uno de esos tipos que aúnan su excelente literatura al compromiso social. Y no por tirarme el moco de que hace muchos, muchos años, leí uno de sus libros, sino precisamente por lo contrario: su obra está tan escasamente traducida al español que es muy difícil de encontrar y, por tanto, de leer. Y ya sabemos que cuando un autor gana el Nobel, le traducen hasta las redacciones que escribió en Primaria.

Premio Nóbel Literarura 2015

¿Qué hubiéramos ganado con el Nobel a Murakami, si el lanzamiento de cada una de sus obras se convierte en un acontecimiento mediático interplanetario? Por eso, a falta de keniata, buena ha sido la bielorrusa: muy contento de que el premio capital de las letras internacionales haya recaído en Svetlana Alexiévich, una periodista que dice escribir sobre lo que ella misma denomina “la historia omitida”.

Dando por sentado que es una gran autora -los suecos son gente seria- gracias a este premio vamos a tener a nuestro alcance una vasta obra, hasta ahora prácticamente ilegible en España. De esa manera, podremos conocer más, mucho más, sobre la gente normal y corriente que trata de sobrevivir en los restos de lo que una vez fue un gran Imperio.

Voces de Chernobyl

Y por las mismas razones me ha gustado que el Nobel de la Paz lo hayan ganado cuatro poco conocidas asociaciones tunecinas que se las están viendo y deseando para sacar adelante “la construcción de una democracia pluralista en Túnez”. Un proceso amenazado por el terrorismo islamista que, contra y viento y marea, sigue adelante. Que no voy a discutir si la Merkel se lo merecía o no, pero que esta decisión me emociona mucho más.

Y está el Nobel de Medicina, que este año ha recaído en tres investigadores que trabajan en terapias contra la malaria y otras enfermedades parasitarias que afectan, sobre todo, a las personas desfavorecidas que viven en países pobres y áreas insalubres. Otro extraordinario premio para reconocer el trabajo de tres científicos que han dedicado sus esfuerzos a tratar de mejorar la vida de esos millones de personas sin nombre que no suelen ser más que cifras y tantos por ciento en las estadísticas.

Premio Nóbel Medicina 2015

La guinda del pastel la ha puesto el Nobel de Economía, a un estudio sobre la pobreza en que destaca que “para diseñar políticas económicas a favor del bienestar y de la reducción de la pobreza, primero debemos entender las decisiones individuales de consumo”. Me gusta eso de vincular dos conceptos aparentemente contradictorios, que muchas veces da la sensación de que las personas más desfavorecidas deberían contentarse con recibir la ayuda institucional que les permite sobrevivir, un día más, sin ulteriores perspectivas de desarrollo.

Premio Nóbel Economía 2015

Enhorabuena a los miembros de las diferentes Academias nórdicas que este año, con sus acertados fallos, han hecho posible que los Nobel apunten directamente al corazón de la pobreza en el mundo.

Jesús Lens

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Andalucía, Tierra de Conseguidores

Mi artículo, en IDEAL de hoy lunes. Que haberlos, haylos por todos sitios. Pero que aquí florecen como las setas…

En “Pulp Fiction”, el personaje interpretado por Harvey Keitel se presentaba así: “Hola. Soy el señor Lobo. Arreglo problemas”. Si Tarantino recibiera una subvención de la Junta de Andalucía para filmar una película en nuestra tierra, estaría obligado a escribir sobre un personaje, quizá menos interesante, pero mucho más cercano: el conseguidor.

“Hola. Soy el señor X. Consigo fondos. Y subvenciones. Y ayudas”.

Conseguidores Lobo

El conseguidor andaluz es un tipo avispado, simpático y con muchos contactos que lo mismo te monta un fondo de reptiles que te organiza unos cursos de formación fantasma. Un tipo, disponible las veinticuatro horas del día y siete días a la semana, que igual te consigue unas subvenciones millonarias de la UE que una campaña de publicidad con muchos ceros de un consorcio, cluster u organismo cualquiera.

El conseguidor andaluz es un currante de tomo y lomo que se conoce al dedillo, no solo la letra pequeña del BOJA, sino también su letra más minúscula. Y hasta la ínfima. Y, sobre todo y más importante, el conseguidor sabe leer esa otra letra tan especial y complicada, escrita con tinta invisible: la que permite acceder a la correcta interpretación de las disposiciones normativas que terminarán satisfaciendo tanto a los mandamases como a los interventores, administradores y secretarios que han de estampar su firma en un cheque, en una transferencia o en una orden de traspaso.

Conseguidores BOJA

El conseguidor andaluz, por tanto, desempeña un papel trascendental en una administración autonómica más volcada en la captación y gestión de este tipo de recursos que en implementar políticas de desarrollo económico y de creación de empleo, como todos los índices y cifras macro se empeñan en demostrar.

El problema viene cuando el conseguidor cobra conciencia de su importancia y empieza a querer ganar más de lo que gana. Entonces, la cosa canta. Por soleares. Le ha pasado, presuntamente, al conseguidor de la Fundación Lorca, un prodigio en la captación de fondos de allende nuestras fronteras al que no le ha temblado el pulso a la hora de falsificar contratos y documentos para subirse los porcentajes de sus emolumentos. Presuntamente, insisto.

Imagino que el conseguidor llega a ese punto de audacia porque se siente cómodo y confiado en que las instituciones a las que tiene que rendir cuentas de su gestión no le van a prestar excesiva atención a minucias como la que va de un 4 a un 15% en el cobro de sus emolumentos. Y así se pierden millones y millones de euros a lo largo de varios ejercicios, con los representantes de las instituciones encantados de conocerse y discutiendo sobre el sexo de los ángeles en vez de estar gestionando y fiscalizando la correcta ejecución de los presupuestos.

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Gente que arregla problemas, en el mundo del cine y la televisión hay muchos, de Ray Donovan a Michael Clayton. Pero esta especie tan particular de conseguidor parece ser un endemismo de nuestra tierra.

Jesús Lens

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