El debate del lunes: tiburones

El Debate del Lunes, que iniciamos el 11-M, lo planteamos en un tono salvaje y desmedido, rojo sangre, recordando pasajes de libros y películas.

Por ejemplo, éste:

“Vean, una vez de camino a Brasil vi que el océano de tan oscuro de sangre estaba negro y el sol se desvanecía en el cielo. Estábamos en Fortaleza y unos pocos nos pusimos a pescar. Yo fui el que pescó primero. Era un tiburón. Luego hubo otro. Y otro tiburón más. Todo el mar estaba lleno de tiburones y cada vez había más. Ya no había nada de agua. Mi tiburón se desgarró con el anzuelo y su olor, o quizá su mancha y su desangramiento enfureció al resto. Las bestias empezaron a comerse entre sí. En su enardecimiento se devoraban a sí mismas. Se sentía el afán de matar como el viento punzando en los ojos. Y se podía olfatear la muerte hediendo en la mar.”

Vamos, incluso, más allá:

“Pero en la espumosa confusión de sus combatientes invitados, los tiradores no siempre pueden dar en el blanco; y esto reveló nuevos aspectos de la increíble ferocidad de sus adversarios. Comenzaron a dar viciosas dentelladas, no a las tripas de sus compañeros, sino que, como arcos flexibles, se retorcían y mordían sus propias entrañas, hasta que parecía que una misma boca tragaba esas entrañas una y otra vez, para que volvieran a salir por la herida abierta.”

Aún así, ¡feliz semana!

(Si tal es posible)

Jesús debatiente Lens

Veamos los 11 de marzo de 2008, 2009, 2010 y 2011

Rodeados, entre el miedo y el desdén

Con Raúl Lozano comenzamos una nueva serie en este Blog. La firma invitada.

Sí. Otra novedad más. Porque, o evolucionamos, inventamos y cambiamos o nos morimos.

Hoy dejamos un artículo largo, intenso y potente. Que plantea muchas cuestiones. Que hace algunas preguntas, contiene algunas respuestas y, sobre todo, hace pensar.

Con vosotros…

En mi hambre mando yo… o debería

Que me presente. Pues… no me presento, quién soy yo para tener que presentarme y exponerme a contar tonterías sobre lo que nada sé… Pero agradezco mucho este gesto de Jesús de radiar lo que digo, por desinteresado y valiente. Sí les daré una pista, soy como la mayoría, además de mi biología, una suma desordenada de credos, me-gustarías y deberías…

Creo en la pereza y en la contemplación, que no en la indolencia, y en la intensa ilusión o incluso el cabreo, que te hacen hacer. Aunque dado al vicio de la dispersión, creo en lo bien hecho, aunque sea poco y tarde en llegar. Creo en el conocimiento como señor de la acción, en la necesidad creadora del ser humano, y en su conciencia poética respecto a todo lo vivo de lo que forma parte y por lo que se conmueve y anima. Creo en la superación del miedo como la medida de la libertad individual y la independencia de pensamiento que todo hombre o mujer podrían proponerse alcanzar. Creo en la naturaleza y en el amor, y en el placer y en el dolor como verdades incontestables. Creo en la vida que se nutre de la muerte y a sus manos acaba. Acaso creo en el dios o dioses que pudiera haber tras estas creencias.

Dicho esto, no entiendo casi nada de lo que hay a mí alrededor. No soy nadie pero no encuentro muchas razones para superarme salvo, quizás, ver menos tele y leer más… Me gustaría cada día tener encuentros agradables y desinteresados, charlar sin objetivo con mis diferentes y compartir emociones con mis semejantes… cambiar de país y alcoba de vez en cuando, respirar aire puro, disfrutar de una buena comida y buen vino y escuchar música con frecuencia… O sea, que como la mayoría, sueño con alcanzar la isla protegida donde disfrutar de lo que creo sin molestarme en mantenerme todo el rato alerta de tiburones, serpientes venenosas o virus mortíferos. Por lo demás, debería venderlo todo y conservar solo un pequeño refugio y el suficiente dinero para concedérmelo todo cuando lo desee deseando lo justo. Este último “debería” encabeza una larga lista hasta los confines de mi desgastada memoria que, no obstante, no me estropea aún las divinas siestas.

Pero de un tiempo a esta parte, todo el mundo quiere vender lo que no tiene y no se había dado cuenta que era del banco y como siempre, pero más, para aguantar sigue vendiendo-se al mejor postor por un plato de lentejas. Y no es que no haya ninguna honra en lo de venderse ni que algunos necesiten por cuestiones de alergia alimentaria sustituir las lentejas por caviar, la mayoría no hemos encontrado otra para comer y los mínimos caprichos. Creo que no la hay –me refiero a la honra- en hacerlo cobrándose en estiramiento y desdén como lo hacen algunos, más cuando con frecuencia se trata de especimenes a menudo más dotados en estatura y de cuello largo, y más dados al gimnasio –tan vistosos con sus trajes entallados y corbatas apretadas, que recuerdan al multiplicable Sr. Smith-… Si al menos tuvieran el pico rosa como los flamencos y lo metieran en el fango para buscar gusanos y pececillos, entonces se les podría clasificar con justicia como hermosa especie de trepadores grises comegusanos de patas largas pero sin alas.

Recuerdo a alguien que me crucé en una céntrica calle de esta ciudad lo suficientemente callada como para escuchar cómo le regañaba por el móvil a otro alguien subordinado, profiriendo ese tipo de expresiones tan típicas: “a ti no te pagan por pensar”, “cumple los objetivos y déjate de excusas”, etc. Recuerdo que percibí claramente, entre aquellos ladridos regañones, algo tan sencillo como miedo, miedo que necesitaba desahogar. Supongo que era el miedo a perder algo que su status no podía aceptar. Aquel miedo hoy es dueño y señor de plazas y edificios, de tiendas y jardines, de personas y haciendas. Ahora está en juego, ya no el status, sino la supervivencia económica, así que las actitudes de defensa (que se tornan en ataque al vecino) son mucho más patéticas. No sé pero en la carta de derechos humanos, podrían resumirse muchos en uno que sin embargo no se explica solo por la suma de todos ellos: Todo ser humano, por el hecho de nacer, tiene derecho a no tener que sentir miedo por la causa o la inacción de sus congéneres. Si esto se siguiera y se profundizara en el ejemplo de gentes heroicas y culturas avanzadas –que las hay- donde se protegiera la libertad de los individuos combatiendo el miedo, acaso otro gallo nos cantara. En nuestra particular versión cultural mezcla de muchas cosas y dotada de un clima tan benigno que favorece el rápido crecimiento de bacterias y maldades, lo del miedo y el desdén están muy unidos. El desdén que se ejerce es una forma de protegerse del miedo que se tiene, con el ataque preventivo a los semejantes, que pasan a considerarse potenciales enemigos, por lo que se les inocula el mayor miedo posible. Gracias al desdén y en combinación con circunstancias propicias, sus artistas encuentran oportuno y necesario pasar por encima de cualquier valor, o lo que es peor por encima de cualquier hermano, por sagrados que uno y otro sean, con tal de disminuir la ansiedad que su miedo les provoca o por el simple placer de contemplar el dolor ajeno. Así, y gracias a esta perversa espiral, enseñamos unos a otros que el triunfo sobre el miedo es el desdén, cuando no es más que su hijo putativo.

El otro día estuve con mi niño en el Parque de las Ciencias y como es lógico, no me resistí a ver la muestra sobre el tiranosaurio rex, corta pero de buena factura, y entre lo interesante de la puesta en escena, la interacción que se pretende con el visitante planteándole, a partir de la información suministrada, una pregunta: ¿Depredador o carroñero? Y es que los pocos datos científicos podrían apuntar en ambas direcciones a la vez. Yo voté ni lo uno ni lo otro, sino ambas cosas a la vez, y en cuanto a su estrategia de caza, me lo imaginé mordiendo a sus víctimas por la espalda cuando éstas no se hubieran percatado con tiempo de su presencia. Y pensando, pensando, en este artículo, me digo: eso es, los artistas del desdén no son/somos depredadores ni carroñeros, sino a la vez carroñeros (de moribundos que no pueden defenderse) y depredadores (de lo frágil y a traición). Así que bien haríamos en estar bien vivos y no darles nunca la espalda, morirían de inanición. Y ya de paso, hacer como nuestros primos los monos que ante la amenaza de hienas carroñero-depredadoras, legislan desde los árboles y a voz en grito, contra el miedo, y las matan así de hambre. O hacer como aquél a cuya voluntad pretendían obligar: tirarle el duro a la cara al señorito, diciéndole: “en mi hambre mando yo”…

Si hay ganas, porque gente más sesuda seguro, otro día debatimos de formas ocultas de miedo y sus antídotos, y-o de efectivas vacunas para el desdén de los tiranosaurios… Yo propongo el primer antídoto: lista de megustarías y de cosas y bienes de las que debería estar dispuesto a desprenderme sin poner en peligro mi independencia ni mi felicidad…Por un tweet un dos tres r.o.v…

Raul Lozano

Y, esta vez sí que soy el Lens quién publicó, en 2008, 2009, 2010 y 2011.

¿Por qué las llaman Listas?

Unos: nombres y rostros que se repiten más que los ajos fritos. Además, en Sevilla, están al borde de la guerra civil, a un mes de las elecciones.

Los otros, por su parte, desafiando las leyes, las han llenado de alcaldes y de cargos electos.

¿Y las llaman Listas?

Jesús atontao Lens

Veamos que publicábamos los 12 de febrero de 2008, 2009, 2010 y 2011

Y, sin embargo, funcionan

Despedimos el año, en IDEAL, con este artículo que quizá sorprenda a más de uno. Pero que a mí me ha salido del alma…

De todos los lugares comunes en que solemos incurrir, uno de los más tópicos y habituales es el de malmeter y reírnos, ironizar y bromear con la figura del funcionario hasta el punto de que escuchamos la palabra y un torrente de adjetivos (des)calificativos se nos viene a la cabeza, de forma automática.

Estas semanas, por distintos motivos, me ha tocado lidiar con varios funcionarios de administraciones distintas. Empecé por el hospital. Me convocaron a una operación de cirugía menor que resultó ciertamente engorrosa, pero el cariño, el buen humor y el calor humano con que me atendieron tanto la médica como todas las enfermeras me resultaron, además de reconfortantes, de lo más enternecedor. No voy a llegar al extremo de decir que me gustaría volver a pasar por ello, pero más allá de molestias, puntos y cicatrices, el recuerdo que me queda de esa tarde es el de un equipo humano que responde a un ideal que yo pensaba inalcanzable.

También he estado liado con la policía, por temas de inmigración y cartas de invitación. Flipaba cuando recibí una llamada a través de la que me informaban de todo lo informable y, con simpatía y amabilidad, me indicaron todo lo que tenía que hacer y la mejor manera de hacerlo. Y flipaba más aún cuando, casi sobre la marcha, me volvieron a llamar para comunicarme la resolución favorable del expediente.

¡Hasta con la hacienda local, me las he visto! Y lo mismo. Atención exquisita, pulcritud administrativa, facilidades de todo tipo…

Ahora, a buen seguro, el lector se estará acordando de aquel funcionario que le extravió un papel o de ese otro que no le dijo las cosas como debería habérselas dicho. Es cierto, haberlos, haylos. Pero, ¿y las innumerables veces que todo sale como es debido, más o menos?

Cada vez atiendo más a la etimología de las palabras y, con ejemplos como los antedichos, recuerdo que el término funcionario viene de funcionar. Son los trabajadores que, con su trabajo, permiten que un país, una comunidad y una ciudad seguir avanzando, crecer y proporcionarnos calidad de vida.

Como la envidia es muy mala, cuando se anunciaron los recortes a los funcionarios, la bajada de sueldo y el empeoramiento de sus condiciones laborales, hubo quién se alegró. Ahora que empezamos a sentir en nuestras carnes los efectos de la crisis, aplicados a la función pública, quizá veamos las cosas de otra manera: menos quirófanos, más colas para cualquier trámite y, posiblemente, más errores administrativos.

Lo que está por venir no lo sabemos, aunque nos lo tememos. Pero, aunque sea a trancas y barrancas, nuestro mundo seguirá funcionando. Y lo hará, en buena parte, gracias a esos cientos de miles de trabajadores que, con la mejor de las voluntades y una sonrisa en el rostro, de forma tranquila, sorda y silenciosa; nos permiten parafrasear el título de una película maravillosa de Federico Fellini: Y la vida va.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros

En 2008, 2009 y 2010, publicábamos eso mismo…

Empresas y aventuras

Ha querido la casualidad que hoy viernes, cuando cumplimentábamos el segundo día de una visita reveladora, extenuante, sorprendente y energizante a La Alpujarra, visitando a compañeros de CajaGRANADA y a algunos de sus clientes, empresarios de la hostelería, del jamón, viticultores, etcétera; IDEAL haya publicado este artículo en que hablamos, precisamente, del valor de los empresarios.

Leo el contenido de la palabra “empresa” en la Wikipedia y no doy con lo que busco. Y si googleo “empresario”, tampoco. Voy a lo concreto y tecleo “empresa” junto a “aventura” en el buscador. El resultado: descensos del Sella, puenting o alpinismo.

Hasta que no voy al tradicional Diccionario de Sinónimos y Antónimos no encuentro oficialmente la anhelada confirmación de que una empresa, además de ser “una organización o institución dedicada a actividades o persecución de fines económicos o comerciales”, también es sinónimo de aventura.

Así lo recordaba, de mis lecturas adolescentes: embarcarse para descubrir mundo era iniciar una empresa tan excitante como incierta y arriesgada. Y potencialmente enriquecedora, no sólo en el sentido material del concepto.

¿Cuándo dejó de tener la palabra “empresa” un significado romántico y aventurero y pasó a ser poco menos que un insulto, la descripción de un pecado capital? Ser empresario ha sido, durante mucho tiempo, sinónimo de explotador, vividor, señorito y acomodado burgués, rico millonario votante de derechas.

De las pocas cosas buenas que ha traído la crisis ha sido la revalorización del papel del empresario, una especie en vías de extinción, más amenazada que el mismísimo lince ibérico. Hasta hace muy poco tiempo, a un empresario se le seguía mirando con recelo, uno de los sospechosos habituales de la sociedad española. Ahora, se le contempla con la curiosidad con que se observa un fenómeno insólito de la naturaleza: la aurora boreal, un volcán en erupción o la caída de un meteorito.

Si alguien al que apreciamos, de repente, nos dice que está pensando en hacerse empresario, o le recomendamos que vaya a nuestro psiquiatra de cabecera o le compadecemos en silencio, esperando que sea un trastorno mental transitorio. Y si nos lo dice un familiar del que esperamos heredar algún bien material, nos vamos directamente al juzgado, a tramitar su incapacitación inmediata.

Y, sin embargo, el empresario se ha convertido en la gran esperanza blanca para ayudarnos a salir de la crisis, generar empleo y crear riqueza. Solo que ahora, volviendo al origen romántico del término, reivindicando la necesaria dosis de locura, arrojo e insensatez de la aventura, se le llama “emprendedor”.

Cada vez que hemos oído hablar a lo largo de estos años acerca del cambio del modelo productivo y de la economía del siglo XXI, el del emprendimiento ha sido uno de los conceptos que ha cosechado mayores unanimidades entre políticos, sociólogos y gurús de todas tendencias, procedencias y extracciones.

Pero, ¿reciben los emprendedores apoyo alguno o la burocracia sigue siendo un océano tempestuoso en el que zozobran y se ahogan sus expectativas? ¿Encuentran la financiación, el acompañamiento y el compromiso que necesitan?

O, quizá, la del emprendimiento es otra leyenda urbana: todo el mundo habla de él, pero nadie lo ha visto.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

Dedicado a esas buenas gentes que hemos conocido estos días, del Hotel Alcadima de Lanjarón, el Balneario, la Asociación para el Desarrollo Rural de la Alpujarra, los Jamones Diego Martín, la Fábrica de Chocolates La Abuela Illi en Pampaneira, el Mesón Poqueira y su nuevo hotel, los Jamones Vallejo de Trevélez, el Hotel Alcazaba de Busquístar, los Jamones de Juviles, el Complejo Turístico El Cercado de Alcútar, el Museo Gerald Brenan de Yegen, El Sitio de la Alpujarra en Laroles o la fastuosa Bodega & Finca Cuatro Vientos de Murtas.

Y muchas gracias a los compañeros de medios de comunicación: Rafael Vílchez, Juanjo Romero e Irene Rivas por su ayuda y colaboración a lo largo de estos días de viaje y descubrimiento de la Alpujarra granadina.

PD.- El 11 del 11 de otros años no ha sido tan publicitado como el de éste, pero también bloqueamos en 2008, 2009 y 2010.