Lo recuerdo como si estuviéramos en un cuadro de Edward Hopper. Caía la noche sobre Málaga y habíamos parado en una gasolinera. Escuchábamos un CD de Nick Cave cuando recibí un wasap de Javier Márquez Sánchez, con una oferta que no debía, que no podía rechazar.
“¿Qué no? Vas tú a ver?”, pensé para mis adentros. No por chulería, inquina o vileza, sino por falta de tiempo y exceso de trabajo: aquella propuesta me llegaba en el peor momento posible. Y urgía. Tras escuchar el audio de Javier y antes de arrancar, ya le había dado el OK. Efectivamente, era irrechazable. Al llegar a Granada, ya tenía más o menos hilvanado en mi cabeza el prólogo para su nuevo libro, ‘A peseta por estampita’, publicado por la heroica editorial Muddy Waters Books.
¡Cómo! ¿Sin haber leído el libro? Casi sí. Javier Márquez estaba embarcado en un completo y prolijo recorrido por timos, estafas, fraudes y otras artes fascinantes (siempre que no seamos los protagonistas), como reza en la portada del libro. Y yo sé de eso. Sin falsas modestias: sé mucho. Porque es un tema que siempre me ha atraído y, sobre todo, porque he sufrido en mis propias carnes dos o tres intentos de estafa, uno de ellos perfectamente ejecutado y rematado por su pícaro autor.
Nada grave. Estafas de andar por casa. Nada como, por ejemplo, intentar venderle la Alhambra a un guiri despistado. Vendérsela en sentido literal, no en el turístico. Venderle la propiedad tras mostrarle el Patio de los Leones andamiado, con la excusa de que su mantenimiento es muy caro y el Ayuntamiento está en la ruina, enseñándole las noticias de los periódicos. Venderle la Alhambra tras echar unas cuentas sobre cuánto podría ganar el pobre incauto con el cobro de las entradas. Venderle la Alhambra tras sellar un contrato de compraventa firmado ante un (falso) notario, por supuesto.
¿Le suena a broma? Pues lean ‘A peseta por estampita’ y sabrán la de incautos que se han dejado los cuartos tras ‘comprar’ el Puente de Brooklyn o ese amasijo de hierros trenzados que es la Torre Eiffel. Las estafas piramidales también les suenan, ¿verdad? De Bernard Madoff a los sellos del Fórum Filatélico… o los jamones alpujarreños. ¿Por qué se basan en el llamado Esquema Ponzi? ¡Lean, lean a Javier Márquez!
¿Se acuerdan de la película ‘El golpe’ y el timo de la ‘información retenida’ por un empleado del servicio de telégrafos? Pues ocurrió. ¿Y qué pasa con esos supuestos jeques árabes que se llevan, literalmente hablando, enormes rubíes o esmeraldas de las joyerías… sin pagar un euro?
Los plagios literarios ocupan un destacado papel en esta recopilación de estafas y fraudes. Como el descubrimiento de falsas antigüedades recién manufacturadas o desconocidos manuscritos originales y personajes como el sinpar Elmyr de Hory, autor de tantos Picassos y Modiglianis que llegó a hacer una exposición con sus falsificaciones y a quien Orson Welles le dedicó su maravillosa ‘F for fake’.
Así las cosas, no es de extrañar que Andrés Carretero, director del Museo Arqueológico Nacional, comentara en una entrevista con total naturalidad que “todos los museos tienen falsificaciones. Si un museo no las tiene, no es un museo”.
Nos gustan los falsificadores. Los pícaros y estafadores de guante blanco. Su arrojo, perspicacia e inteligencia. Su morro y su cara dura. Nos gustan siempre y cuando no seamos nosotros las víctimas de sus tejemanejes, claro. Porque todos somos susceptibles de ser embaucados y caer en la telaraña urdida por un buen estafador. Es la conclusión última que saco de un libro delicioso, muy bien documentado y ágilmente narrado en el que su autor, el periodista y novelista Javier Márquez, nos deja un amplio reguero de su fina ironía y su ácido sentido del humor.
Jesús Lens