Ayer fui a pagar el desayuno, un café con leche y media tostada mixta, muy, muy pasada. 1,95 euros. Entregué un billete de 5 y la amable camarera me devolvió, en mano, los 3,05 euros de vuelta. Y, con ellos, un papelico. No. No piensen mal: era el ticket que marcaba el montante de la operación.
El caso es que me eché todo aquello al bolsillo, las monedas junto al papelico, pero me estorbaba en el bolsillo, al caminar. Lo saqué, lo plegué, lo arrugué y, como no encontré ninguna papelera a mano… me lo traje conmigo. Y aquí lo tengo, justo delante.
Lo he medido. Exacta y precisamente. 15,4 centímetros de largo por 8,8 centímetros de ancho. O sea, que el papelico no es tan papelico. En realidad, para ser el resultado de una transacción económica de 1,95 euros, es un papelón.
Así las cosas, no me extraña que haya grandes superficies que se estén planteando eliminar esos enormes pliegos que vomitan las cajas registradoras, tras pagar la sentencia. Por ecología. Por economía. Y, supongo que también, para que al cliente no le remuerda la conciencia, después, al repasar todo lo que ha comprado.
En los tiempos de la realidad virtual y el dinero de plástico, estos tickets resultan un extraño anacronismo que, cuando desaparezcan de nuestra vida, estoy seguro que echaré de menos. Como añoramos abrir el buzón de casa y encontrar algo diferente a ofertas comerciales. Que por no llegar, ya no llegan ni las facturas de la luz o el agua, una vez digitalizado el proceso de cobro mensual.
Hay gente a la que, sin embargo, estos tickets les vienen muy bien. Esa gente que los usa para pasar gastos a sus empresas y/o para justificar cargos ante la Agencia Tributaria.
Fíjense en Aída Nízar, por ejemplo, que va por la vida con 162.000 euracos en metálico. Y los lleva con tanta naturalidad que se los deja olvidados en la caja fuerte de la habitación del hotel. ¿No creen que a esa chica le vendría bien tener a mano algún que otro justificante? También es verdad que podría ser cierto que ese dinero sea para una ONG… pero el juez, de momento, no lo ve claro. Y lo ha dejado bloqueado hasta que Hacienda se pronuncie. Lo mismo, al final, no es tan mala idea lo de guardar papelicos…
Jesús Lens