Reflexionar con ‘Parásitos’

Dado que sólo hemos tenido media campaña electoral, deberíamos disfrutar únicamente de media jornada de reflexión. Les recomiendo que la otra media la dediquen a ver ‘Parásitos’ en el cine, una de las películas del año, junto a ‘Joker’.

Leo que un profesor de Psicología de la UGR desaconseja ver la película del archienemigo de Batman por ser una exaltación de la violencia gratuita. Me gustaría saber qué piensa de la última Palma de Oro del Festival de Cannes, dirigida por el cineasta coreano Bong Joon Ho, un puñetazo cinematográfico en todos los morros del espectador, una de esas películas que te dejan noqueado, en estado de shock, estupefacto y patidifuso.

“¿Había imaginado que una película incómoda como ésta podría cosechar tanto éxito?”, leemos en la magnífica entrevista que publicó la revista Caimán del mes de octubre. “Yo siempre elijo un camino duro. Nunca he ido por el fácil”, contesta el cineasta. “Es una película muy rara. Tengan cuidado con ella”, advierte.

No les voy a contar de qué va ‘Parásitos’, más allá de decirles que es una película que nos invita a reflexionar sobre la sempiterna lucha de clases. La clase alta, la media y la baja, perfectamente representadas en las tres modalidades de residencia que aparecen en el filme, una imprescindible metáfora locativo-espacial.

Hoy es un buen día para ir al cine. Por la mañana, aprovechen para reflexionar sobre nuestros políticos, los debates televisivos y sus mensajes electorales. Por la tarde, anímense a ver ‘Parásitos’. Y déjense tiempo al salir del cine para echarse unas cañas y comentar la película. Podrá gustarles más o menos, pero les garantizo que no les va a dejar indiferentes.

Acostumbrados a un cine fácil, poco comprometido y de evasión —lean a Scorsese cuando habla de esas películas “en las que no hay misterio, ni revelación, ni peligro”— ver cintas como ‘Joker’, ‘Mientras dure la guerra’ o ‘Parásitos’ es una declaración de intenciones, un ejercicio de compromiso personal con un cine que te remueve por dentro, te espolea y te sacude. Películas que dan que pensar, reflexionar, debatir y conversar.

Jesús Lens

Parásitos

Columna que publicamos en IDEAL hace unos días. Absolutamente basada en hechos reales. Por desgracia.

Digamos que se llama Lucía y que, tras haber estudiado una carrera, decide hacer (y pagarse) uno de esos selectos Máster que, ahora, son requisito imprescindible, aunque nunca suficiente, para conseguir un trabajo.

El final de un Máster suele ser un proyecto que han de desarrollar los alumnos, divididos en grupos de trabajo, en que demuestren no sólo los conocimientos adquiridos sino, sobre todo, la aplicación práctica de los mismos: los Máster tienden puentes entre la enseñanza académica de las carreras universitarias y la vida, el trabajo real al que se enfrentan los alumnos cuando dejan las aulas.

A Lucía le tocaron los compañeros de proyecto que su tutor consideró pertinentes. Así es la vida: uno, casi nunca puede elegir a sus colegas de trabajo. Y, desde el principio, los problemas. De los cinco integrantes del grupo, tres trabajaban y dos pasaban. Olímpicamente. Pero ahí seguían, a rebufo. Como las rémoras de los tiburones. Chupando del bote y beneficiándose del trabajo de los demás. – La vida misma – les contestó con fatalismo el responsable del Máster, cuando Lucía se quejó de la actitud de parte del equipo.

Al final del proceso formativo, gracias al excepcional, serio y concienzudo trabajo de tres currantes, dos vagos obtuvieron la mejor de las calificaciones posibles. Inmerecidamente. Y hasta luego, Lucas. Si te he visto no me acuerdo.

Solo que, en este caso, la historia continúa. Porque el referido proyecto era tan bueno que la Universidad contactó con Lucía y sus compañeros para, debidamente adaptado, comprarlo e implementarlo profesionalmente. ¡El sueño de cualquiera! No era mucho dinero, pero sí un enorme orgullo.

Lucía convocó a sus compañeros. A los que habían trabajado y a los que no. A fin de cuentas, los cinco lo habían firmado. Tenían un largo y cálido verano por delante para trabajar y convertir el proyecto en un entregable para su aplicación práctica por la Universidad. Ni que decir tiene que los dos parásitos ni aparecieron, ni dieron señales de vida, ni arrimaron el hombro, ni pegaron un palo al agua.

Lucía alucina cuando, a la vuelta de unos meses, una vez terminado el trabajo y entregado a completa satisfacción de la Universidad, recibe la llamada de uno de los desaparecidos en combate: que no han cobrado nada por la cesión del proyecto a la Universidad y que iba a denunciar a Lucía y a sus otros dos compañeros.

Y ahí está la pobre, en manos de un abogado, teniendo que defenderse del ansia chupóptera de un fulano al que no sé exactamente cómo calificar, para no quedarme corto sin ofender el buen gusto de los lectores de esta columna.

Pena, rabia, indignación… y lo peor de todo es que hechos como éste son un sencillo ejemplo de la sociedad de vividores que nos ha llevado a la ruina y que nos sigue pisando el cuello, impidiéndonos levantar cabeza.

Jesús Lens