Tengo mono de viajar. ¿A que me lo han leído en más de una ocasión este verano? Pues aprovechando que ayer tenía la mañana más o menos tranquila, fuimos a Deifontes, la Fuente de Dios.
50 años en Granada y no lo conocía. Fue en junio, trabajando en aquel suplemento sobre el patrimonio de nuestros pueblos, que me quedé prendado de Deifontes, literariamente hablando. Manantiales, fuentes, restos romanos, misticismo…
Llegamos temprano. Dejamos el coche junto a los lavaderos y subimos caminando hacia el centro del pueblo. Como nos encontramos la Iglesia de San Martín abierta, aprovechamos para visitar su gran artesonado mudéjar. ¿Soy yo o los templos que mantienen estos maravillosos techados siguen oliendo eternamente a madera? Su torre, reconvertida en campanario, no puede disimular sus orígenes como mezquita. El sincretismo, o sea.
De ahí pasamos al Palacio de los Marqueses de Casablanca, un auténtico oasis en un pueblo donde el agua mana abundante y generosamente de sus fuentes, para solaz del acalorado viajero. Y es que el sol, aunque no hayamos llegado al mediodía, ya aprieta. Palacio, ojo, reconvertido en Ayuntamiento. Y sede de otras dependencias municipales, de asuntos sociales a policía local. Sus jardines, hermosamente cuidados, son un remanso de paz en un pueblo que respira calma y tranquilidad por los cuatro costados.
Entonces me acordé de Juarma, dibujante y novelista, natural de Deifontes y autor de ‘Al final siempre ganan los monstruos’, una novela punk con mucha droga que transcurre en Villa de la Fuente, “un pueblo cualquier del sur de España”, como señaló en una entrevista. Y me acuerdo también de ‘Twin Peaks’ y de los muchos secretos que se ocultan detrás de un precioso entorno. Es lo que tiene que te guste viajar y disfrutar del patrimonio y los paisajes… sin olvidar la pulsión por la novela negra.
Nos trasladamos al Nacimiento, un enclave natural donde el agua es la gran protagonista. Aprovechamos para hacer un alto en el camino en la Venta del Nacimiento, el mismo sitio donde, hace siglos, se detuvieron Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz en su camino hacia a Granada. Antaño, allí paraban las diligencias. Hoy, un loro enjaulado le pone color —y jaleo— a su terraza mientras un gato implora algo de comer con la mirada.
Antes de volver a casa, visitamos la presa romana de Barcinas, de los siglos II y I a.C. ¡Cuántos tesoros por descubrir, en esta Granada nuestra! Se nos queda pendiente la Atalaya. La visitaremos en otoño, mientras hacemos el recorrido circular del Sendero de las Fuentes, que promete ser de lo más agradable.
Jesús Lens