Es posible que justo ahora andes mirando el tema de las vacaciones y los viajes -ahora conocidos como “escapadas”, imagino que para no aparentar una riqueza o desahogo económico excesivos- de cara a lo que queda de verano.
Ojo. ¡Ojito! Y mucho cuidado. Que unas vacaciones siempre son susceptibles de complicarse, torcerse y terminar convertidas en algo parecido a un infierno. Por ejemplo, si te vas a una idílica isla del Mediterráneo a hacer acampada libre, en la montaña, frente al mar.
Al menos, eso es lo que nos cuenta el principio de “La cueva”, la película de Alfredo Montero, cuyo arranque muestra unas tiendas de campaña vacías, mientras se escuchan varios mensajes grabados en los móviles de sus ocupantes, todos ellos pidiendo a sus titulares que den señales de vida, que ya van siete días sin noticias. La cámara, mientras, recorre la piedra gris de la montaña. Piedra caliza. Karst. Hasta detenerse en una oquedad. Oscura. Atrayente. Enigmática. Como son las bocas de cualquier cueva del mundo.
Lo comentábamos mi hermano yo, la otra tarde, mientras corríamos por los bosques de alrededor de Granada: ¡qué pesadilla, aquella vez que nos metimos en las Cuevas de Sorbas y tuvimos que reptar para atravesar lo que parecía una rendija en la tierra, encajonados, cuan largos éramos, sin poder avanzar ni retroceder! Que sí. Que es verdad que esa cueva es una maravilla y ahora la han adecentado para hacer visitas turísticas. Pero que hace veinte años, aquello daba yuyu. Imposible no recordarlo viendo “La cueva”, a medida que los protagonistas se van internando en el corazón de la montaña y los espectadores se retuercen en sus asientos.
Pero, ¿quiénes son los protagonistas? Un grupo de amigos que están de vacaciones. En realidad, son más conocidos que amigos, pero ya va bien para pasar unos días de relax en una hermosa isla. Entre ellos, un aficionado al cine con pasión por la cámara. Y ahí radica lo novedoso de la propuesta de Montero: buena parte de los ochenta minutos de metraje son las supuestas tomas de vídeo casero que el émulo de Scorsese va tomando con su cámara.
Efectivamente. Si estás pensando en referentes como la saga de Rec o la bruja de Blair, aciertas.
Y ahí lo dejamos. Porque ésta es una de esas películas de las que si cuentas demasiado, pierden la gracia. Por completo. Aunque gracia, gracia, lo que es gracia… poca. Bueno, a ver, al principio sí. Muchas risas y cachondeo. Lo típico de un grupo de veinteañeros en camiseta y pantalón corto de vacaciones. Luego ya…
Atentos, además de a lo puramente formal, al sonido. Toda la banda sonora es diegética (los espectadores solo oyen lo mismo que los personajes) y, en el interior de la cueva, los ruidos contribuyen sobremanera a aquilatar la sensación de agobio, claustrofobia y angustia que el lector ya habrá anticipado que va a sentir cuando se siente a disfrutar de “La cueva”. Porque, si te gusta el cine de terror, la vas a disfrutar.
Y sí. También es cierto: la duración de la cinta, ochenta minutos, hace que la historia no de muchas vueltas sobre sí misma: planteamiento, nudo y desenlace. Fuerte, duro y a la cabeza.
Jesús Lens