El por y el para qué

Pocas veces, tan pocas palabras han sido tan explicativas y justificadoras de una idea, un proyecto, un trabajo que nos llevará decenas y decenas de horas de esfuerzo y placer; de ver, buscar, leer, escrutar, resumir, compilar y, sobre todo, escribir y teclear.

Y en ello estamos.

Avanzamos.

¡Y seguimos!

Jesús #Áfricacine Lens

Veamos, los anteriores 2 de agosto: 2008, 2009, 2010 y 2011.

El caballero oscuro

¿Por qué los guionistas de la última entrega de Batman no nos explican quién es Bane, qué busca y cuáles son sus principios y su filosofía mucho antes de lo que lo hacen?

Las películas de superhéroes son mejores cuanto peores son los archivillanos que se enfrentan a los protagonistas. Peores en cuanto a intenciones, planes maléficos y propósitos destructores, claro. Porque, para que un malo sea malo de verdad, tiene que ser excepcionalmente bueno. El Joker interpretado por Heath Ledger, por ejemplo, fue magistral. Harvey Dos Caras, sin embargo, me convenció menos Aquí, el Post «I love the Joker«.

Y, así, llegamos a la tercera parte de la trilogía de Batman pensada, planificada, diseñada, escrita, dirigida y producida por Christopher Nolan, uno de los grandes visionarios del cine del siglo XXI. Una trilogía oscura, trágica, contemplativa y existencialista en la que Batman es un personaje atormentado, introspectivo y melancólico, tal y como se nos presenta al comienzo de esta nueva ¿y última? entrega de la saga. Al menos, la última de Nolan y Bale, según han asegurado.

Pero, en realidad, la película no empieza con ese Batman minusválido, cojo y huidizo, sino con la primera de las tropelías cometidas por el malo de la función, ese Bane cuyo rasgo más característico es una máscara y una voz que lo emparentan con aquel admirado, reverenciado, imitado y nunca superado Darth Vader galáctico.

Como si de una película de James Bond se tratara, asistimos a un aperitivo espectacular y rebosante de adrenalina antes de pasar al desarrollo de los personajes, las tramas y la fijación del momento espacio-temporal en que se desarrollará la acción, unos años después de la traumática muerte de Harvey Dent y de la desaparición de Batman. Gotham es una ciudad tranquila y pacífica y Bruce Wayne vive recluido en su mansión, aplastado por los recuerdos.

Pero las cosas van a cambiar. Porque ese Bane, malo malísimo, está dispuesto a acabar con la concordia ciudadana. Tras una primera hora de idas y vueltas, tirando a confusa y a sosa, en la que solo se salva la felina presencia de Anne Hathaway; la película empieza a coger altura con el ataque a la Bolsa, justo cuando Bane empieza a mostrarse como un líder ácrata y revolucionario que trata de subvertir el orden establecido, poniendo en jaque a las grandes fortunas de Gotham.

Así las cosas, ¿para qué es necesario Batman? En realidad, cuando Bane muestra sus credenciales, empieza a caernos bien. Lo malo es que ya es tarde y resulta imposible tomarle el cariño que le tomamos al Joker, por mucho que esa pelliza de cuero con forro de borrego mole tanto. Máxime porque los guionistas, sabiendo que jugaban con fuego y que, en lo más crudo de la crisis, los espectadores podían identificarse con los postulados del malo de la función y aceptar los sumarísimos juicios revolucionarios a los próceres de Gotham; lastran a Bane con la responsabilidad de arrostrar una grave amenaza para todos los ciudadanos de la ciudad. Sin excepción.

Acción, redención, sufrimiento, superación, acción, acción y más acción marcan la traca final de una película que termina por encajar piezas que cualquier espectador medianamente atento ya había encajado con anterioridad.

Y, sin embargo, la magia del cine, de la sala llena y la pantalla gigantesca; de la música alta y el olor a palomitas hacen que uno salga del cine sonriendo, con ganas de tomarse una cerveza y pensando… ¿cuándo se estrenará “El Hombre de Acero” de Snyder, cuyo tráiler pudimos ver antes de la proyección de “El caballero oscuro”?

Y es que, efectivamente, las leyendas renacen… sobre todo, en tiempos oscuros y sombríos como estos que nos toca vivir.

Jesús Lens

PD.- ¿Veis conseguido el primer Postpósito de agosto? Por cierto que Barrera, el inspirador de la idea, también ha escrito su Batpost.

El irlandés

Quizá sea más llamativa, para espectadores extranjeros, una película titulada “El irlandés” que una que se llamara “El guarda”. O “El poli”. O “El guindilla”. O “El picoleto”. Porque el original de la delirante comedia negra dirigida y escrita por John Michael McDonagh hace referencia a la profesión del protagonista total y absoluto de un filme que podrá gustarte o enervarte, pero que no te dejará indiferente.

Sin embargo, para los extranjeros, una película titulada “El irlandés” tiene resonancias míticas a ese país fascinante, único y delicioso, la Verde Erín, poblada por solo aparentemente ariscos hombres de barba blanca que hablan gaélico y beben cerveza negra hasta derrumbarse de sus taburetes, en la barra del pub. ¡Nos gusta Irlanda y nos gustan los irlandeses! Nos gustan su cultura y sus mitos; su Guinness, su música celta y sus poderosos, grasos y calóricos desayunos. Nos encantan su independencia y su mirada única, iconoclasta y diferente. Su cultura de la resistencia. Aunque, como dice el protagonista en un momento de la película, el gran problema de los irlandeses es su incapacidad para olvidar.

Por eso, si encontramos en cartelera una película titulada “El irlandés”, nos lanzamos de cabeza a verla, sobre todo, al saber que está interpretada por Brendan Gleeson como el policía a que hace referencia el título y por Don Cheadle, que encarna a un miembro del FBI desplazado al condado de Connemara para tratar de detener a un grupo de peligrosos, letales, filosóficos e inefables narcotraficantes. ¡Esas buddy movies de compañeros radicalmente diferentes entre sí y aparentemente imposibilitados para soportarse, pero que, después…!

Me gusta el humor bestia. El humor negro. El humor ácido, corrosivo y sarcástico. El humor efervescente. Como la cal viva echada en agua. Por eso, el arranque de la película me parece magistral, marcando el ritmo y el tono de la cinta al mostrar el trompazo que se meten unos chavales que conducen borrachos y a toda leche por una carretera secundaria y, sobre todo, al recrearse en la imperturbable reacción de Gleeson, haciendo de la necesidad virtud y robando las drogas de los cuerpos, aun calientes y sangrantes, de los finados.

Imagino que habrá almas sensibles y mentes bienpensantes que, una secuencia como ésa, le parecerá grotesca, bochornosa y lamentable. En ese caso, que no vean “El irlandés”. Porque, como esa, muchas más. Y peores. Es decir, mucho mejores.

La trama y la resolución del caso, que comienza con lo que podría parecer el crimen ejecutado por un asesino serial; son lo de menos. De hecho, la decepción que provoca el hombre del FBI en sus interlocutores cada vez que señala que pertenece a narcóticos en vez de a la unidad de ciencias del comportamiento, es buena muestra del tono paródico y humorístico que impregna toda la cinta.

Una cinta dominada de principio a fin por la inmensa humanidad de Gleeson, uno de esos personajes bigger than life, vividor, drogadicto, putero, borracho, comilón, voraz lector con criterio, cinéfilo, experto nadador y un policía como los de antes, con olfato, visión y sentido común. Un poli incorruptible e inasequible al desaliento.

Un tocapelotas con un sentido del humor a prueba de bombas y portador de una dignidad y una profesionalidad más propia de los cowboys del Oeste que de los polis del siglo XXI. ¡Y ándale al son de la música de Caléxico!

Valoración: 8

Lo mejor: la despedida entre Gleeson y su madre. Porque la poesía también se puede encontrar en mitad del cenagal.

Lo peor: teniendo en cuenta que la sala estaba medio llena y que el boca-oreja la hará triunfar, lo peor sería que la retiraran demasiado rápido de las salas de cine. Por si acaso, ya tardas en verla.

Jesús Lens

¡Arriba la gente de la hostelería!

Antes de cualquier otra cosa: ¿habéis votado ya en la Encuesta de la Margen Derecha? Tres garitos están tomando ventaja sobre los demás. ¿Son los tuyos? ¡Venga y vota!

Ahora sí. Vamos al grano.

Quiénes habéis estado en alguna de las presentaciones que hemos hecho de “Café-Bar Cinema” o habéis escuchado y/o leído alguna de las entrevistas; habréis visto que siempre me gusta hablar de la dedicatoria del libro.

En esta ocasión, el libro no está dedicado a familiares o amigos, como suele ser habitual y lógico, sino, en general, a la gente de la hostelería que, dando la cara delante o detrás de una barra o, refugiado en la cocina; hacen nuestra vida mucho más bella, tractiva y divertida.

Por eso, también, dedicamos un capítulo especial del libro a ellos, a los camareros, esos sociólogos a la fuerza, tal y cómo los describió Andrés Neuman. Filósofos, cómplices necesarios en nuestra vida. ¿Quién no le ha llorado a un camarero alguna vez en su vida? ¿Quién no ha compartido con alguno de ellos sus penas, alegrías, dudas y zozobras?

Este fin de semana, la primera entrada de este Blog va por ellos. Por los camareros. Que lo son… ¡de película!

A ver si sabéis quiénes son y si recordáis algunos de sus diálogos o momentos más brillantes, en la siguiente galería…

Jesús agradecido Lens

Contraband

Lo mejor de “Contraband” es que parte de un trabajo anterior muy sólido y solvente: la película “Reykjavík-Rotterdam”, dirigida en 2008 por Óskar Jónasson, con guion del propio director y uno de los grandes de la novela negra nórdica, el islandés Arnaldur Indriðason.

Y lo segundo mejor es que los responsables de este remake norteamericano de una película negra y criminal hasta el túetano han optado por darle un toque muy televisivo, en clave HBO, al estilo de “The Wire”, con una muy creíble pátina de realismo sucio para describir los barrios portuarios de Nueva Orleans y los garitos en los que se reúnen los protagonistas de la cinta, marinos mercantes, estibadores y demás currantes.

Con esas mimbres, para los amantes del género policíaco, “Contraband” es una película imprescindible, sólidamente protagonizada por un Mark Wahlberg a quién su papel se le ajusta como un guante y por un ajustadísimo reparto de secundarios en el que, quién más desentona es Diego Luna como desquiciado traficante y atracador panameño erigido en Rey del Crimen centroamericano.

La historia arranca con el personaje de Farraday, un antiguo contrabandista retirado que ha rehecho su vida junto a una bella esposa y sus dos preciosos hijos. Tiene un floreciente negocio, la vida le va bien y no quiere problemas. Pero los problemas sí le quieren a él: el hermano pequeño de su mujer se mete en un lío muy gordo y Farraday tendrá que enrolarse de nuevo en un barco que va a Panamá con el fin de volver a traficar, ganar dinero y liberar a su cuñado de la deuda contraída.

A partir de ahí, y es la gran originalidad de la película, la acción transcurre en dos escenarios paralelos: la travesía en barco y la estadía en Panamá del protagonista, por una parte (con un delirante atraco de por medio) y la vida de la gente que se queda en Nueva Orleans, familia, amigos y mafiosos, todos interaccionando entre sí.

Una de las críticas que se le puede hacer a “Contraband” es que muchos de sus momentos y de giros en el guion son inverosímiles. Lo que es cierto. Pero, cuando vas a ver la actuación de un mago, ¿eres de los que se sienta a disfrutar del espectáculo o de los que trata de descubrir los trucos?

Si vas a ver “Contraband” con ganas de disfrutar y de sumergirte en la historia, la disfrutarás. Si vas a pillar los renuncios… no tanto. El ritmo está muy bien conseguido y la acción se desarrolla a toda velocidad. Las imágenes del puerto y de los barcos, esos cargueros inmensos, como ciudades en sí mismas, impactan. La trama está bien llevada, no da un segundo de respiro y nada es lo que parece ni nadie es como se le espera. ¡Ah! Y la música. Esa música buena, blues denso e intenso.

A mí, desde luego, me ha gustado. Estuve imantado a mi butaca durante la hora y media larga de proyección y salí del cine con una gran sonrisa en el rostro. Cínica y descreída, pero sonrisa, al fin y al cabo.

Jesús Lens

Veamos el último día de marzo, qué nos deparó en 2008, 2009, 2010 y 2011