Al llegar a casa de mi Cuate Pepe, él y Mikuman me preguntaban por “Prometheus”, que habíamos ido a ver el mismo viernes del estreno, en sesión de tarde. Y les dije lo mismo que ya había estado comentando con Frankie a través del Facebook: que sintiéndolo mucho… pues que no.
¡Ya me hubiera gustado a mí, de verdad de la buena, haber salido del cine todo alborozado y mandando mensajes, a diestro y siniestro, recomendando ver la película!
Pero no. Es decir, sí que recomiendo ver la película. Y en el cine. Porque toda la carcasa que rodea a la esperadísima última cinta de Ridley Scott es atractivo, brillante y espectacular. El vuelo de las naves, el diseño de producción, los gadgets tecnológicos con los que juegan, los paisajes extraterrestres, etcétera. Sin duda, todo ello es una gozada visual que vale los euros que cuesta la entrada al cine. Porque, eso sí: en pantalla pequeña, no tiene que ser ni parecido.
Pero, y esto es algo que nunca debemos olvidar, una película tiene que contar una historia, más allá de la belleza de sus imágenes. Y la historia debe estar protagonizada por personajes cuyas vidas, obras y milagros nos interesen. Al menos, un mínimo. Y, sintiéndolo mucho, de los protagonistas de “Prometheus” no me interesa nada. De nada. Ni empatizo con ninguno de ellos ni simpatizo con sus intereses ni me preocupa un ápice lo que les pase.
Parafraseando a Rhett Butler: ¡me importa un bledo!
Y así, claro, es muy difícil entrar en la película y que te provoque cualquier tipo de emoción.
Excepción hecha del personaje interpretado por Fassbender y, en menor medida, el de Charlize Theron, que son fríos como el hielo. Fríos como el guion de “Prometheus”. Fríos como buena parte de las secuencias que, en teoría, deberían resultar inquietantes o desasosegantes. Y que, al menos a mí, no me lo parecieron.
Quedan, pues, los detalles. Como el humor acerado de ese robot con veleidades cinematográficas o el mal despertar de algunos, que no veas la mala leche que gastan tras un par de años largos de sueño reparador.
Por lo demás y sintiéndolo mucho, Scott no ha conseguido que me involucre en la expedición del “Prometheus” ni que sufra por los padecimientos de los buenos de la película. No me convence el hilo argumental de la cinta ni, desde luego, moveré un músculo por ir a ver la siguiente parte de una más que previsible saga.
Eso sí: mi consejo es que vayan a verla y, después, lo hablamos.
Porque un par de horas al fresco, viendo naves espaciales y planetas extraños, ya va bien, visto el percal que nos rodea.
Jesús Lens
PD.- ¿Qué pensará Gallardón, si ve la película, sobre la decisión tomada por Rapace?
Éste es el quinto aPostado de agosto. Los anteriores fueron de cine, libros, olimpiadas y birra.
¿Y los 5 de agosto de 2008, 2009, 2010 y 2011?