El entrega del Día de Reyes en El Rincón Oscuro tuvo a un protagonista muy especial…
Hubo un tiempo en que, para comprar libros, había que ir a las librerías. Y como no existían redes sociales, webs, blogs ni apenas revistas literarias, internarse entre sus anaqueles, repletos de títulos por descubrir, era toda una aventura.
Hace muchos, muchos años, cuando todavía no conocía a nadie que leyera habitualmente novelas policíacas, me hice con una edición barata de “El gran desierto”. El autor era un tal James Ellroy, absolutamente desconocido para mí. Y es que, por aquellos entonces, “L.A. Confidencial” solo era la segunda entrega de un ciclo literario conocido como La Tetralogía de Los Ángeles.
Los libros de James Ellroy son voluminosos. Y densos. Están repletos de personajes, principales y secundarios. Y las tramas de sus novelas se dividen en subtramas que, poco después, vuelven a subdividirse… para terminar conectando con la trama principal.
Fascinado y rendido a la abrasadora y eléctrica prosa del autor norteamericano, uno de los mejores momentos lectores de mi vida llegó un domingo por la tarde, justo después de comer, cuando me senté en un sillón y ya no me levanté hasta la hora de la cena. Me leí de una sentada las doscientas o trescientas últimas páginas de ese poderosísimo “El gran desierto”, vibrando como pocas veces me ha hecho vibrar una novela.
Aquella lectura, desmesurada y excesiva, narcótica y adictiva; me ganó para el noir por siempre jamás.
Después he ido leyendo la mayoría de los libros de Ellroy, incluyendo sus relatos, reportajes y, por supuesto, ese tortuoso y visceral descenso a los infiernos que es la autobiográfica “Mis rincones oscuros”, a la que esta sección homenajea cada semana, en las páginas de IDEAL.
Hasta que llegó la Trilogía de América. Y ahí se rompió el idilio. Me costó terminar “América”, dejé a medias “Seis de los grandes” y ni siquiera lo intenté con “Sangre vagabunda”. El estilo de Ellroy se había hecho tan telegráfico y despojado que, más que novelas, tenía la sensación de estar leyendo los documentos desclasificados en los que se basó el autor para contar la historia de los Estados Unidos, entre 1958 y 1972.
Y mira que ese período me apasiona… pero no podía. No conectaba. La mezcla de personajes reales y de ficción, marca de la casa, alcanzaba el paroxismo y no conseguía sacudirme la sensación de que Ellroy estaba presumiendo de su ingente labor de investigación. Como si vas a ver una catedral gótica y te encuentras todos los andamiajes, poleas y herramientas utilizados para su construcción a la vista, tapando las esculturas, retablos y vidrieras.
2015. Lo anuncian todos los medios: con “Perfidia”, James Ellroy regresa a Los Ángeles de antaño. A los primeros años 40 del pasado siglo. A los días del ataque a Pearl Harbour, cuando una familia de japoneses aparece muerta, tras un sangriento suicidio ritual. Y ahí tenemos al habitual reparto coral de las novelas del Perro Loco Ellroy: federales que bordean la ley, turbios agentes de la policía de comportamiento más turbulento aún, fiscales comprometidos, boxeadores no tan sonados, conflictivas mujeres de la vida, avispados traficantes de Chinatown, supremacistas blancos enfrentados a la amenaza fascista del eje germánico-nipón y, por supuesto, los sospechosos habituales, con el mafioso Bugsy Siegel a la cabeza.
Tenía mis dudas. Eran más de 700 páginas de letra menuda. Hice la prueba. Proverbios 3, 31:
“No envidies al hombre violento,
ni elijas ninguno de sus caminos”.
Continúa Ellroy definiendo qué es la Quinta Columna y, tras una poética y triste Reminiscenza, llega un Boletín Relámpago: “…los nazis y los japos han entrado en un delirio de destrucción de mil demonios y la guerra, aunque no la merezcamos ni la deseemos, viene derecha hacia nosotros… Y Estados Unidos nunca elude una pelea”.
Los Ángeles / Sábado 6 de diciembre de 1941. 9,08 horas. El atraco a una farmacia. Y todo comienza de nuevo. La excitación, las palpitaciones y el ansia por leer. Porque 172 páginas después, todavía son las 14.21 horas del lunes 8 de diciembre de 1941. Y yo solo tengo un plan en mente: seguir leyendo. Leer. Leer sin parar. Leer hasta que se me agrieten los ojos.
Porque el Perro Loco ha vuelto y, además de aullar, muerde. Como en sus mejores tiempos.
Jesús Lens