Justo Navarro regresa a ritmo de jazz

El comisario Polo debía estar cansado. Se había metido 2500 kilómetros de tren entre pecho y espalda. Granada-Madrid-Barcelona-Milán-Bolonia. Cuatro días de viaje. Llegó a la muy culta y universitaria ciudad italiana el domingo 1 de junio de 1947 y apenas cuatro días después, en plena celebración del Corpus Christi, fue testigo del asesinato de un polaco.

“Era el año del boogie: Lucky, Camel, Hollywood boogie, Bologna boogie! Tutti in danza! ¡A bailar todo el mundo! Compás de cuatro por cuatro. Piano, contrabajo, guitarra, saxo, trompeta, batería. Marcaba el paso la mano izquierda del pianista, paseaba la derecha por las notas agudas, el contrabajo insistía, ritmaba la guitarra, exorbitaba y bramaba la trompeta, acompañaba el saxo, el baterista hacía malabarismos con las baquetas y los pedales del bombo y del charles. ¡A bailar! Tutti a ballare nella Terrazza Celeste!”.

Así comienza ‘Bologna Boogie’, la novela más reciente del escritor granadino Justo Navarro, publicada por la editorial Anagrama. Es la tercera entrega de la serie protagonizada por el inspector Polo, convertido ya en uno de los personajes de referencia del género negro español del siglo XXI.

A Polo le conocimos en la ‘Gran Granada’ de comienzos de los años 60, cuando ya era muy mayor. Pero el que tuvo, retuvo. Rejuveneció en ‘Petit París’, cuya trama transcurre en la capital francesa tomada por los nazis durante la II Guerra Mundial. Y ahora le descubrimos en la Italia de posguerra, en un momento histórico particularmente delicado y convulso.

Polo ha ido a Bolonia en busca de Guillermo Sola Bosch, profesor de Derecho de la Universidad de Granada y residente en el famoso Colegio de España. Porque Sola ha desaparecido sin dejar rastro, como suele decirse. Aunque, la verdad sea dicha, algún rastro sí ha dejado. Una huella. Una impronta. La de ser un buen católico, por ejemplo. Y la de gustarle el jazz. Y alguna otra que Polo irá descubriendo a lo largo de las tres o cuatro semanas que pasará en Bolonia.

Un par de consejos antes de sumergirse en la sincopada lectura de ‘Bologna Boogie’: busquen ratos largos de lectura. Porque el ritmo que le imprime Justo Navarro a su prosa hace que, como los buenos conciertos de jazz en uno de esos tugurios a los que se accede bajando unas escaleras, el ambiente se vaya caldeando con el paso del tiempo.

Y échenle un ojo en una buena enciclopedia, virtual o física, a la historia de Italia en los años inmediatamente posteriores a la II Guerra Mundial. Busquen el nombre de Salvatore Giuliano, por ejemplo. Pero no vean la horripilante película que le dedicó Michael Cimino, eso sí.

‘Bologna Boogie’ es una nueva genialidad de un Justo Navarro en estado de gracia que combina sabiamente el género negro con el género clásico de espías. Un híbrido que funciona a las mil maravillas. Si el gigantesco Polo es un héroe del noir clásico, secundarios como Carolina Munt o Bernagozzi podrían protagonizar las intrincadas tramas de John le Carré o Graham Green sin despeinarse.

Porque Bolonia, como toda Italia, al final de la II Guerra Mundial, se había convertido en un lugar tan apasionante como conflictivo donde empezaban a jugarse los primeros movimientos de esa larga partida de ajedrez conocida como Guerra Fría. “Me honra usted considerándome un idiota. Se ve que soy bueno en mi oficio: llevo treinta años dedicado a enterarme de los secretos ajenos, pero lo hago tan bien que los interesados, usted mismo en este momento, piensan que soy un idiota y no me entero de nada”, dirá uno de los personajes, que bien sabía de lo que hablaba.

Dejo aquí esta reseña, de momento. Que me han dado unas ganas locas de volver a ver ‘Novecento’. Vayan ustedes leyendo ‘Bologna Boogie’ y retomamos esta conversación en unas semanas.

Jesús Lens

Petit París en Granada

El comisario Polo ha vuelto. Es más que probable que ustedes le descubrieran en ‘Gran Granada’, título de una extraordinaria novela de Justo Navarro… parafraseada por el PP local como leit motiv de su campaña electoral.

Pero no, tranquilos. En la ‘Gran Granada’ de Navarro no hay escaleras mecánicas para subir a la Alhambra ni imposibles túneles kilométricos. ‘Gran Granada’ es una novela magnífica, como les decía, protagonizada por un personaje inolvidable y de la que escribí en IDEAL hace unos años, AQUÍ. Tanto, que Justo Navarro lo vuelve a utilizar en su novela más reciente: ‘Petit Paris’, igualmente publicada en la prestigiosa editorial Anagrama.

En ‘Gran Granada’, que arrancaba en 1963, el comisario Polo ya era mayor. Un venerable anciano, casi. Pero seguía tan lúcido que no se le escapaba nada de lo ocurría en la ciudad.

En ‘Petit Paris’ le encontramos más joven. Veinte años, nada menos. Porque Justo Navarro ha escrito una sorprendente segunda parte de ‘Gran Granada’ que nos conduce al París ocupado por los nazis, en 1943, cuando las cosas han empezado a derrumbarse en el frente ruso y los aliados ya dominan el norte de África.

En aquel tiempo, París no era una fiesta, pero sí resultaba ser un lugar extraordinariamente interesante en el que proliferaban soldados, espías, diplomáticos y buscavidas de toda laya, origen y condición. Por ejemplo, un pícaro que huyó de Granada con nocturnidad y alevosía, llevándose consigo una importante cantidad de oro, el peor delito imaginable en una España que todavía de desangraba por las heridas de la Guerra Civil.

Resulta emocionante sentarse con el comisario Polo en el acogedor Café-Lechería Bib-Rambla y, a los pocos días, descubrir de su mano recónditos bistrós parisinos y excitantes clubes de alterne. Porque Polo ha de localizar al esquivo buscavidas fugado. Y restituir a su dueño el oro robado. Sin hacer ruido, además. (Aquí escribí hace unas semanas sobre los escenarios de la Granada más Noir)

¿Cómo se le ocurriría a Justo Navarro una historia tan interesante? ¿De dónde le surgió la idea para el comisario Polo? ¿Tenía prevista ya ‘Petit Paris’ cuando escribía ‘Gran Granada’? ¿Era, al menos, una posibilidad?

Gracias al Centro Andaluz de las Letras, esta tarde tendremos la respuesta a esa y a otras muchas preguntas. Estaremos con Justo Navarro en la Biblioteca de Andalucía y la pasaremos mejor que bien.

Jesús Lens

Los escenarios de la Granada más Noir

¡Cómo me gusta leer novelas policíacas en las que Granada se convierte en marco, en escenario de las tramas más negras y criminales! Lo comentábamos hace unas semanas, cuando descubrimos al mítico detective Pepe Carvalho soñando con el restaurante de Álvaro Arriaga y sus vistas de la Vega, desde lo alto del Museo Memoria de Andalucía. (Leer Aquí)

En “Problemas de identidad”, Carlos Zanón juega con Carvalho, arrebatándoselo a Manuel Vázquez Montalbán para hacerlo suyo. Así, se lo lleva de tapas por bares chinos y le hace comer una tortilla de patatas de las de toda la vida. ¿Y adivinan ustedes qué cerveza, bien fría, pide en las terrazas de los bares de Barcelona? Nuestra Alhambra, efectivamente, como ya hacía el protagonista de “Taxi”.

Granada se va convirtiendo, poco a poco, en uno de los grandes escenarios de la novela negra contemporánea. Aquí recordamos que los niños protagonistas de “Los tigres de cristal”, de Toni Hill, una de las grandes novelas del 2018, encuentran en Montefrío un trasunto del paraíso perdido. (Aquí otro reportaje en el mismo sentido)

Y está el detective del Zaidín, de Alfonso Salazar. Y la aguerrida Ada Levy, la motera protagonista de las primeras novelas policíacas de Clara Peñalver. Y Narváez y Molina, los investigadores encargados de desentrañar el misterioso “Asesinato en la Alhambra”, de Juan Torres Colomera.

Recuerdo una larga conversación, precisamente con Juan. Pasamos un buen rato debatiendo si en una novela deben aparecer lugares reconocibles de las ciudades en las que transcurre la acción o si es mejor inventárselos. Si le da más verosimilitud a una historia citar nombres comerciales existentes o si la hace más universal utilizar expresiones genéricas.

Personalmente, soy proclive a la citar marcas, nombres y establecimientos. No es lo mismo que un personaje lea el periódico a que lea el IDEAL. Que vaya al cine o que entre en el Madrigal. Que se beba una cerveza o que pida una Alhambra Especial. Que entre a un supermercado o que compre en un Covirán. Son detalles que, bien dosificados, contribuyen a definir a los personajes y a hacer más creíbles y cercanas las historias, sin caer en localismos reduccionistas o en rancios provincianismos.

Lo he vuelto a comprobar en una de mis lecturas más recientes: la fascinante “Petit París” de Justo Navarro, publicada por la editorial Anagrama. “Polo pasó parte de la tarde de aquel domingo en Foto Lapido, el estudio de la calle Sancti Spiritu con escaparate a la calle Reyes Católicos”.

¿No tiene todo el sabor de lo auténtico esa descripción? Continúa Justo Navarro su narración, un poco más adelante, hablando de una de las fotografías reveladas en Foto Lapido. Una foto en la que aparecen dos personas. Una es el propio comisario Polo. El otro individuo es, todavía, una incógnita.

“Dos hombres disfrutaban en Granada de un día primaveral en la terraza de un café… ¿Podía asegurarse que el individuo de París era el mismo que se sentaba con el comisario en la terraza del Café-Lechería Bib-Rambla?”

Me encantó encontrar al Café-Lechería Bib-Rambla en la novela. En primer lugar, por lo bien que suena, haciéndonos viajar en el tiempo, conduciéndonos a otra Granada diferente, una Granada en sepia. Una Granada de mitad del siglo pasado.

En segundo lugar, porque el referido local sigue abierto: hoy es el Gran Café Bib-Rambla que, fundado en 1907, se ha convertido en uno de los más antiguos y con más solera de nuestra ciudad. Un café con historia. Y con historias. El café en el que, cuando tengo que ir al centro, siempre entro a desayunar. Un café que ahora siento todavía más cercano, más cálido e íntimo; en cuyos veladores buscaré la sombra del comisario Polo cada vez que vuelva.

Insisto: no se trata de localismos o de provincianismo. Cuando el comisario Polo viaja a París y entra en el ABC para ver actuar a Nicole Dermit, se aloja en el Hôtel Barbicane o se toma un Gin & Dubonnet en el Bar-Tabac Hugo; me siento igualmente transportado en el tiempo y en el espacio.

Igual que me ha ocurrido al leer “La luz negra”, de María Gainza, también publicado por Anagrama. ¿Cómo va a ser lo mismo hablar del cementerio de Buenos Aires, de forma genérica, que nombrar a la Recoleta, con toda su carga de belleza y misterio? O cuando la protagonista, siguiendo el rastro de la Negra, entra en “La Biela”, uno de los cafés históricos de la capital porteña. ¡Cuántas sensaciones!

Gran Café Bib Rambla, actualmente

Pero volvamos a Granada. Al Zaidín de Matías Verdón y al paseo guiado que nos dio Alfonso Salazar por las calles de su mítico detective. Recuerdo cómo nos contaba que algunos bares de la Avenida de Dílar se llamaban Neuchátel o Zurich porque sus dueños eran emigrantes retornados que habían reunido el dinero necesario para abrirlos currando a destajo en esas ciudades centroeuropeas. ¿Cómo hurtarles ese poso de autenticidad y realismo, esa carga de sudor, insomnio, frío y kilómetros; a la hora de llevarlos a una novela?

Jesús Lens