¿Qué pasará cuando todo sea gratis total?

Mi columna de hoy de IDEAL, que es de las que no te hacen ganar amigos, precisamente; plantea varias preguntas. Además. Y tú, ¿cómo lo ves?

A ver. Con sinceridad. ¿Cuántas de las personas del gremio del taxi que hicieron huelga hace unos días, clamando contra la llegada de Uber a Barcelona, no se han bajado de Internet una canción, una película o una serie de forma gratuita e ilegal?

 Gratis Uber

Posiblemente no es lo mismo, pero sí muy parecido: grupos de ciudadanos que están hartos de pagar lo que consideran cantidades excesivas de dinero por un producto o por un servicio y que, en cuanto pueden disfrutarlos de forma gratuita o mucho más barata, aunque la calidad se resienta; no lo dudan.

Hace unos meses, con motivo de la celebración del encuentro de Blogs y Medios, organizado por la Asociación de la Prensa de Granada, debatíamos sobre el tema del gratis total, la piratería e Internet. En mi presentación, hablaba yo de Uber. Y de otra “revolución” que está por explotar en nuestro país: Airbnb, una web que ofrece a sus clientes alojamientos de particulares a un precio muy ajustado y que es la pesadilla de los hoteleros de Estados Unidos.

Es tal el éxito de esta web que ya tiene más valor que la propia cadena Hyatt, aunque ésta sea dueña de 450 hoteles y Airbnb… de ninguno. Además, la empresa ya anuncia que van a replicar el mismo modelo de negocio en el sector de la restauración y en el de los guías de turismo. ¿Puede haber algo más exclusivo que comer un plato tradicional en una casa particular, disfrutando de las anécdotas y la sabiduría culinaria del lugareño? ¿Y algo más emocionante que gozar de una ciudad en la voz y la experiencia de un nativo que, además de mostrarte los monumentos típicos y contarte su historia, te haga partícipe de su vida cotidiana y te indique los lugares realmente auténticos en los que sentirte como un viajero, y no como un vulgar turista?

Lo curioso es que todo este nuevo modelo de negocio basado en Internet y con una apariencia tan postmoderna es bastante parecido a dos actividades practicadas por el hombre desde tiempos inmemoriales: el trueque y el robo. Yo pongo el coche, tú pagas la gasolina. Tú duermes en mi casa de Granada y yo en la tuya, en Nantes. Y lo que no es trueque es, directamente, piratería, competencia desleal y menesterosidad. Al menos, en los términos en que nuestra sociedad está organizada. Porque pensar que exportar el modelo de los Paladares cubanos a nuestra vida es algo revolucionario no deja de resultar irónico, ¿verdad?

 Gratis trueque

Un dato: de las 200 empresas que el año pasado salieron a Bolsa en Estados Unidos solo cuatro fabrican algo. Las demás se basan en los nuevos servicios que ofrece Internet. Este año serán unas 300 las nuevas empresas cotizadas. Y la tendencia es la misma.

La industria de la música, tal y como la conocimos, ha sido barrida. Total y absolutamente. ¿Para bien? ¿Para mal? El caso es muchos hosteleros pondrán el grito en el cielo cuando se extienda Airbnb. Esos hosteleros que, en algunos casos, piratean la señal de Canal Plus para ofrecer a sus clientes el fútbol gratis y que despotricaban en alta voz cuando llegaban los inspectores de la SGAE para comprobar si pagaban el canon correspondiente por la música que pinchaban en sus locales.

 Gratis pirateria

Es lo que tiene el gratis total: que lo devora todo y cuando nos acostumbramos a no pagar, no hacemos distingos entre los restaurantes de cinco tenedores y el figón de la esquina; entre los hoteles de lujo y las posadas de viajeros de toda la vida.

Por ejemplo, estimado lector, ¿ha pagado usted un solo céntimo por leer esta columna de opinión?

Jesús Lens

Firma Twitter

La ideal tumbada

Mi columna de hoy en IDEAL, quizá resulte desconcertante…

El otro día tuve una idea. Brillante, si me permiten la inmodestia. Fue una de esas ideas que prenden como un rayo y te abren e iluminan la mente. Se trataba de una idea llamada a convertirse, como poco, en una obra maestra. Porque era para escribir un cuento. Para un cuento que, obligatoriamente, sería magistral.

 Idea luminosa

Justo cuando me disponía a dejar la horizontalidad del sofá en que estaba instalado, una vocecilla empezó a susurrarme en el oído: “Pero, ¿a dónde vas, hombre de Dios? Con lo a gusto que estás aquí tumbado, ¿te vas a lanzar ahora sobre el portátil para dejarte las yemas y las pestañas en escribir un cuento que te reportará beneficio cero? Mejor seguir leyendo, ¿no?”

Empecé a reflexionar. En realidad, aquella voz tenía razón. Los cuentos, en España, no tienen predicamento alguno, su publicación es casi imposible y no digamos ya la posibilidad de obtener un mísero euro con ellos.

Y entonces… ¡una nueva iluminación! ¿Y si partía de aquella idea gloriosa para, construyendo más personajes y ampliando las líneas narrativas, embarcarme en la escritura de mi anhelada, deseada y siempre postergada primera novela?

Empecé a desperezarme. Estaba nervioso y ya me veía con mi Moleskine, tomando notas y apuntes sobre lugares, espacios y ambientes; tendiendo hilos para conectar a los personajes con la trama y los paisajes. Y viceversa.

“A ver, chavalote. No te me excites demasiado ni antes de cuenta. ¿Tú sabes el jardín en que estás a punto de meterte? Quédate aquí tranquilo y sigue viendo películas o leyendo algún libro, que es lo que realmente te gusta».

Era, otra vez, la vocecilla. Seguí tumbado. Y volví a reflexionar. ¿Qué sentido tenía invertir horas y horas de mi (escaso) tiempo, quemando cientos de miles de neuronas para escribir una novela que, dados los índices de lectura de este país, no iba a llegar prácticamente a nadie?

 Ideas plagio

Pero la idea se resistía a desaparecer. ¡Es que era un ideón! Era LA-I-DE-A. Con mayúsculas. Uno de esos fogonazos por el que los mismísimos Homero, Cervantes o Shakespeare habrían matado. Sabiendo de mi decidida inclinación por el mundo del cine y las series, la idea sugirió transformarse en guion. ¡HBO o AMC matarían por ella! Y ahí estaba yo, tratando de recordar dónde tenía mis manuales de escritura de textos para la pantalla, cuando retornó. La vocecilla.

“¡Quieto, parado! ¿Estás tú tonto? ¿Acaso no sabes que España, en lo único que es potencia mundial, hablando de tú a tú a la mismísima China, es en piratería audiovisual y descarga ilegal de series y películas? Anda. Relájate, dale al play y disfruta cómodamente del trabajo de otras personas. ¿Para qué vas tú a molestarte?”

Dándole vueltas al tema, tratando de sacar el máximo rendimiento a mi capacidad creativa, fui adentrándome en los intersticios neuronales de mi cerebro… hasta que me quedé dormido. Y al despertar, desmintiendo a Monterroso, la idea ya no seguía allí.

 Idea

En Twitter: @Jesus_Lens

Los ¿Tienes…?

Si hubo una tendencia que causó furor en los tiempos de las vacas bulímicas, si un concepto hubiera sido Trending Topic en España, ese fue el “gratis total”.

Durante muchos años, el no pagar fue la norma.

Un doble no pagar: el pirateo descarado y las descargas ilegales, por una parte. Y el “que pague otro”, por otra.

De lo primero se ha hablado y escrito tanto que me da pereza volver al tema. Ahora quiero centrarme en esa segunda modalidad del gratis total, el “que pague otro”.

Primeras grandes culpables: las empresas y las instituciones. En todos los ámbitos y en todos los sectores. Al vivir en tiempos de abundancia, no parecía incongruente sangrar a ciertos clientes con precios excesivos por algunos bienes y servicios a la vez que se regalaban otros muchos, distintos o complementarios. El objetivo no era vender un periódico por un euro (y gratis en la Red), sino colocar al cliente un coleccionable o un portátil, por ejemplo. O ir al cine, que entre el parking, las palomitas y la entrada, se monta en 15 o 20 euros. Por no hablar del abuso de los CDs, DVDs, etc. Vivíamos en el paraíso de la abundancia y nadie se preocupaba por el mañana.

Y luego, nosotros, los consumidores. En los tiempos de abundancia, se podía ir más o menos gratis a cualquier evento. Todo el mundo conocía a alguien que conocía a alguien que tenía acceso a un carné, un abono, unas entradas, un pase… En realidad, había liquidez para pagar esas entradas, esos pases, esos libros, esas revistas. Pero, si no había necesidad… ¡qué tontería!

El caso del baloncesto, sin ir más lejos. Conozco a mucha gente que, cada vez que ha querido, ha visto partidos de ACB (la segunda mejor liga del mundo de baloncesto) gratis total. Quizá no al Real Madrid o al Barça (que se ven mejor en la tele) pero sí a cualquier otro partido. ¿Quién no conoce a alguien que iba por la patilla a todo tipo de eventos y festivales, deportivos, culturales o sociales?

Pero, de golpe y porrazo; sin tiempo para asumirlo o adaptarnos, llega la dieta impuesta y el adelgazamiento forzoso y, en menos que canta un gallo; no es que las vacas estén flacas. Es que están anoréxicas.

Y se produce un efecto de bola de nieve.

Primero, porque las empresas y las instituciones -antes tan aparentemente rumbosas y desprendidas- necesitan cobrar por todos los servicios que prestan. Hasta por el más nimio. ¡Es lógico! Estamos en crisis.

Pero, claro, los consumidores también lo estamos. Y no solo tenemos menos dinero para gastar, ¡es que nos hemos acostumbrado a no pagar! Y en esta vida no hay nada que joda más que tener que empezar a pagar por algo que antes era gratis. O pagar más por servicios menos eficientes, menos eficaces, menos glamorosos.

¡Qué tiempos en los que, tras la presentación de un libro, había copa de vino español y croquetillas, acompañando! ¡Qué melancolía, aquellas publicaciones de lujo que saludaban la contratación de cualquier servicio! ¡Qué tiempos, en los que los regalos eran delicioso peaje obligatorio en cualquier transacción!

Ahora que ir al cine es un lujo, sigue sin haber oferta para ver películas de forma legal, por la Red, a precio razonable. Ahora que las empresas y las instituciones no pueden invertir enormes cantidades de dinero en patrocinios de eventos deportivos, los equipos se vienen abajo, miserablemente abandonados por los fervorosos aficionados que, gratis total, henchían su pecho prometiendo a los jugadores que nunca caminarían solos.

Lo paradójico es que, aún así, todavía quedan lo que yo llamo “los ¿tienes?

Personas que preguntan aquello de ¿tienes entradas para…? O ¿me puedes conseguir un libro de…?

Gratis, claro.

¡Faltaría más!

Personas que siguen pensando en tiempos pretéritos, como si nada hubiera cambiado y todo siguiera igual.

Aunque suene a autoayuda de la más barata, si algo podemos defender de estos años grises y sombríos que nos ha tocado vivir es el hecho de que, por primera vez en mucho tiempo, las cosas, los productos y los servicios vuelvan a tener valor.

Hasta qué punto debemos aparejar “valor”, «precio» y “coste” nos daría para otro debate. Pero creo que ya es importante que hayamos vuelto a valorar cosas y experiencias tan sencillas como ir al cine, escuchar un disco, comerse una croqueta o leer un libro.

Que sí. Que son sencillas. ¡Pero que cuestan! Como costaban antes. Aunque no lo viéramos.

Precisamente ese fue el gran error, en su momento: permitir que dejaran de costar.

Paramos aquí.

Sobre costos, esfuerzos, voluntas y el valor del tiempo, seguimos reflexionando más adelante.

Jesús Lens

Veamos qué bloguéabamos, en 2008, 2009, 2010 y 2011.