Que los vecinos de Los Pajaritos estén contentos de que, por fin y tras veinte años de abandono, se haga algo con las naves en ruinas que afeaban su entorno, es natural, entendible, lógico y legítimo. Que afeaban el entorno… y que les complicaban la vida de muchas y variadas maneras.
Que la solución adoptada para regenerar el barrio haya sido la demolición del cuartel militar de automovilismo, buena muestra del cada vez más escaso patrimonio industrial de Granada, es cuando menos cuestionable.
Resulta inaudito que, con las arcas municipales acumulando telarañas y la deuda con los bancos disparada, las propuestas de algunos de los alcaldables para los próximos cuatro años pasen por gastarse el dinero que no hay en elefantiásicas e improbables infraestructuras. Mientras, la ciudad sigue dinamitando, derribando y echando abajo el patrimonio construido y existente.
Una de las maldiciones de las ciudades históricas es que sus vecinos, acostumbrados a las joyas romanas, árabes, renacentistas o barrocas; no valoren otro tipo de edificaciones, igualmente esenciales en la comprensión y el disfrute de ciudades vivas, modernas y en constante transformación.
¿Se imaginan el espectacular espacio cultural que habría resultado de la transformación del cuartel de automovilismo? Se nos llena la boca con la Granada cultural y creativa, pero ¿qué espacios se brindan a los jóvenes creadores para que se reúnan, dialoguen, trabajen y busquen inspiración y sinergias?
La candidatura de Antonio Cambril a las municipales, Podemos Izquierda Unida Adelante -creo que no me dejo ninguna sigla en el camino- ha tildado de despropósito este derribo y se compromete a confeccionar “un inventario público del patrimonio histórico industrial de la ciudad, protegerlo y buscar alternativas de uso para cada uno de estos espacios, garantizando de esta forma que este tipo de situaciones no vuelvan a suceder”. Buena falta hace. Siempre que, una vez inventariado, se ponga en uso y producción.
¿Por qué le tienen los poderes públicos tanta tirria a la rehabilitación del patrimonio arquitectónico, para uso y disfrute de los ciudadanos? ¿A qué intereses responde esa tendencia a destruir y derribar infraestructuras singulares para, después, levantar más y más edificios residenciales? Tampoco es que haya que ser ni unos genios ni excesivamente mal pensados para intuirlo, ¿verdad?
Jesús Lens