Siempre me ha gustado la siguiente frase: “O eres parte de la solución o eres parte del problema. Sino, formas parte del paisaje”.
Hace unos días, en su polémico Auto, el juez Pedraz puso el dedo en la llaga al hablar de la desafección que la ciudadanía siente por los políticos que deberían representarles. Desafección. Con lo bonita que es la palabra… ¡la de palos que le han caído a Pedraz!
Quizá fue improcedente que un juez, por una vez, quisiese ser algo más que un florero paisajístico, aun a pique de que le tilden de pijo ácrata. Quizá Pedraz confundió su trabajo de juez con el de notario, que da fe y levanta acta de la realidad de las cosas. Aunque, sinceramente, para una vez que la judicatura suscribe lo mismo que piensa la gente y se muestra apegada a lo que pasa en la calle…
Y no lo digo yo, ojo. Lo dice el CIS. ¡Cuánta tinta y cuánta saliva está provocando el último Barómetro según el cual, «uno de cada cuatro españoles perciben a los políticos como un problema para España”, la cifra más alta de la serie histórica. El “problema políticos”, en plural, solo es superado por el del paro y los económicos. ¡Ahí es nada!
Contrasta esta noticia con el esperpento que está protagonizando el alcalde de Otura, aferrado a su sillón, sí o también, aun cuando los concejales de su propio partido le han retirado la confianza y la dirección provincial del PP le ha exigido que se vaya.
Ahora podríamos traer a colación todo tipo de metáforas, fábulas y dichos populares, desde la manzana podrida a la excepción de confirma la regla, pero el hecho es que, si hasta hace poco, el cacareo de la mayoría de los políticos era como un molesto e inevitable ruido de fondo, como las conversaciones de los vecinos que se escuchan por el patio interior de casa; ahora se ha convertido en un auténtico quebradero de cabeza.
El ejemplo de Mas es el primero que se nos viene a todos a la cabeza, pero no el único. Expresiones como “barones territoriales” empiezan a ser considerados como una amenaza y el solapamiento de administraciones, una de las lacras que lasta nuestra economía y nuestra productividad.
Pero los políticos, como la crisis, como la tele-basura, como la fútbol-dependencia… no son fenómenos metereológicos ni maldiciones bíblicas; no son marcianos venidos de otro planeta para colonizarnos. Son un reflejo de la sociedad que los elige, los apoya y los mantiene.
El miedo es que este descontento con la clase política sirva para dar alas y predicamento a los grupos antisistema que, escorados hacia ambas extremidades, torpedeen una democracia que se encuentra en precario equilibrio y delicada situación.
Porque meter a todos los políticos en el mismo saco es tan injusto como mirar hacia otro lado y dejar que las cosas sigan como están. Por ejemplo, ¿cómo han reaccionado los dos grandes partidos a los resultados del Barómetro? Pues como no podía ser de otra forma: culpándose mutuamente del desaguisado.
Y es que siguen sin enterarse. Siguen sin ser conscientes de que, en la edad de internet, Twitter y Facebook; la gente ya no comulga con ruedas de molino y no comprende que, por ser de unos haya que defender a muerte el soterramiento y, por ser de los otros, haya que estar de acuerdo con dejar la estación del AVE en el quinto pino. Y viceversa.
Y, sobre todo, de lo que los prebostes no parecen darse cuenta es de que, en tiempos de crisis, cuando los unos tratan de desacreditar a los otros, lo que hacen es desacreditar a la casta completa y hundir un poco más la escasa confianza que los ciudadanos tienen en ellos. Quitarles el sueldo a los parlamentarios es quitarles legitimidad, pero llevar treinta años viendo los mismos caretos en distintas poltronas, desde luego, no ayuda ni favorece su imagen.
Escuchar a un parlamentario defender desde un puesto de responsabilidad lo mismo que criticaba desde la oposición resulta tan lamentable como escucharle criticar al gobierno que no haga lo que él no hizo cuando pudo. Y ejemplos de esto, los hay a montones. ¿Cuándo van a dedicarse a construir, en vez de a destruir(se)?
En fin. Que ellos verán. Pero que no deja de resultar doloroso que casi un 27% de los ciudadanos sientan que las personas que deben contribuir a sacarnos de la difícil coyuntura en que nos encontramos son, en sí mismos, un problema que contribuye a acentuar lo crítico de nuestra situación.
“¿Quién vigila a los vigilantes?”, leíamos en Watchmen.
“¿Quién nos rescata de los rescatadores?”, dice el CIS
Jesús sin-rescate Lens