Mary y John llegaron temprano a la Alhambra. Era su sueño desde que leyeron a Washington Irving. Consiguieron ahorrar y, por fin, el viaje. Les hubiera gustado llegar directamente al aeropuerto de Granada, pero no hubo forma. Tampoco les importó. ¡Qué romántico, lo complicado que era llegar a aquella ciudad!
Les extrañó que, al pasar el móvil por el escáner, un guardia de seguridad les obligara a ponerse una pulsera electrónica.
—Es por su propia seguridad. Así están ustedes geolocalizados y, al terminar, se pueden descargar el recorrido en sus móviles.
A la caída de la tarde, tan extasiados como cansados -no se podían creer que no hubiera ni un área de descanso en toda la Alhambra y que las botellas de agua pequeñas se vendieran a 13 euros- esperaron la cola para que les que les quitaran la pulsera.
—Pero ustedes no han pernoctado en la ciudad— les espetó un nuevo guardia de seguridad—. Ni consta que hayan hecho gasto en la tienda de la Alhambra ni en ningún otro comercio granadino.
—Pues no. Llegamos a primera hora y no nos gusta comprar souvenirs…
—¡Ah, claro! Ustedes no son turistas, ¿verdad? Ustedes son via-je-ros… Pues sepan que, hasta que no acrediten unos niveles mínimos de consumo en los hoteles, bares y comercios de Granada, no les puedo quitar las pulseras. Y no se les ocurra intentar manipularlas: son pulseras inteligentes dotadas de un sofisticado mecanismo de descargas eléctricas que les aconsejo no experimentar.
Mary y John no daban crédito. Su vuelo salía en unas horas y no podían perderlo. Al borde de la deshidratación y después de recibir un par de chispazos cada uno, dejaron de discutir con aquel energúmeno y transigieron.
Preguntaron por espectáculos de ópera o conciertos significativos, restaurantes con estrellas Michelín, eventos deportivos, magnas exposiciones, representaciones teatrales de Lorca… Pero no había nada de aquello en Granada.
—¿Entonces, en qué quiere que nos gastemos nuestro maldito dinero?
—Si están cansados de piedras, les aconsejo el Museo de los Títeres y el de la Semana Santa. Mu bonicos… Además, Granada está llena de bares en los que, por nada de dinero, se pueden hinchar de tapas de carne en salsa y roscas de atún con tomate.
Jesús Lens