Energúmenos fobia

Hace unos días, unas voces estridentes me despertaron a las 5.45 am. No llegaban a ser gritos histéricos ni alaridos de pánico. Eran unos jóvenes que, antes de retirarse a dormir, decidieron fumarse un último cigarro de en mitad de la calle, comentando las mejores jugadas de la noche.

¡Qué risas! ¡Qué de anécdotas! ¡Qué emoción! Lo podrán imaginar ustedes. Que si un gintónic por aquí, que si la rubia aquella por allá, que si dame fuego, que si me vas a quemar el flequillo, que si qué tontopollas eres, compae…

 

Me tenían tan entretenido que, desde el cuarto piso en que vivo, estuve por invitarles a subir a casa y ponerles un café, para que siguieran departiendo amigable y relajadamente.

 

No. Esto no es una queja contra los jóvenes. Esto es una queja contra tres vecinos del Zaidín que me han jodido el sueño desde muy temprano. Lo de su juventud era circunstancial. Porque, por la noche, no son precisamente chaveas los clientes de la terraza del restaurante de enfrente de mi casa que, sin miramiento y al borde las dos de la madrugada, apuran el limoncello mientras comentan la victoria del Madrid en la Supercopa.

Tampoco son críos los que tardan media hora en despedirse apasionadamente y a grito pelado… cuando han quedado en bajar juntos a Torrenueva al día siguiente. Ni son unos niñatos esos padres que permiten a sus hijos jugar al fútbol en la calle, por la noche, utilizando como portería la persiana metálica de la tienda de la esquina ya que, como hay una farola, se ve bien el balón.

 

Se ha puesto de moda lo de la turismofobia. Por encarecer las ciudades y causar molestias. Los del terruño estamos muy enfadados. Que ciertas partes del Centro de Granada están masificadas y los guiris son un incordio. Pero, ¿qué tal si antes de clamar al cielo por las molestias que causan los de fuera, nos fijamos un poco más en el ancestral y atávico energumenismo de los nativos?

Les aseguro que los clientes del bar de enfrente de mi casa que tertulian hasta las dos de la mañana, a voces, no son turistas. Ni los morlacos que vuelven de fiesta al amanecer. Ni los dueños de los perros que no recogen sus cagadas. Ni los guarros que tiran al suelo cualquier papel que les estorba. Ni… ¿seguimos?

Jesús Lens