Hoy, en IDEAL, un artículo que no debería ser polémico ni levantar controversias. ¿O sí? ¡Ponga una pollería en su vida!
En los restaurantes, de un tiempo a esta parte, se escucha mucho eso de “no, no queremos postre, que hemos comido demasiado…” En realidad, los comensales están lampando por un buen tiramisú o unos piononos, pero la crisis aprieta y ya se sabe que, lo que termina disparando hacia arriba la cuenta del restaurante, como si de la prima de riesgo se tratara, son el vino y los postres.
Así las cosas, un efecto colateral de la crisis debería ser el adelgazamiento masivo de la población. Y no solo por el tema de los postres sino porque, según un reciente estudio nutricional, comer en familia tres veces a la semana previene un 15% el riesgo de obesidad infantil. Y, a estas alturas de crisis, en la calle ya no comen ni los críticos gastronómicos.
Lo que pasa es que comer en familia tampoco es fácil. Vivimos en una sociedad que ha hecho de sus horarios algo absolutamente irracional, caótico y enfermizo, hasta el punto de que “La conciliación familiar” está más cerca de ser el título de una película de ciencia ficción o de una canción-protesta que una aspiración plausible.
Y ahí es donde entra esa institución que, de un tiempo a esta parte, se ha hecho tan presente en nuestro paisaje urbano como las casas de empeño y compraventa de oro: la pollería.
Es cierto. Suena mal: pollería. Pero la labor que desarrolla como sostén del núcleo familiar es comparable al trascendental papel que los abuelos desempeñan en el mantenimiento de la cohesión social de este país. Porque, si las pollerías nacieron principalmente orientadas a los fines de semana, cuando era tradición que no se cocinara en casa y se compartiera un pollo asado, bien churruscadito, con su salsa y sus patatas fritas o a lo pobre; ahora se han convertido en expendedoras de todo tipo de comidas caseras y sus menús son de lo más variado y completo, facilitando una alimentación sana y nutritiva.
¡Y cómoda, limpia, rápida y sencilla! Quién tiene una buena pollería cerca de casa, tiene un tesoro que le evita el hacer grandes y continuas compras, planificar los menús, cocinar y, después de la comida, recoger y fregar no solo el comedor sino también la cocina, todo manga por hombro.
Porque además de comer en familia, para evitar el sobrepeso hay que hacer ejercicio de forma constante y procurar dormir ocho horas. Y eso sí que son lujos casi asiáticos en nuestra caótica sociedad. Sobre el tema del ejercicio hablamos otro día. Pero en este país, ocho horas, no las duermen ni los niños de pecho. Ni los horarios laborales lo facilitan ni el prime time televisivo lo permite. Aquí se duerme poco, mal y casi nunca, trasnochadores vocacionales y madrugadores a la fuerza.
Por tanto, y ya que nos cuesta movernos y cargamos con ojeras como persianas, al menos y gracias a las pollerías, hagamos por comer en familia. Mínimo, tres veces a la semana, a ser posible.
Jesús Lens