No conozco a nadie que haya dejado de visitar la Alhambra por el precio de la entrada. A la entrada normal, me refiero. A las otras, las de reventa, guiadas o de última hora no quiero hacer referencia en esta columna. Entrar a la Alhambra, de hecho, está tirado. En el sentido pecuniario del término. Así las cosas, las autoridades competentes parecen haberse puesto de acuerdo en subir el precio de la entrada al monumento nazarí, joya de la corona de nuestro patrimonio histórico-artístico.
Una visita a la Alhambra medio en condiciones te lleva el día entero. Eso lo convierte en uno de los monumentos más baratos de España. Subir el precio de la entrada es, por tanto, lógico y normal. De hecho, resulta incomprensible que no lo hiciera antes cualquiera de los gobiernos socialistas de la Junta.
Será importante dejar claras dos cuestiones: ¿qué destino tendrá el dinero de más recaudado? Ya no sé oye a la gente del Partido Popular decir que la pasta se va a Sevilla, uno de los mantras frentistas que tanto usaron en su momento, contribuyendo a partir en dos, emocionalmente hablando, esta Andalucía nuestra. Para empezar, los trabajadores del monumento ya han reclamado una mejora en sus condiciones laborales. ¡Aviso para navegantes!
Y está la siempre espinosa cuestión de las entradas para los locales. Para los granadinos que, a pesar de serlo, suben a la Alhambra. En compañía de otros, cuando vienen visitas con afán cultural; o incluso solos. Que haberlos, haylos.
¿Es suficiente lo de las visitas gratis los domingos por la tarde? A mí, qué quieren que les diga… sólo escuchar ‘tarde de domingo’ me da pereza. Yuyu. Mal rollo. Suena a castigo. A resaca, a café recalentado con bollos rancios y a barba de tres días. El alcalde Granada exige que la subida ‘no afecte a los granadinos’. Tengo ganas de saber cómo se arbitrará el trato preferencial a los oriundos. De hecho, sería bueno que el Patronato le diera una vuelta a cómo animar a los granadinos a visitar la Alhambra más a menudo.
Jesús Lens