Como soy persona de orden, cuando Llanos me dijo que quedábamos a las 11 para preparar la entrega de los Premios Lorca del Teatro Andaluz, le pregunté que si tenía que ir desayunado o cenado, que a esas horas de la noche, yo ya suelo estar haciendo mis abluciones.
Fue raro, asistir a una Gala matutina, pero me lo pasé teta: entregué el tercer premio de la jornada y, ya relajado y con los deberes hechos, pude disfrutar de una Gala que tuvo su momento álgido, el más emotivo y emocionante, con la entrega del Premio de Honor a Mariano Sánchez Pantoja, por sus veinte años dedicados al Teatro Alhambra, en cuerpo y alma. ¡Ay, veinte años, que pueden ser nada o pueden ser toda una vida!
La entrega del premio la hizo su sucesor en el Alhambra, Enrique Gámez, y no vean qué impresión, todo el público puesto en pie, gritando, vitoreando y aplaudiendo; coreando el nombre de Mariano Sánchez Pantoja con la fuerza y la emoción con la que los aficionados al deporte aclaman a las figuras de sus equipos.
Y luego llegaron sus palabras, igualmente conmovedoras. Porque en este mundo hay dos tipos de personas: las que buscan citas célebres con las que trufar sus discursos y las que rigen su vida, su trabajo y su comportamiento en base a máximas irrenunciables que se convierten en el norte de su brújula.
Mariano Sánchez citó, en su breve discurso, a Cervantes y a Lorca. Y todos los que tuvimos la suerte de escucharle supimos que, efectivamente, estábamos ante un hombre de honor que ha hecho de la libertad su bandera. Una persona que, en su trabajo, nunca ha permitido que se cierren las puertas del Teatro, siempre abiertas a la vanguardia, el riesgo y la creatividad y, a la vez, al mejor y más pujante talento granadino y andaluz.
Antes de terminar su alocución, el homenajeado invitó a que sus colaboradores en el Teatro Alhambra se pusieran en pie y compartieran un más que merecido aplauso que, horas después, sigue resonando alto, claro y estruendoso.
Jesús Lens