Mi artículo de ayer domingo en IDEAL se aleja de los temas locales y candentes y mira, con optimismo, a los Premios Nobel, recién fallados.
Este año, yo quería que el Nobel de Literatura recayera en el escritor keniata Ngugi wa Thiongo, uno de esos tipos que aúnan su excelente literatura al compromiso social. Y no por tirarme el moco de que hace muchos, muchos años, leí uno de sus libros, sino precisamente por lo contrario: su obra está tan escasamente traducida al español que es muy difícil de encontrar y, por tanto, de leer. Y ya sabemos que cuando un autor gana el Nobel, le traducen hasta las redacciones que escribió en Primaria.
¿Qué hubiéramos ganado con el Nobel a Murakami, si el lanzamiento de cada una de sus obras se convierte en un acontecimiento mediático interplanetario? Por eso, a falta de keniata, buena ha sido la bielorrusa: muy contento de que el premio capital de las letras internacionales haya recaído en Svetlana Alexiévich, una periodista que dice escribir sobre lo que ella misma denomina “la historia omitida”.
Dando por sentado que es una gran autora -los suecos son gente seria- gracias a este premio vamos a tener a nuestro alcance una vasta obra, hasta ahora prácticamente ilegible en España. De esa manera, podremos conocer más, mucho más, sobre la gente normal y corriente que trata de sobrevivir en los restos de lo que una vez fue un gran Imperio.
Y por las mismas razones me ha gustado que el Nobel de la Paz lo hayan ganado cuatro poco conocidas asociaciones tunecinas que se las están viendo y deseando para sacar adelante “la construcción de una democracia pluralista en Túnez”. Un proceso amenazado por el terrorismo islamista que, contra y viento y marea, sigue adelante. Que no voy a discutir si la Merkel se lo merecía o no, pero que esta decisión me emociona mucho más.
Y está el Nobel de Medicina, que este año ha recaído en tres investigadores que trabajan en terapias contra la malaria y otras enfermedades parasitarias que afectan, sobre todo, a las personas desfavorecidas que viven en países pobres y áreas insalubres. Otro extraordinario premio para reconocer el trabajo de tres científicos que han dedicado sus esfuerzos a tratar de mejorar la vida de esos millones de personas sin nombre que no suelen ser más que cifras y tantos por ciento en las estadísticas.
La guinda del pastel la ha puesto el Nobel de Economía, a un estudio sobre la pobreza en que destaca que “para diseñar políticas económicas a favor del bienestar y de la reducción de la pobreza, primero debemos entender las decisiones individuales de consumo”. Me gusta eso de vincular dos conceptos aparentemente contradictorios, que muchas veces da la sensación de que las personas más desfavorecidas deberían contentarse con recibir la ayuda institucional que les permite sobrevivir, un día más, sin ulteriores perspectivas de desarrollo.
Enhorabuena a los miembros de las diferentes Academias nórdicas que este año, con sus acertados fallos, han hecho posible que los Nobel apunten directamente al corazón de la pobreza en el mundo.
Jesús Lens