Estas semanas trato de ser lo más optimista y positivo posible. Pero la procesión va por dentro. Y los bajones. Y los malos ratos. A buena parte de nosotros se nos han caído los ingresos de forma brutal. Y lo peor es que, posiblemente, no va a ser algo puntual, momentáneo o circunstancial.
Tenemos que ser conscientes de que, en paralelo a la crisis sanitaria, ya estamos inmersos en una crisis económica y laboral que lo va a cambiar todo. No, lo siento. No me creo las pamemas sobre la refundación del capitalismo, la solidaridad universal y el buenrollismo generalizado. Tampoco creo que esto sea la jungla ni que el hombre sea necesariamente un lobo para el hombre.
Sí tengo una cosa clara: ahora mismo, la pelea más importante es vencer a la curva. Evitar el colapso de los hospitales y las UCI. Una vez se consiga -que se conseguirá- y termine el confinamiento extremo, sea a mitad de abril, a finales de mes o ya entrados en mayo; el coronavirus seguirá ahí.
No hay vacunas. De momento. Por tanto, el coronavirus nos seguirá acompañando durante un tiempo indefinido. Y continuará siendo una amenaza letal, sobre todo, para las personas mayores y con patologías previas.
Que nadie piense que, pasada la Semana Santa, esto va a ser jauja, abrirán todos los bares de un día para otro y volveremos a amontonarnos en la barra, como si nada hubiera pasado.
Cuando termine el confinamiento extremo, la apertura será lenta, escalonada y gradual. Así está ocurriendo en Wuhan. Son los planes previstos por el gobierno italiano. Es lo que indica la lógica, por mucho que nos gustara otra cosa.
En los próximos meses no habrá, no debería haber, aglomeraciones más o menos multitudinarias. Olvídense de las barras del Día de la Cruz y de las casetas de Corpus. De las celebraciones de las Comuniones y de los banquetes de bodas. De las salas de cine abarrotadas (sic) o de los grandes festivales de música.
Cuando salgamos del confinamiento, el coronavirus seguirá ahí. Y sus consecuencias vitales, sociales, económicas y laborales se dejarán sentir con fuerza durante mucho tiempo.
No seamos pesimistas ni agoreros, pero tampoco vayamos a creer que en dos, tres o cuatro semanas, esta pesadilla habrá terminado y todo volverá a ser como antes. Porque no será así.
Jesús Lens