Ha sorprendido el anuncio de Rajoy de su intención de cambiar el huso horario español, adaptándolo al de Canarias, Portugal o Gran Bretaña. Y, más aún, que también haya propuesto que la jornada laboral termine a las 18 horas. Sobre todo ello versa mi Columna de hoy, en IDEAL.
Dejando al margen el hecho de que la oposición, en un impresionante y sesudo ejercicio de análisis y reflexión, ha tildado estas propuestas de electoralistas, hay que recordar que Rajoy también propuso en 2011 el traslado de los festivos que cayeran entre semana a los lunes, para evitar los macropuentes. Y ya ven ustedes… Otra promesa incumplida más.
Llámenme descreído, pero no me trago lo del cambio del huso. Y ya me fastidia, ya… ¡con la falta que nos está haciendo! Sobre todo, porque el cambio de huso debería propiciar el cambio de usos. Esos usos que, en España, están tan firme como nocivamente enraizados.
Aquí nos gusta, mayoritariamente, el horario de verano. Ese horario en que, a las nueve de la noche, todavía hace sol. Pero así no se puede, oigan. Así no se puede. Sí. El horario de verano es muy agradable para pasear. Y para estar en la playa, tumbados a la bartola. Pero es un horario manifiestamente improductivo que favorece la molicie y la pereza. ¿Quién puede empezar una jornada a pleno rendimiento, a las 8 de la mañana, sabiendo que seguirá siendo de día catorce horas después?
Pero, sobre todo, si a las nueve de la noche sigue luciendo el sol, ¿cuándo se cena aquí? Pues bien lo sabemos: a las diez u once de la noche, con ese prime time de la tele adentrándose en la madrugada más profunda y convirtiendo en insomne a buena parte parte de la ciudadanía.
Así, la siesta resulta absolutamente necesaria, provocando ese parón de dos o tres horas a mediodía… que nos deja en disposición de alargar la jornada laboral hasta el ocaso. O hasta el infinito. Y más allá.
¿Han reparado ustedes en la flagrante contradicción que supone hablar de las nueve de la noche cuando la mitad del año, a esa hora todavía es de día? Sí. Lo sé. La productividad no es la medida de todas las cosas. Pero la locura horaria en que estamos absurdamente instalados, además de improductiva, es humana, lúdica, personal, cultural, deportiva, intelectual y familiarmente nefasta.
¡Venga ese huso ya!
Jesús Lens