¿No tienen la sensación de que el 28 de abril, fecha de las últimas elecciones generales, ha quedado demasiado atrás? O, dicho de otra manera, ¿no se les está haciendo eterno el proceso de negociación del gobierno —o lo que sea— de Pedro Sánchez?
Que entre medias haya habido unas elecciones municipales contribuye a esa percepción de dilación en el tiempo de unas conversaciones que avanzan con más dificultad que el AVE a su paso por Loja. Si echamos cuentas, van a pasar tres meses entre las elecciones y el pleno de investidura. Demasiado. Son plazos del siglo XX. Del XIX, si me apuran, cuando los diputados tenían que viajar en diligencia. Son plazos tan largos que nos olvidarnos de las horas siguientes al 28A, cuando estaba meridianamente claro quién había ganado las elecciones y quiénes las habían perdido.
Si el lunes 29, los líderes de los partidos se hubieran encerrado a negociar la composición de un gobierno, habrían pedido pizza para comer y esa misma noche habrían dormido en sus casas, con los deberes hechos. Pero no. Han ido pasando las semanas, han llegado las autonómicas y municipales, la composición de los ayuntamientos, un nuevo CIS… y ahí están los unos y los otros, declarándose en rebeldía ellos también y no llegando a ningún acuerdo.
Ya hay analistas pidiendo una modificación constitucional para instaurar la segunda vuelta. El bipartidismo de nuevo, pero de otra manera. Si hay que cambiar el modelo, yo abogo porque al día siguiente de las elecciones, nuestros recién elegidos diputados entren en el Congreso y no salgan hasta haber consensuado un gobierno. Sin dilaciones ni medias tintas.
Algo así ocurría en ‘Borgen’, la admirada serie danesa que nos gusta mucho más en la ficción que cuando se hace realidad. Verbigracia, lo de Luis Salvador como alcalde de Granada. Que no tenemos cultura de pactos, dicen. ¡Que encierren a los diputados en la Carrera de San Jerónimo y les quiten el móvil y el acceso a internet! Ya verán ustedes qué rápido aprenden a dialogar y transigir.
Jesús Lens