Llevo horas dándole vueltas. ¿Qué haría yo? Reconozco que no he participado en la consulta organizada en Redes Sociales por IDEAL. Mi primera intención hubiera sido votar que sí. Que por supuesto. Porque, ante estas cuestiones y cuando se trata de darle a un botón, es muy fácil ser solidario, comprometido, concienciado y generoso.
Pero, siendo honesto conmigo mismo: ¿de verdad estaría yo dispuesto a acoger a un refugiado sirio en mi casa? Y la respuesta más probable, como acreditan las conclusiones de la encuesta, es que NO. Al menos, eso ha votado un 80% de los participantes en una consulta cuyos resultados me parecen bastante más creíbles que buena parte de las encuestas electorales cocinadas por los más sesudos expertos demoscópicos de este país (Lean este estupendo artículo de J.E. Cabrero, que lo borda) . De este tema hablo hoy en IDEAL.
¿Meter a un refugiado en casa? ¡Ni de coña! Una cosa es, como en el “Plácido” de Berlanga, sentar a un pobre en su mesa en Navidad. Pero, ¿acoger a una persona, así sin más? Y ahí está la clave. En el “sin más”. Porque todos llevamos vidas complicadas, apuradas, caóticas, aceleradas, estresantes, angustiosas… ¿Y dónde entra, ahí, un refugiado sirio?
¿Cómo enfrentarnos a la mirada de una persona que lo ha perdido todo, excepto su vida? ¿Cómo explicarle que su mera existencia y la realización de actividades cotidianas tan sencillas como dormir, comer, lavarse o pasear serían susceptibles de trastornar nuestra existencia y, quizá, de cambiarla para siempre?
Hace unas semanas, una amiga me contó la historia de unos conocidos suyos que, de viaje por África, le dejaron una tarjeta con sus nombres y teléfono a un chaval muy amable y simpático que les había caído en gracia. Meses después, recibieron una llamada. Era el muchacho. Que estaba en Granada. Que no conocía a nadie, no sabía qué hacer ni a dónde ir.
¿Cómo reaccionar, frente a una situación como ésa? Ellos fueron a buscarle, le alojaron, le ayudaron y, ahora, ese chico vive en España, con sus papeles en regla, ganándose honradamente la vida.
¿Qué hubiera sido del chaval si ellos no hubieran respondido a la llamada? Un 80% de nosotros haríamos oídos sordos a la misma. O habríamos balbuceado una excusa, antes de silenciar el móvil y bloquear las llamadas entrantes de un número que, desde ese momento, solo encontraría silencio, vacío e indiferencia al otro lado de la línea.
Jesús Lens