Esta vez no lo conseguí (pero sirvió para algo)

Cuando me desperté el domingo 11 de diciembre y salí a la calle, estaba resignado a que esta vez no lo iba a conseguir.

Llevaba semanas dándole vueltas a alguna idea con la que construir un texto que me permitiera participar en la décima edición del Concurso de Relatos y Cuentos de invierno que convoca IDEAL, pero no había manera. Porque todas las ideas, por divertidas, luminosas, alegres, peregrinas, absurdas y surrealistas que parecieran, terminan desembocando en Ella, la Innombrable, en aquella de la que no nos gusta hablar pero que, inevitablemente, termina presidiendo todas nuestras conversaciones, tertulias, pensamientos y pesadillas.

Y no. Me negaba. Me negaba firmemente a seguir alimentando a la Bestia, dándole carnaza hasta en estos “días tan señalados”. ¡Es que ni una rápida lectura del libro de Punset sobre el optimismo conseguía sacarme de la negatividad ambiental!

Intentaba pensar el clave cómica, pero todos mis personajes terminaban llorando a lágrima viva. Si optaba por el género negro y criminal, la historia desembocaba en un baño de sangre y, cuando buscaba un toque Capra, con fantasmas y angelotes, lo que encontraba eran historias de zombies y muertos vivientes.

¡No había manera!

Condenado a no estar en esa hermosa recopilación de cuentos y dibujos que regala el periódico el día de Nochebuena, me senté en mi cafetería de los domingos. Pedí el café y la tostada y empecé a pasar las hojas del periódico. La enésima derrota del Madrid frente al todopoderoso Barça de Guarmessi apenas conseguía disimular una triste realidad de empresas cerradas, polígonos industriales repletos de naves vacías, trabajadores encerrados que exigen el pago de sus nóminas, un vecino de Motril condenado a más de dos años de prisión por robar 7 euros a dos jóvenes a punta de fusil de pesca submarina, estafas de todo tipo, pelaje, protagonistas y afectados… ¡y hasta robos de polvorones de un supermercado!

Pero el periódico traía otras noticias, como la de O Sel Ling, el niño lama que abandonó su divinidad impuesta para convertirse en persona normal, de carne y hueso y que, enfrentado al día a día de las personas corrientes, se siente muy feliz. O la del tratamiento Doctor Juan Segura, que permite a personas con discapacidad intelectual subirse a un escenario y representar una obra de teatro, como parte de su terapia. O la de una emprendedora que, con una ayuda de 9.000 euros, ha puesto en marcha su propia empresa.

Y me enfadé conmigo mismo. Por no ser capaz de pensar nada más que en lo (teóricamente) Único, contribuyendo a potenciar el tétrico ambiente que nos rodea, incidiendo en el pesimismo existencial que nos invade, añadiendo una capa más de gris sobre marrón a esta España triste y monocromáticamente otoñal en que nos hemos instalado.

Entonces me acordé de que le debo a María, la hija de mi amigo Pedro, un cuento de princesas. Y a mi sobrina Julia, que le encantan las historias de Caperucita Roja. O a David, Alejandro y José Manuel, que se pirran por los dragones y los caballeros andantes.

Así que, ¡sacudámonos de una vez la angustia, el pesimismo y la tristeza! Vale. Es cierto. Las cosas están difíciles, son tiempos duros y no hay muchas razones para sonreír. Pero ir con la cara mustia y el gesto avinagrado tampoco nos va a ayudar en nada.

Por todo ello, y aunque ya no me de tiempo a escribir un relato, un cuento invernal, esta convocatoria que terminaba el 11 de diciembre ha tenido la virtud de recordarme que, solo por el hecho de estar hoy aquí, tecleando, leyendo, recordando y armándome de buenos propósitos, ya puedo darme por contento y sentirme afortunado.

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

¿Qué blogueábamos otros días de Nochebuena? 2008, 2009 y 2010

Última hora: Riesgo, en la calle, después de pasar unas horas detenido

Confirmado. Aunque le detuvieron a última hora de la tarde del lunes, lo soltaron de madrugada. Por falta de pruebas.

Riesgo sigue libre y, preguntado por este reportero, señala lo siguiente:

– “Siento lo que está pasando, pero no soy responsable de los excesos de mi Prima”.

Efectivamente, las autoridades españolas, cuando la Prima de Riesgo llegó a rondar los Trescientos, provocando más miedo en las Bolsas que los espartanos en las Termópilas, tomaron cartas en el asunto.

Riesgo, sin embargo, se defiende:

– “Es verdad. Mi Prima está desbocada, pero no es mi culpa. No sé quién es el responsable y, desde luego, lo que no puedo es identificar y desenmascarar a los auténticos villanos de esta función: los Mercados.”

¿No puede o no quiere?

– “No puedo. No les conozco. Pero reconozco que, si los conociera, sentiría pánico sólo de pensar en ponerles nombre y apellidos. Los Mercados son lo peor. Son terribles. Mi prima me lo tiene dicho: a los mercados, ni agua. Ni acercarse. Son insaciables. No tienen ni límite ni hartura. Yo, cuando los Mercados me miran de frente, me pongo de lado, a ver si así no me ven.”

¿Hasta dónde estará dispuesta a llegar la Prima de Riesgo? ¿Quiénes son los Mercados? ¿Está la Prima de Riesgo conchabada con ellos?

Queremos saber.

Pero nos da miedo preguntar.

No obstante, seguiremos investigando.

Y se lo contaremos.

Sigan atentos.

PD.- El año pasado, Pateábamos por aquí…

La llamada

– Luis, ¿me oyes?

– Sí. Dime.

– Nada, que te oigo muy flojo. Muy bajo. ¿Dónde estás?

– En el garaje.

– Vale, vale. Nada, perdona que te moleste. Era sólo para recordarte que recogieras los zapatos, que los llevé para que les cambiaran las tapas.

– ¿Los zapatos?

– Sí, hijo. Que pareces alelado. Los za-pa-tos. ¿No te acuerdas que quedaste en recogerlos?

– Ah sí. Vale.

– Oye, ¿se puede saber qué te pasa? Te hubiera puesto un SMS, pero voy en el coche con el manos libres…

– Vale. Vale. Sí. No te preocupes. Los recojo. Los zapatos.

– ¡Gracias! Luego nos vemos. Chau.

– Chau.

 

Entonces, Luis abrió las ventanillas del coche y paró el motor. Se bajó y, tambaleándose, se acercó a la parte de atrás del vehículo. Se agachó y sacó del tubo de escape el otro tubo, el de plástico, que había comprado en la ferretería un par de días antes.

 

Jesús Lens Espinosa de los Monteros.

Se busca chica

Se busca chica.

Eres alta y delgada, como la morena salada de la copla. ¿O no eres tan alta y, en realidad, eres rubia?

Da igual.

El caso es que ibas caminando con gracia y desenvoltura por el Camino de la Fuente de la Bicha. Con mallas y camiseta de tirante. Creo. O con vaqueros y camiseta de algodón. O con falda floreada y camisa con volantes.

Es lo mismo.

Seguramente no te habrás dado cuenta y no te acordarás, pero cruzamos la mirada y, en ese momento… ¡me robaste!

Sí, chica, sí.

Me robaste.

Me robaste una fantástica idea para un cuento que había florecido en mi mente. De verdad. Te lo prometo. Era una de esas ideas geniales que surgen mientras haces deporte. Un chispazo de los que resulta uno de esos cuentitos que tanto nos gusta escribir.

No digo yo que sea una idea Nóbel ni que vaya a cambiar el curso de la historia de literatura. Pero era una buena idea. Y aquí estoy ahora, frente al teclado, sin idea sobre la que trabajar.

Por todo ello: ¡SE BUSCA!

Chica: si has estado caminando por el Camino de la Fuente de la Bicha y, al llegar a casa te has encontrado con una idea que no te pertenece y no sabes qué hacer con ella, por favor, ¡devuélvemela!

Se recompensará.

Mándamela por mail o, si prefieres, quedamos para tomar un café y me la devuelves en persona. Como quieras y más fácil y cómodo te resulte. Pero, por favor, ¡la necesito!

Gracias y un saludo.

Jesús en blanco Lens.

Un mal sueño

Hace unas semanas, mientras corría, casi me atropellan. O, mejor dicho, casi me hago atropellar. Porque fue culpa mía: crucé por delante de un autobús parado frente a un “Ceda el paso”, sin reparar en que la calzada tenía dos carriles de circulación en el mismo sentido y que, por tanto, podría haber algún otro vehículo circulando por detrás del bus sin que yo lo hubiera visto, como efectivamente ocurrió.

Tal y como ocurrieron las cosas, el que atropelló al coche fui yo, chocando violentamente contra la ventanilla del pasajero de delante, que se tuvo que llevar un susto de muerte. O sea, que tuve suerte y apenas salí magullado del encontronazo. Mientras seguía corriendo calle arriba, con el corazón desbocado, pensaba que me había librado por apenas unas décimas de segundo.

Desde entonces, sin embargo, tengo un sueño recurrente y, por las noches, me sobresalta la plástica y vívida sensación… de que me van a atropellar.

Esta misma noche, por ejemplo, me desperté empapado en sudor. No sólo había sentido el impacto del metal contra mi cuerpo, sino que, además, había escuchado crujir los huesos de las piernas y reventar el hígado y el bazo. La sacudida del cuello fue como un latigazo, antes de salir volando por los aires para aterrizar, desmadejado, sobre el asfalto recalentado por el sol. El olor del alquitrán derretido por el calor se me metía por la nariz mientras que sólo el lejano rumor de las sirenas conseguía enmascarar el persistente pitido que, como la carta de ajuste de la televisión de los ochenta, nos decía que ya todo se había acabado.

Me he despertado sudando, con la garganta seca. Todavía era noche cerrada, pero me apetecía beber agua fresca y decidí levantarme para ir al frigorífico. Aunque, como todas las noches, había dejado la silla junto a la cama, olvidé echarle el freno y, al intentar subirme en ella a pulso, terminé de bruces en el suelo. Y ahí sigo, tirado, esperando a que amanezca y alguien venga a echarme una mano.

Jesús Lens