El culo de mi vecina

Mi vecina tiene un culo glorioso. Y punto. No voy a detenerme en describirlo. ¿Para qué? Que cada uno piense en el tipo de culo que más le guste y así podrá entender que, cada vez que me cruzo con ella, no pueda evitar echarle una buena mirada.

A veces, hasta demasiado larga, visible y comprometedora, debo reconocer.

Hoy, al salir del trabajo, vi que mi vecina cruzaba el paso de peatones de enfrente de mi oficina así que decidí seguirla, sin alcanzarla, para disfrutar un buen rato de la visión de esa maravilla de la naturaleza que es su culo, mientras íbamos para casa.

Me extrañó que, en vez de recortar por la calle Almuñécar, siguiera por la Avenida Fernando de los Ríos, pero mira… ¡así podría admirarla por más tiempo!

Y ahí iba yo, embebido en su contoneo juguetón, cuando empezó a sonarme el móvil. Entontecido como estaba, traté de contestar, pero ya habían colgado. ¿Quién estaría tan ansioso, o tan aburrido, como para molestar a las tres y cuarto de la tarde?

El sol no me dejaba ver bien quién había telefoneado y, cuando comprobé que era un Número Oculto, menté a la madre que parió a las operadoras y sus trucos comerciales, máxime porque, con el trajín, me había despistado de mi vecina, que ya cruzaba por el semáforo que comunicaba con el Carrefour.

“¡Hasta aquí hemos llegado!”, pensé. Máxime cuando me pareció ver a lo lejos la mole de mi vecino, que debía estar esperándola. Tras un beso fugaz, le abrió la puerta, la cogió del talle y la acompañó adentro.

Enfilé calle arriba, saqué las llaves, abrí el portal y recogí una factura del buzón, mientras me quitaba las gafas de sol.

– Qué triste, a lo que ha quedado reducida la correspondencia postal tradicional, ¿verdad?

Me quedé de una pieza.

Desde sus casi dos metros de altura, mi vecino estaba esperando a que llegara el ascensor, cargando con una bolsa del Mercadona por la que asomaba una barra de pan.

– ¡Ya te digo! Por cierto, el pan del Carrefour está mejor que el del Mercadona. ¡Como de aquí a Lima! Más crujiente y curruscante. Y, si lo pillas calentito… ¡un escándalo! Es que ni te cuento.

Jesús cabroncillo Lens

Veamos si en anteriores 23 de mayo estábamos tan graciosillos: 2008, 2009, 2010 y 2011

Semana Negra 2012 nos invita a escribir relatos

¿Alguien lo dudaba? ¡Esto es la Semana Negra… y sigue! Comencemos por esta iniciativa, que supone el pistoletazo de salida para el magno evento:

La SEMANA NEGRA y el ATENEO OBRERO DE GIJÓN

convocan el

XXV Concurso Internacional de Relatos Policíacos

que se regirá por las siguientes

BASES:

1. Los textos estarán redactados en español y deben ser originales e inéditos.

2. Todos los trabajos deberán tener una extensión máxima de 3000 palabras (equivalente a seis páginas a doble espacio). Se admitirán como máximo dos relatos por autor.

3. Los trabajos, que no podrán llevar firma ni señal alguna que delate su procedencia, deberán enviarse por triplicado (en caso de envío por correo ordinario) y haciendo constar en el encabezamiento el título elegido al Apartado de Correos 271 (33280 Gijón, ESPAÑA), en un sobre cerrado en cuyo exterior se indique «Para el XXV Concurso Internacional de Relatos Policíacos». El envío deberá ir acompañado de otro sobre cerrado en cuyo exterior figure exclusivamente el título del relato y en cuyo interior figurarán los datos del participante: nombre, apellidos, dirección, teléfono y dirección de correo electrónico.

También podrán enviarse los trabajos a través de correo electrónico. En este caso, deberá enviarse mediante una única copia del trabajo en un mensaje a la dirección de correo: relatos@semananegra.org, en cuyo «Asunto» figure exclusivamente el título del relato, adjuntando un archivo con el relato en formato Word que llevará como nombre el mismo título del relato. El participante deberá enviar también, y por cada relato, otro mensaje a la dirección electrónica: plicas@semananegra.org, en cuyo «Asunto» figure el título del relato, adjuntando un archivo en formato Word que llevará como nombre el mismo título del relato y que incluirá los datos personales y de contacto del autor: nombre, apellidos, dirección, teléfono y dirección de correo electrónico.

Los participantes que opten por enviar sus trabajos mediante correo electrónico deberán hacerlo desde cuentas de correo que no permitan conocer, en ningún caso, la identidad del remitente.

4. El plazo de admisión finalizará el 10 de junio de 2012, admitiéndose los trabajos que hayan sido certificados en correos hasta esa fecha o enviados a través de correo electrónico hasta la misma fecha límite.

5. Se establecen tres premios: un primer premio de 1000 euros y dos accesits de 150 euros cada uno. De este importe se descontarán los impuestos correspondientes.

6. La SEMANA NEGRA se reserva el derecho de publicar los relatos premiados, sin que los autores perciban, por ello, derecho alguno, quedando sólo obligada a citar el nombre del autor.

7. El jurado estará compuesto por tres escritores y/o críticos participantes en la SEMANA NEGRA.

8. El jurado podrá declarar desiertos los premios si, a su juicio, las obras presentadas no reúnen la calidad necesaria.

9. La organización no se compromete a la devolución de los originales.

10. La participación en este concurso supone la aceptación, sin excepciones, de las presentes bases.

Y ahora… ¡a escribir!

Jesús semanero Lens

Afuera

Cuando fui a entrar, las puertas automáticas no se abrieron y a punto estuve de estamparme contra su lustroso cristal.

Me quedé parado, sorprendido y estupefacto: justo antes que yo, una señora había franqueado la entrada sin problema alguno.

Me alejé de las puertas y volví a acercarme, para darles tiempo a reaccionar y que se pudieran abrir.

Pero nada.

Braceé tratando de activar ese mecanismo invisible que rige una parte cada vez más importante de nuestras vidas, como cuando estás cagando en el WC de algún edificio público y el sistema entiende que has dedicado más tiempo del razonable a dicho cometido, apagándose las luces y dejándote a tientas, buscando el papel del culo.

Pero la célula fotoeléctrica, o lo que sea que hacía que aquellas puertas se abrieran, debía haberse estropeado.

Me alejé unos pasos para avisar por teléfono cuando contemplé, con asombro, que un chavalito con numerosos piercings y tatuajes variados se acercaba a la entrada y las puertas se abrían automáticamente, sin ninguna dificultad.

Con el móvil pegado en la oreja, intenté volver a entrar. Infructuosamente.

Entonces decidí quedarme junto a la puerta, haciéndome el despistado, como cuando empiezas a escuchar una conversación ajena y terminas disimulando cualquier actividad con tal de enterarte del desenlace de la charla.

Vi aparecer a un tipo de porte distinguido, que se dirigía a la entrada y aproveché para situarme junto a él. Pero las puertas no se abrieron.

Nos quedamos ambos parados, mirándonos, sin saber qué hacer. Y le expliqué la situación:

– Cuando intento entrar, las puertas no se abren. Pero si me alejo unos pasos, parecen funcionar sin problema alguno… para cualquier otra persona.

Hicimos la prueba y, efectivamente, el sujeto de noble apariencia pudo acceder al interior sin la más mínima dificultad.

Decidí quedarme junto a aquellas puertas hasta entender lo que ocurría, aunque no conseguía que nadie de dentro atendiera a mis llamadas telefónicas o contestara a los SMS, mails y güasaps que les había enviado a través de la BlackBerry.

Entonces comenzó el jaleo. Porque, conmigo allí, ni los de dentro podían salir ni los de fuera podían entrar.

Fue una señora la primera en decirlo:

– ¿Por qué no hace el favor de alejarse unos pasos y, mientras arregla su situación, nos permite a los demás que sigamos con nuestra vida?

Traté de explicarle que no había ninguna razón para que aquellas puertas me hicieran el vacío. ¡Si aquel espacio era de acceso público y no exigía siquiera una identificación! Las había cruzado cientos de veces antes, en ambos sentidos y todos los días, como miles de personas.

Entonces llegó la policía y un agente, muy amable, me espetó que estaba molestando a los ciudadanos y que, si seguía alterando el orden, se vería obligado a detenerme.

– Si yo no dudo de que lo que usted dice sea verdad – me señaló el agente, con tono paternalista. – Pero, ¿para qué va a complicarse usted la vida? Váyase a casa y vuelva otro día, a ver si entonces se ha arreglado el problema. Y, entre tanto, sea usted considerado y no altere la rutina sus conciudadanos, que para algo vivimos en sociedad.

Consulté la BlackBerry y comprobé que no tenía mensaje alguno. Giré la vista alrededor y, al enfrentarme a la mirada entre iracunda y nerviosa de las personas que me rodeaban, decidí desistir y, haciendo caso al policía, volver a casa.

Iba caminando por la acera, cabizbajo, cuando percibí el peso de las llaves en el bolsillo del pantalón.

Y no pude evitar que una idea me nublara aún más el ánimo: ¿Y si llegaba al portal y la llave ya no entraba en la cerradura?

Jesús Lens

Provocación

Hoy, cuando salí para ir a comprar la prensa y desayunar, no solo llovía sino que hacía un frío bastante desagradable.

Al acercarme a la cafetería, vi que había un gran revuelo de gente, en mitad de la calle.

Chafardero, curioso y metomentodo como soy, me acerqué a ver qué pasaba para encontrar que, en mitad del grupo de gente, había un tipo tirado en el suelo. Pensé en un resbalón o algo por estilo, pero cuando levantó la mirada, le descubrí la cara partida y la nariz rota, chorreando de sangre.

– Es que iba provocando – se justificaba otro de los tipos que protagonizaban aquel mogollón, mientras se masajeaba los nudillos de su mano derecha con la palma de la izquierda.

No tenía pinta de provocador el muchacho de la nariz rota, precisamente, tan bien vestido y repeinado.

– ¿Cómo que provocando? – decía otra persona. ¡Si Luis Felipe es de natural pacífico, tranquilo y sosegado y nunca ha tenido ninguna bronca o pelea con nadie!

– ¿Y a quién le importa todo eso? El caso es que iba sonriendo.

– ¿Y?

– Que le pregunté por esa sonrisa y me dijo, sencillamente, que era feliz.

Jesús lluvioso Lens

¿Estábamos tan sarcásticos en anteriores 28 de abril? 2008, 2009, 2010 y 2011.

El guitarrista

Venía hacia casa, del trabajo, pasadas las tres de la tarde. No sé en otros sitios, pero en Granada hace un frío del carajo. Y, para colmo, a esa hora llovía con desafuero.

La Avenida de Cádiz, una de las grandes arterias del Zaidín, estaba vacía. No es que a esas horas suela haber mucha gente por la calle, pero es que hoy estaba especialmente desangelada. Como el patio de un colegio en verano.

Iba maldiciendo el momento en que decidí que la pelliza ya se iba a quedar colgada en el armario hasta la temporada que viene, cuando le vi venir.

Todavía estaba lejos y yo no llevaba las gafas, pero me dio la sensación de que venía… ¡tocando la guitarra!

Y seguía lloviendo.

Y yo tenía cada vez más frío.

El tipo se acercaba, efectivamente, haciendo como que rasgaba las cuerdas de su esplendorosa guitarra negra, cubierta la cabeza con la capucha de una sudadera. Se le veía joven y me pareció que sonreía.

Todavía estábamos a cierta distancia, pero cuando su mirada se cruzó con la mía, lo tuve claro: aquel tipo me iba a agredir. No sé si con el fin de robarme o, sencillamente, por el gusto de hacerlo.

Pero me iba a estampar la guitarra en la cabeza.

No supe cómo reaccionar ni qué hacer. Ni siquiera pensé en cruzar la calle y alejarme de su trayectoria. Como un pánfilo, seguí caminando hasta llegar a su altura.

No puedo decir que ralentizara el paso. Ni que lo acelerara. Sencillamente, seguí mi camino. Y el guitarrista siguió el suyo. Mientras blandía la guitarra. Como si la estuviera tocando. Sonriendo. Bajo la lluvia.

Jesús Lens

¿Y los 19 de abril de 2008, 2009, 2010 y 2011?