ByE 4: Un chiste de finlandeses

Por si no habéis seguido las tres anteriores entregas de “Barras y Estrellas” (que podéis enlazar desde aquí), os cuento que se trata de un serial a la vieja usanza. Y que se desarrolla, íntegramente, en un garito llamado, por supuesto, “Café-Bar Cinema”, regentado por un tipo llamado Enrique Castro, apodado Estrellita.

Y dos de sus clientes son Luis y Antonio. Antonio es un empresario bocón al que la crisis trae a maltraer y Luis es un escritor que mira mucho y habla poco, desde el extremo de la barra.

La entrega de hoy, muy cortita, además es un chiste:

– Antonio, te voy a contar un chiste.

El silencio que se hizo en “Café-Bar Cinema” fue ensordecedor, como si un tsunami hubiera barrido el local.

– Sí hombre, no pongas esa cara. Te voy a contar un chiste. Uno nórdico.

Que Luis se dirigiera a Antonio, voluntariamente; y que lo hiciera para contar un chiste, en alta voz, era algo tan inédito en la historia del bar como absolutamente imprevisto e imprevisible.

– ¡Coño, Luis! Eres una caja de sorpresas. Tú, que siempre has renegado de los chistosos y de los hombres que bailan, ¿vas a contarme un chiste? ¿A mí?

– Lo cuento si eres capaz de cerrar la boca por unos segundos y escuchar. ¿Crees que podrás hacerlo?

La verdad es que Antonio llevaba una tarde imposible, comentando la reforma laboral emprendida por el gobierno de Rajoy. Sobre todo, porque lo mismo defendía la libertad a ultranza que debían tener los empresarios para poder ajustar sus plantillas a las necesidades del negocio que hacía hincapié en la importancia de la estabilidad en el empleo de cara a recuperar la confianza de los consumidores.

– Sí hombre, sí. Por escucharte contar un chiste, sería capaz hasta de votar a los comunistas en las próximas elecciones.

– Es un chiste de finlandeses.

– Helados, nos vamos a quedar.

– Esto son dos finlandeses que entran en un bar y se sientan juntos, en la barra. Empiezan a pedir cervezas y, sin decir ni una palabra, se las van bebiendo, tranquilamente. Cuando pasan tres horas y se han tomado un puñado notable de birras, uno de los finlandeses levanta su vaso, se gira hacia el otro y le dice: “¡Salud!” El colega, con gesto de mosqueo, musita por lo bajini: “Yo no he venido aquí a parlotear”.

Que tuviera que ser un chiste lo que dejara sin palabras a Antonio sirvió, además, para que Estrellita y el resto clientes de “Café-Bar Cinema” prorrumpieran en una estruendosa carcajada.

Y es que hasta a Finlandia parece haber llegado la mala follá granaína.

(Continuará)

Y ahora… ¿qué publicábamos, un 13 de marzo de 2008, 2009, 2010 y 2011?

Desencuentros

Llegó tarde porque, dijo, creía que habíamos quedado en el otro local y no en ese. Como nunca sé de qué humor va a estar, en vez de los típicos besos en las mejillas, le tendí la mano. Se quedó cortada.

Nos sentamos. Como íbamos con prisa, ya había pedido los entrantes, pero ella apenas picó ni el steak tartar ni el ibérico: creía haber dejado claro que, en esta ocasión, nada de carne. El vino tinto, con mucho cuerpo, ya estaba oxigenándose en el decantador.

Ella, con el arroz, pidió Barbadillo.

– ¿Y cómo es que vienes en manga corta, con el frío que hace? – me dijo mientras pelaba una gamba.

– Porque te entendí que hacía calor, esta tarde.

– ¡Anda, como la vez en que llegué empapada porque creí que dijiste que ya escampaba!

Cuando le refería El Mundo, ella entendía El País. Si comentábamos el fútbol, ella pensaba en baloncesto y cuando ella me hablaba de comidas, yo me iba a las cenas.

Mezclamos el té con el café, el azúcar con la sacarina, la ginebra con el vodka y la tónica con el limón.

A la hora de pagar, me tocaba invitar a mí. Saqué la tarjeta, pero no tenían datáfono. El efectivo lo llevaba ella.

Al salir y despedirnos, cuando yo iba a besarla, ella me detuvo alargando el brazo para darme la mano.

Sonreímos ambos.

Y quedamos en hablar. O vernos de nuevo. La semana siguiente. O el mes próximo.

Jesús Lens

ByE-3: ¡Marchando una de cine!

Os tenéis que enganchar a «Barras y Estrellas». Aquí empezaba esta historia y esta es la segunda entrega.

Ahora entramos en el tercer capítulo…

– ¿Qué vas a poner hoy, Estrellita?

– ¿Tú qué crees?

– ¡Qué se yo! Con lo rarito que eres a la hora de elegir películas, ¡cualquiera sabe a qué atenerse! Todavía tiemblo, acordándome de aquel coñazo griego, ¿o era yugoslavo?, que nos endilgaste hace unas semanas.

– Jodido ignorante… pero, tranquilo, que hoy vamos a celebrar el Goya que le han dado a Enrique Urbizu.

Estrellita y Antonio hablaban en un lado de la barra mientras que Luis, alejado, leía el periódico, como siempre.

– Querrás decir los Goya, ¿no? – dijo Luis, saliendo de su mutismo.

– ¡Anda! Pero si el ave solitaria y nocturna tiene voz y hasta se digna hablar con otras personas.

– Es que estoy hasta los cojones de que, en esto del cine, solo se reconozca la labor de los actores y de los directores. ¿Y qué pasa con nosotros, los escritores? ¿Es qué nadie se da cuenta de que, sin un guion, no hay película?

En el “Café-Bar Cinema” de Enrique Castro, conocido como el Estrellita, había un recodo, justo al lado de los servicios, que hacía las veces de microsala de proyecciones. Apenas cabían quince o veinte sillas, apelotonadas, frente a una pared sobre la que se desplegaba una pantalla.

Una cosa tenía clara Estrellita cuando abrió su local: nada de tele.

Si algo detestaba, como cliente y como cocinero antes de fraile, era entrar a un bar a tomar algo con alguien, y darse de bruces con el run rún de la tele: le provocaba tal desazón que, sobre la marcha, se daba la vuelta, salía y nunca volvía.

No entendía, Estrellita, aquella costumbre. Que una cosa podía ser poner un partido de fútbol, de vez en cuando. Y otra muy distinta, convertir un bar en la sala de estar de una casa cualquiera, rancia, vulgar, añeja, gris y mediocre.

Otra cosa era, sin embargo, convertir una pared desnuda en un espacio de proyección, para disfrutar de algunos eventos concretos o, sencillamente, para ver películas, cuando las circunstancias así lo permitían: a mitad de la jornada vespertina, cuando es tarde para tomar un café, pero temprano para tomar una caña. O, los fines de semana, entre la hora del desayuno y la de las cañas. O, por supuesto, a última hora de la noche, cuando todos los gatos son pardos y una persiana a medio bajar era una invitación a prolongar la velada, hasta bien entrada la madrugada.

PD.- Continuará, pero antes, a ver qué blogueamos otros 6 de marzo: 2008, 2009, 2010 y 2011

¿Quieres ser mi amigo?

Me sonó la cara de una de las solicitudes de amistad que tenía pendientes de aceptar en el Facebook.

Me sonó… ¡y mucho!

Aún con la gorra calada hasta los ojos, creí reconocerle. Pero no daba con él.

Hasta que, al día siguiente, leyendo IDEAL, caí en la cuenta: era el asesino de un padre y su hijo quién quería ser mi amigo.

Jesús Lens

¿Y los anteriores 2 de marzo? 2008, 2009, 2010 y 2011

ByE 2: Hijos de la Gran Bretaña

¿Os acordáis de que “Estrellita Castro tiene un bar”? Si no os acordáis, revisadlo. Porque “Barras y Estrellas” continúa, hoy con:

II.- Hijos de la Gran Bretaña

– Es que es gilipollas.

– Mira que eres exagerado.

– Para nada. Es que es gilipollas. Integral. Y punto. Es como cuando estás en la playa, a primera hora, tú solo. Y aparece una familia, con perro, abuelos y niños incluidos. Y van y plantan la sombrilla, la nevera y la barquita inflable justo a tu lado. ¡Coño! ¡No habrá playa!

– Luis, eres un cascarrabias. La gente, a los bares, viene a socializar.

– ¿Es que no me ve, en el extremo más alejado de la barra, tan tranquilo, leyendo el periódico, callado y sin levantar la vista? ¿Por qué tiene que venirse hasta aquí y sentarse a mi lado, a darme la barrila? Si es que hasta me controla lo que tardo en pasar la página.

– Anda, anda. ¡Exagerado!

Justo en ese momento, Antonio volvió del baño y se sentó en su taburete. Levantó la vista por encima del hombro de Luis y dijo:

– ¿Todavía vas por esa página? Como para todo seas tan lento…

Sonrió, Estrellita. Rabió, Luis.

En silencio.

– Entonces, Estrellita, ¿me vas a contar de una vez lo de la barra y el bar?

– Sí hombre sí. Primero fue la barra. Después vino el bar. De hecho, de la barra viene el bar.

– ¿Y por qué se llama barra?

– Por eso de ahí abajo – dijo estrellita, señalando hacia abajo, hacia los pies de sus contertulios. – La barra se llama barra por el lugar en que los clientes aposentáis vuestros pies, cómodamente, mientras nosotros nos deslomamos trabajando, a toda velocidad.

– O sea que las barras se construyeron desde abajo hacia arriba, ¿no?

– Efectivamente. Los ingleses empezaron a llamar barra, también, al murete en el que los clientes depositáis los vasos y tras el que nos parapetamos los camareros. Después, por extensión, se llamó bar a todo el local entero. Y ya sabéis que en esto de los bares, los hijos de la Gran Bretaña son los que marcan tendencia.

Luis había doblado el periódico, dejándolo en la barra y Antonio tenía indudables ganas de seguir hablando, pero habían entrado más clientes así que Estrellita se dio la vuelta, cogió el mando a distancia y subió el volumen de la música. Sonaba lo nuevo de Tom Waits.

No había nada más que decir.

(Continuará)

¡Seguimos!